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Columna
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Las columnas

Lo que aprenden los escritores que firman en la prensa por respeto a sus lectores, deberían aprenderlo muchos políticos por amor a la ciudadanía

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Un jubilado lee el periódico en un parque de Madrid.Jaime Villanueva

En su libro Ropa de casa (2024), confiesa Ignacio Martínez de Pisón lo que se aprende como creador literario cuando uno escribe columnas en los periódicos. Tiene toda la razón. Ustedes, lectores, hacen posible una escuela de literatura. Yo he aprendido mucho con ustedes desde que en los años ochenta empecé a colaborar en el Ideal de Granada. La disciplina, los horarios de trabajo, el modo de elegir un contenido, la conciencia de cada contenido debe adecuarse a una forma, las estructuras, los tiempos de un argumento y el pudor expresivo son ejes imprescindibles a la hora de escribir un poema o una novela, columnas que sostienen la inspiración en el trabajo. Se trata de fundamentos que acentúan su protagonismo en un periódico. La inmediatez del diálogo con los lectores es una buena escuela. En una colaboración semanal, no se pueden dejar para el año que viene las posibles correcciones de un verso.

Se aprende también a separar en lo posible el yo biográfico de la voz literaria. Uno sale de fiesta, vuelve a casa con dos copas de más, soporta una regañina familiar, un espejo acusador, pero al sentarse a escribir la columna necesita mantener la calma, alejarse de los arrebatos, cultivar la autoridad de la propia voz más allá de venganzas, malestares o desilusiones. Uno comprende que se juega la ecuanimidad y la rectitud en un adjetivo. Cada palabra supone una forma de legitimación. Eso que aprenden los columnistas por respeto inmediato a sus lectores, deberían aprenderlo muchos políticos por amor a la ciudadanía. Cuando opinan sobre el bien o el mal, demuestran con frecuencia que han pasado una mala noche, han tenido una experiencia sexual difícil o un novio que les acaba de pegar un sablazo en el banco. Las crispaciones no son buenas columnas para una sociedad. No es bueno llamar la atención con palabras sucias y caras rencorosas. Saber contar las palabras es un modo de arreglar la casa.

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