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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Activistas o nada

Más que nunca, las ONG internacionales deben demostrar su contribución a la misión que defienden: la lucha contra la pobreza, la reversión de la crisis climática o la defensa de los derechos humanos

Protesta de Oxfam hace un año en la entrada del Palacio de Congresos de Madrid, donde se celebraba el Ecofin.
Protesta de Oxfam hace un año en la entrada del Palacio de Congresos de Madrid, donde se celebraba el Ecofin.C. MANUEL

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Dejo de trabajar en Oxfam, tras siete años dirigiendo Oxfam Intermón y un tiempo final en la dirección internacional de la organización. Digo dejar de trabajar porque dejar Oxfam no es posible, al menos en mi caso. No ha sido un empleo al uso. Es una segunda piel pegada a las motivaciones más hondas que uno puede encontrar en su interior.

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Es un buen momento para reflexionar sobre lo hecho y los desafíos, no ya de Oxfam, sino de las ONG internacionales en su conjunto. Como también lo es de valorar su potencia, lo mucho que atesoran en sus equipos e historia, su tremendo impacto en causas justas e imprescindibles.

Su reto mayor nace de una crisis de identidad provocada por la creciente desconfianza en las instituciones clásicas, y el cuestionamiento de los roles de intermediación entre personas, sumado a las disrupciones digitales. Más que nunca, las ONGi deben demostrar su contribución, qué valor añaden a la misión que defienden, a la lucha contra la pobreza o la reversión de la crisis climática. A la defensa de los derechos humanos en las crisis y en cualquier lugar donde se vulneran.

Acabado el tiempo del proyecto, de la acción o campaña puntual de efecto acotado o simbólico, se impone la necesidad de lograr un impacto a escala, sistémico, multiplicando lo que se consigue con cada euro o cada hora de trabajo. Un impacto que solamente se puede lograr por la vía de la innovación, el conocimiento y su potencial réplica. O por la de influir en las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad y la vulneración de derechos: leyes, políticas, presupuestos, y también valores y actitudes.

A la necesidad de afianzar la confianza, mostrar logros y rendir cuentas se suma la dificultad de llegar a las generaciones jóvenes

Demostrar el impacto sistémico y estar en todas las fronteras donde se nos pide que estemos, posibilita renovar el enganche con la gente, con las comunidades con las que trabajamos, con las personas que nos apoyan. La relación con activistas, socias y donantes está en evolución. A la necesidad de afianzar la confianza, mostrar logros y rendir cuentas se suma la dificultad de llegar a las generaciones jóvenes. El reto es mantener una base social fiel, aunque exigente en la gestión, y al tiempo conectar con nuevos públicos que demandan más apertura, que se casan poco con las causas globales y mucho con las causas concretas. No es fácil para organizaciones grandes, que han generado estructuras fiables, aunque pesadas, tener esta apertura y flexibilidad. Resulta sin embargo esencial para retener y crecer en apoyos, también en el económico.

Más honda es, si cabe, la demanda para desplazar el poder de estas organizaciones hacia el Sur. O más bien, la necesaria distribución del poder en el interior de las ONGi y hacia movimientos sociales y organizaciones aliadas. Tanto el movimiento Me Too-Aid Too como el Black Lives Matter-Decolonizing Aid, además de enfrentar cualquier tipo de abuso y exigir diversidad y equidad, apuntan al manejo del poder en las organizaciones: al quién, al dónde y sobre todo al cómo se toman las decisiones. Definitivamente es tiempo de escuchar más, ceder liderazgos, saber jugar roles secundarios y reconocer el protagonismo de quienes están en la primera línea de las crisis humanitarias, de las resistencias y luchas sociales.

Es tiempo de escuchar más, ceder liderazgos, saber jugar roles secundarios y reconocer el protagonismo de quienes están en la primera línea de las crisis humanitarias, de las resistencias y luchas sociales

Necesitamos una suerte de nuevo contrato social entre quienes respaldan, con sus mejores energías y recursos, la solidaridad internacional, y quienes tienen el conocimiento y la experiencia vital por haber crecido donde las injusticias son más severas. Aunque es indispensable, no es un contrato evidente, ya que las expectativas y referentes son diversos y a veces pueden entrar en contradicción. Máxime cuando un interlocutor relevante para las ONGi es un gobierno o agencia de un país desarrollado. La tendencia entre buena parte de los donantes institucionales apunta a dar más vueltas de tuerca en los requisitos asociados a la financiación, sea en el lado de la eficiencia, resultados y reporte o en el de las condicionalidades e intereses vinculados con la ayuda: seguridad y control migratorio a la cabeza.

Dicho lo anterior, sigue siendo mucho lo que nos une a todas las personas que sentimos la pulsión por enfrentar las desigualdades allá donde se encuentren, desde un profundo sentido universalista. No sobra nadie que quiera dedicarse honestamente a trabajar por una migración justa, por la equidad de género, por un sistema económico que no descarte a millones y arrase el planeta. No sobra nadie que quiera defender el espacio de la sociedad civil, de organizaciones críticas y defensoras de derechos humanos, frente a gobiernos autoritarios y regímenes represores que cierran, expulsan e incluso asesinan a quien alza la voz.

Las injusticias no caen del cielo, son provocadas y sostenidas por el poder y el privilegio de algunos

Las ONGi se están transformando. Tal vez no al ritmo requerido por los tiempos, pero desde luego en profundidad. Mirando honestamente los desafíos apuntados y tomando decisiones en consecuencia. Dejo el puesto estimulado por el nuevo marco estratégico de Oxfam que reafirma su vocación por los cambios sistémicos, por renovar alianzas y roles, por revisar cómo trabajamos. Inspirado por mis colegas y de forma especial por las Oxfam de África, América Latina y Asia, organizaciones sociales de cada país, que se la juegan en su suelo y con las que nos abrazamos en red. Tan retado como apoyado por los equipos, especialmente por los que están en las fronteras, en las crisis humanitarias, pero también en calles, oficinas y tiendas.

Y, sobre todo, dejo una organización honesta con sus valores y valiente en sus posiciones. Las organizaciones internacionales serán activistas o no serán nada. Las injusticias no caen del cielo, son provocadas y sostenidas por el poder y el privilegio de algunos. Con humildad y rigor, con pasión, estoy seguro de que Oxfam seguirá cerca de las personas, diciendo la verdad al poder y empujando la frontera de la justicia social un metro más allá, cada día.

Gracias por tanto.

Chema Vera, ex director ejecutivo de Oxfam.

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