Minería sin mercurio en las profundidades de Colombia
En uno de los países con la mayor emisión ‘per cápita’ de esta sustancia en el mundo, una familia se niega a usarlo para extraer oro
La minería que practica la familia Hurtado Rodríguez en un pequeño poblado ubicado al sureste de Colombia, en el departamento del Valle del Cauca, no necesita mercurio.
Yonan Hurtado, de 39 años, explica que alguna vez escuchó que, selva adentro, los grandes extractores que emplean retroexcavadoras y enormes dragas para sacar el oro, son los que usan mercurio. “¿Cómo es el mercurio?”, pregunta. Ante la descripción de aquel pesado metal, plateado, brillante y viscoso, el hombre concluye: “La verdad, me lo imaginaba de otra manera”.
Al escuchar la conversación, Mélida Hurtado, 38 años, un cuerpo tonificado como de atleta olímpica, trae entre sus manos una corteza parecida a la del coco cuando es pelado. Se refiere a ella como “cáscara”, llena su batea de agua y se frota las manos con la corteza. Al cabo de un par de minutos empieza a forjarse un líquido espeso, pesado, parecido a la clara de un huevo: “Con esto cortamos el oro, mejor dicho, lo separamos de la jagua [arenilla] hasta dejarlo bien finito. Usamos otras plantas como la escobilla o la babosa, pero, como hay tantas en el monte, se varía de acuerdo con la que se encuentra”.
Esta familia es una excepción en Colombia. En centenares de niños y niñas que viven en pueblos de la Amazonía colombiana, junto a los ríos Caquetá, Cotuhe y Apaporis, se detectó mercurio en el pelo en niveles que duplican los que las agencias sanitarias globales consideran altos y preocupantes. Algo parecido sucede en todo el país: este es uno de los que cuenta con la mayor emisión per cápita de mercurio en el mundo.
El mercurio es un metal que enferma sobre todo el sistema nervioso. Se emplea para amalgamar oro y en diferentes departamentos –sobre todo en Antioquia, Bolívar, Caquetá, Chocó y Putumayo– hay explotación de oro de aluvión en más de 100.000 hectáreas, algo así como tres veces la ciudad de Medellín. En esa ciudad es donde más fácil se consigue el recurso, porque está a mitad de camino entre los departamentos con más minería informal.
Se vende en sitios web como Mercado Libre, por ejemplo, camuflado de “producto esotérico para rituales”. La oferta consiste en un diminuto frasco de perfumería con dos gotas adentro, vale 5.900 pesos (1,5 euros) y, según la creencia popular, sirve para atraer la abundancia y la buena suerte. Una vez que se realiza la compra y, ante la pregunta de si se puede adquirir en cantidades superiores, el vendedor dice que dispone de la cantidad que el cliente precise. El kilo cuesta un millón de pesos (250 euros) y está a disposición del interesado en cuatro o cinco días.
Colombia importa cada año legalmente unas pocas toneladas de mercurio desde México, por unos 195.000 euros, declarado como para fines industriales. En principio, no están destinados a la minería. El mercurio entra en el país escondido en botellas de Inka Cola desde Perú (con un azogue probablemente hecho en México), o desde Brasil a través de la ruta de otras actividades ilegales como el tráfico de drogas y la trata de personas. El oro “podría ser 20 veces más rentable que la cocaína”, según informó en 2017 el exministro de Minas y Energía, Germán Arce. Colombia rubricó en 2018 el Convenio de Minamata y el presidente Iván Duque prohibió la producción y comercialización de productos con mercurio añadido en 2021. No obstante, en las minas de oro se usa tanto o incluso más que antes.
El oro no alcanza
Victoria Hurtado, de 41 años, es la hermana mayor de Yonan. Es una mujer afro, corpulenta, de voz enérgica y manos magnas. Los Hurtado Rodríguez son una familia de mineros ancestrales, desplazada por la violencia en 2007 desde El Patía, un pueblo ubicado en el corazón del departamento de Nariño, a 260 kilómetros al sur de donde actualmente viven desde 2014 con sus seis hijos, su madre, 11 de sus hermanos y la numerosa descendencia de cada uno: en total son 54 personas.
