La Europa del señor Bogdan
Ante la guerra de Ucrania, la Unión Europea tiene proclamas pero no medios. Y los que no tienen medios tienen miedo
Actualmente, el grupo de los cínicos está creciendo
mientras el de los irónicos y sensibles disminuye
(Robert Menasse)
1. El señor Bogdan es un buen jardinero. Usa un cojín bajo su pierna derecha cuando se arrodilla en el suelo para cuidar las plantas y de todas ellas conoce, como si fuera un botánico, características y nombres; a pesar de llevar 24 años viviendo en Portugal, su auténtico amor se halla en un rosal que dejó en los alrededores de su casa, muy lejos, entre Kiev y Lviv. De vez en cuando visita su remoto jardín para alimentarlo y ventilar la casa. Pero el pasado 6 de noviembre, antes de empezar a trabajar, descargó de su camioneta de jardinero varios maceteros, dos de ellos provistos de colgantes de mimbre.
Lo descargó todo diciendo que era un regalo para nuestro jardín porque había decidido no volver más a su casa. Renunciaba a terminar la barbacoa donde pensaba colgar esas macetas. Renunciaba porque había comprendido, durante la noche del 5 de noviembre, que Ucrania perdería la guerra, y una vez perdida, él no quería vivir bajo dominio ruso, ahora que Putin y Trump iban a quedar cara a cara, y hasta que empezaran a atizarse mordiscos, se entretendrían dándose besos. Y en cuanto esos dos se besaran, Ucrania quedaría hecha pedazos. Así pues, dado que no volvería nunca a vivir en Ucrania nos daba esos regalos para nuestro jardín.
2. Su voz no flaqueó, ni sus ojos azules se humedecieron. El señor Bogdan ha dado muchos tumbos en su vida. Cuando le pregunté si quería quedarse en Portugal, dijo que sí, que Europa le gustaba. Dijo que, en su tierra, pasa últimamente un camión que va de pueblo en pueblo alistando a muchachos para el combate, y que, solo en su aldea, ya han vuelto seis con los pies por delante y los ojos cerrados, para acabar bajo tierra. Quiere quedarse en Europa porque aquí reina la paz. Sin mencionar la palabra Holodomor, recuerda que en otros tiempos su pueblo se vio diezmado por el hambre. Ahora cree que el día que termine la guerra y ganen los rusos, la historia se repetirá. Por eso quiere quedarse en Europa, y al referirse a ella, sin dejar de moverse entre las plantas y el abono que esparce con mano certera, habla de la Unión Europea como una patria común y un sistema justo. El señor Bogdan parece querer creer deliberadamente en una utopía que iluminará su futuro.
3. El señor Bogdan tiene razón, una razón conmovedora. Ha vivido dos sistemas y ha elegido la democracia, el régimen donde en principio se defienden los derechos humanos. Aquí por lo menos no se asesina a los adversarios políticos, no se derriban aviones en los que viajan nuestros opositores, no se defenestra a los críticos, no se envenena a periodistas ni a profesores, no se blinda la opinión pública ni se persigue hasta su eliminación a quienes viajan al extranjero. Afortunadamente para él, el señor Bogdan todavía no es consciente de que la derrota de Ucrania supondrá la derrota de Europa, solo que todavía no sabemos, en ninguno de los dos casos, el alcance de esta inminente derrota.
Y es que el señor Bogdan ve la Unión Europea como un refugio, y los europeos ven Europa como un dilema. Un dilema que impregna nuestros días con una pregunta que tiene dos respuestas y ninguna de ellas risueña: o Europa se rinde y su irrelevancia significará una vergonzosa humillación, o se mantiene firme y desafía el poder de un hombre que no admitirá nada más que alcanzar una victoria absoluta. Peor aún, en el lenguaje occidental, la amenaza de la escalada nunca se atribuye al lado del agresor, sino que nos la atribuimos a nosotros mismos como signo de responsabilidad a este lado. Así pues, como los europeos no son suicidas, el señor Bogdan tiene razón: es mejor que no vuelva a su casa. Europa tiene proclamas, pero no medios. Y los que no tienen medios tienen miedo.
Angela Merkel puede multiplicar las explicaciones en su libro de 800 páginas, pero nunca podrá negar que su fe en Putin no era solo pragmatismo, sino también miedo. La escena, ya emblemática, de su reunión con Putin en la que este llevó a su perro Koni nos ofreció dos momentos destacados: el autocontrol de la canciller ante la fiera doméstica y la amenaza silenciosa de su interlocutor armado. Ahora estamos reviviendo este momento, con un alcance mayor, de forma no simbólica sino mortífera, para miles de jóvenes que regresan a las aldeas ucranias y rusas con los pies por delante y los ojos cerrados, para acabar bajo tierra, como dice el señor Bogdan.
4. En 2017, el escritor austriaco Robert Menasse publicó un libro notable, La capital. Menasse es un convencido defensor de la Unión Europea, pero su libro mete varios dedos en distintas llagas. Siguiendo la trayectoria personal de varios diputados imaginarios, afincados en Bruselas, construye una ficción en torno a la idea de que la adhesión de los 27 países que componen la Unión nace de la herida de Auschwitz, la herida que provocó que los europeos se unieran para conjurar para siempre cualquier otro holocausto. Pero el libro, que se alimenta de la ironía y el humor, muestra las contradicciones que subyacen en la construcción de este proyecto de redención, que, si bien construye por un lado principios que unen un mosaico diverso bajo las mismas leyes, tolera que haya contrapuntos nacionalistas que destruyen permanentemente la convergencia. Esta segunda vertiente presenta hoy aspectos peligrosos que el señor Bogdan no quiere ver: la Unión Europea tiene a Putin en su seno, tirando del mantel y derramando las copas de vino. Orban y sus vecinos se encargan de arrojarlo al suelo.
Peor aún, las democracias europeas fomentan la posibilidad de contradicción y, por eso, noche tras noche, los comentaristas que hablan en nombre de Putin y de sus aliados se regocijan por cada kilómetro perdido por Ucrania. De haber igual simetría en el otro lado, esos comentaristas acabarían al día siguiente hechos un guiñapo en la acera de debajo de sus ventanas. Pero Angela Merkel, que nos insta a no tener miedo a luchar por la libertad, tiene razón. La libertad tiene un poder que durante la Guerra Fría se enarboló de forma excesiva contra la mitología que se oponía a ella en el otro lado: que la libertad era tener pan. Cuando hay tal dilema, acaba por no haber ni libertad ni pan.
5. ¿Son difíciles estos días que vivimos? Lo son. No parece caber duda de que los principios proclamados por las voces que representan el llamado Occidente son los válidos y los que deben impulsarnos. Si podremos mantenerlos con las fuerzas reales de las que disponemos, eso no lo sé. Oigo a los detractores de Occidente que se ríen cada noche de Metsola y Von der Leyen, y mucho me temo que tienen razón, que no contamos con un labrador lo suficientemente poderoso como para exhibirlo en un enfrentamiento táctico. Temo que la Europa de hoy quede retratada para el futuro como una organización burocrática y sin ánimo de lucro. Lo cierto es que esta mañana tengo malas noticias para el señor Bogdan: en el vivero cercano ya no se venden lantanas. El Parlamento Europeo las ha prohibido porque son plantas invasoras. El Parlamento Europeo entiende que los pájaros se comen sus semillas y las esparcen luego por los campos, dando origen a nuevas plantas. Menuda molestia para Europa, el que las lantanas puedan crecer en terrenos donde nadie ara ni planta. Pero como el señor Bogdan está silbando, no seré yo quien le arrebate su canto.
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