Victoria va todos los miércoles al municipio de Dagua; a 30 minutos en un jeep que la transporta por 5.000 pesos (1,25 euros) montaña arriba, a la Casa de la Mujer Empoderada, para sus estudios en gastronomía. Cada día prepara decenas de almuerzos cuyos menús varían de acuerdo con lo que consigue: pollo, pescado, hígados de res, arroz, plátanos fritos y ensaladas. Luego, alguno de sus sobrinos los lleva en moto, dentro de recipientes plásticos. La mujer los vende estas colaciones por 8.000 pesos (dos euros) a los mineros que, como ella y su familia, trabajan en las profundidades de la selva adyacente.
Vender almuerzos le significa a Victoria una entrada extra y fija, ya que el oro que rebusca cada día no le da sino para mantenerse en pie: con mucha suerte alcanza a juntar una o dos décimas (entre 0,10 y 0,20 gramos), que podría vender por unos 24.000 pesos (seis euros). En el mercado solo le compra de un gramo para arriba. “Es mejor juntar varios gramos, pero en eso se me pueden ir semanas o meses y el cuerpo no aguanta”, reconoce. Cuando se le pregunta por sus ilusiones, dice que sueña con que sus hijos sean profesionales y no arriesguen más su integridad con la minería. Tiene muchas expectativas puestas en la mayor: “Está loca por entrar a la policía”.
El oro y la coca
Siete de cada diez kilogramos del oro que Colombia produce es ilegal, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC). Además, la mitad se extrae de áreas protegidas y en la tercera parte de los lugares en donde se obtiene también se cultiva coca. La embajada de Estados Unidos denunció que las zonas donde más oro se produce son las mismas que controlan el Clan del Golfo y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), organizaciones con vínculos comerciales con el Cártel de Sinaloa en México. Como sucede con el tráfico de cocaína, el principal destino del oro –que se exporta legalmente por 970 millones de euros cada año– es justamente Estados Unidos, seguido por Italia (633 millones) y Emiratos Árabes Unidos (161 millones).
Las viviendas de la familia Hurtado Rodríguez, al estar emplazadas sobre el corredor vial más importante del occidente del país, están expuestas a las BACRIM (Bandas Criminales), que convirtieron a esta región que desemboca en el distrito portuario de Buenaventura en una de las más peligrosas del país. Tan solo en 2021, según la ONG Indepaz, en el departamento del Valle del Cauca, se registraron nueve masacres que sumaron 48 víctimas. Para el mismo año, Buenaventura registró el número más alto de muertes violentas en Colombia: 186. Este fenómeno también está ligado a los conflictos entre clanes de narcotraficantes y a la falta de asistencia estatal, tanto para la protección como para el acceso a los servicios públicos o sociales.
Lo informal y lo ilegal
El eco de las aguas del río Dagua intenta equilibrar la tranquilidad de la casa a propósito del perpetuo ruido de la carretera. Victoria camina 500 metros hasta un camino que fue abierto con sus propias manos, entre palmas y vegetación inidentificable. En la entrada, otro hermano de Victoria hace las veces de seguridad. Saluda amablemente y da la bienvenida a “la oficina”, una pequeña depresión de tierra, a metros del hirviente cemento de la carretera y a orillas del Dagua. Victoria muestra, orgullosa, la mina que su familia lleva construyendo varias semanas.
“Cubo”, le llama. Es un hueco en la tierra, como un pozo, pero sellado por largos trozos de maderas que cumplen la función de contener las paredes que se forman a medida que se va dragando. La idea consiste en hacer una excavación de alrededor de 15 metros. Yonan y Victoria confían plenamente en que en esas profundidades será posible encontrar la tierra que esconde el oro. Ahora bien, lo que pueda llegar a ser recolectado no alcanzaría para pagar ni el sudor derramado ni el tiempo empleado en la construcción del cubo: 100 gramos son una utopía y esperan, por lo menos, llegar a la mitad. 50 gramos de oro equivalen a poco más de siete millones de pesos (1.800 euros), una cifra que alcanzaría para proyectar la construcción de otro cubo, renovar o hacer el mantenimiento de algunas herramientas esenciales y brindar las tres comidas de un día a cada una de las 54 personas que, entre madre, hijos, nietos, bisnietos, yernos y nueras, conforman la familia cercana.
Yonan trabaja solo, a cuatro metros por debajo de la tierra. No lleva casco ni arneses ni ningún tipo de protección. Para bajar se sienta en una suerte de columpio que, poco a poco, van soltando sus hermanas Victoria y Mélida. El hombre no para de sacar barro y ponerlo en improvisados baldes hechos con despojos de galones plásticos para enviarlos por una polea a la superficie. Para subir, jala una gruesa cabuya y vuelve a sentarse en el columpio, mientras sus hermanas triplican el esfuerzo. Ya arriba, estas entrañas de la tierra son arrojadas a la pendiente que desemboca en el río. El resto del día consiste en sacar una piedra que obstruye la excavación. “Esa roca tranquilamente puede pesar media tonelada”, asegura Gilbert Hurtado, de 34 años, otro hermano de Victoria, que abandonó la minería porque un accidente le destrozó un brazo.
Una vez se excaven los 15 metros y se alcance la anhelada tierra, se emplean cajones para subir la arena y empezar a lavarla hasta encontrar el oro, usando el agua del río y las bateas. Mientras Gilbert habla, los más chicos de la familia juegan alrededor del cubo a hacer pequeños hoyos. Gana el que más rápido saca barro y lo arroja al río. Gilberto los mira y dice: “Es nuestra identidad”.
Alternativas al mercurio
La escobilla o sida rhombifolia, según el biólogo de la Universidad Nacional de Colombia Camilo Benavides, es una maleza selvática colombiana que se puede encontrar a no más de 200 metros sobre el nivel del mar. Los componentes bioquímicos que contiene en altas cantidades (como la efedrina, las saponinas o la colina) reaccionan al ser estrujados con agua, generando un engrudo viscoso que funciona, como el mercurio, como ácido desestabilizador de las callosidades más pequeñas de la tierra. La diferencia, aseguran los Hurtado, es que mientras el mercurio es tóxico para la salud, esta planta la usan para tratar afecciones urinarias, gripes, diarreas y hasta para regular fiebres. Benavides puntualiza que el mercurio es mucho más eficaz y para la minería a gran escala funciona mejor: “La minería con maquinaria pesada extrae kilos, y limpiar esos kilos implicaría cientos de manos y toneladas de escobilla”, subraya.
Diana Vanegas, doctora en Ingeniería Agrícola y Biológica, e investigadora de la Universidad de Clemson (Estados Unidos) sostiene que hay otras alternativas, como la fitominería, pero que funcionan de acuerdo a las condiciones de los suelos. “También se puede invertir en una retorta (una vasija cónica) que sirve para reducir la cantidad de mercurio y controlar que no se disperse en el ambiente”. Además, si el suelo no tiene sulfitos, se puede usar el método del bórax. “Es una técnica más barata que el mercurio y rinde igual, pero para esta o cualquier alternativa hace falta capacitar a la gente”, señala.
Vanegas afirma que la escobilla no fue estudiada científicamente pero que no es la primera vez que ve lideresas mujeres encontrando la manera de subsistir sin dañar el entorno y usando métodos tradicionales. Opina también que el mercurio es cosa de hombres. “Las mujeres se interesan más por el medio ambiente y por buscar alternativas no contaminantes”.
En una primera versión de este reportaje, el titular era "Minería sin mercurio en el Amazonas colombiano", pero Cisneros está en el Valle del Cauca.
Este reportaje forma parte de la investigación 'La ruta del mercurio' de 'Late', que es posible gracias al Rainforest Journalism Fund con el apoyo del Pulitzer Center.
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