El éxodo rural somalí: “Abandonamos nuestro pueblo porque no llovía. Quiero quedarme en la ciudad para salvar a mis hijos”
La crisis climática y el conflicto obligan a millones de somalíes que viven en el campo a migrar a la ciudad, donde viven amontonados y tienen grandes dificultades para salir adelante. El aumento exponencial de la población urbana es una tendencia que se registra en toda África
La mayoría de los casi cuatro millones de personas que han huido de las zonas rurales a las urbanas en Somalia, un país con una de las tasas de urbanización más altas de África, no volverán a casa. Ni ahora ni nunca. El Estado del cuerno de África, que según Naciones Unidas tendrá en 2026 más personas viviendo en pueblos y ciudades que en zonas rurales, ejemplifica la intensificación de la urbanización en el continente: las ciudades africanas son las que más crecen en todo el mundo y han sumado desde 1990 unos 500 millones de nuevos ciudadanos, según el Banco Africano de Desarrollo.
Sahra Abdirahman Abdow, de 25 años, es una de esas personas que nunca regresarán al campo. Divorciada y con siete hijos, huyó a un campamento de la capital, Mogadiscio, hace dos meses. “Abandonamos nuestro pueblo porque no llovía. La tierra que cultivaba no me pertenecía. Quiero quedarme en la ciudad para salvar a mis hijos y darles una educación. No quiero que sufran las penurias de la vida en el campo. Quiero empezar una nueva vida abriendo un pequeño negocio, pero necesitaré ayuda para hacerlo”, cuenta la mujer.
Abandonamos nuestro pueblo porque no llovía. La tierra que cultivaba no me pertenecía. Quiero quedarme en la ciudad para salvar a mis hijos y darles una educación. No quiero que sufran las penurias de la vida en el campo.Sahra Abdirahman Abdow, refugiada somalí
Un antiguo agricultor de 50 años que vive en un campo de desplazados internos en las afueras de Mogadiscio narra los obstáculos de su experiencia en una urbe: “Aquí no tenemos una buena vida porque no sabemos cómo buscar trabajo en la ciudad”. Tres de sus siete hijos murieron de hambre por culpa de la sequía y asegura que no tuvo más remedio que abandonar la vida en su granja.
Refugees International, un grupo de defensa de los derechos humanos con sede en Estados Unidos, insta a cambiar de manera radical el planteamiento respecto a Somalia. En su nuevo informe, No hay vuelta atrás, pide a la comunidad humanitaria que adopte “un enfoque de la resiliencia centrado en las ciudades” para ayudar a las comunidades desplazadas de las zonas rurales a aprender nuevas capacidades que les permitan ganarse la vida en las zonas urbanas, ya que es ahí donde está su futuro. “A medida que los pastores se trasladan a las ciudades, las aptitudes de su profesión rural no suelen encajar en la vida urbana”, recuerdan.
Sin embargo, la recomendación de apoyar a las poblaciones desplazadas para que puedan vivir para siempre en los pueblos y ciudades de Somalia plantea tantas preguntas como respuestas. ¿Qué ocurrirá con las zonas rurales si se las abandona de forma permanente? ¿Aprovecharán el vacío los múltiples grupos armados que operan en Somalia? ¿Acaso el hecho de centrarse en proporcionar medios de subsistencia en las zonas urbanas acabará animando a quienes optan por permanecer en los entornos rurales a trasladarse a las ciudades, ejerciendo una mayor presión sobre la vivienda, las oportunidades de empleo y las infraestructuras físicas y sociales? ¿Qué ocurrirá si los nómadas y los agricultores pierden para siempre sus capacidades?.
Una de las autoras de la investigación de Refugees International, Sarah Miller, asegura que el objetivo no es “de ningún modo que se olvide o ignore a los habitantes de las zonas [rurales]”. Pero puntualiza que, pese a la intensificación de la urbanización, “el enfoque actual pasa por alto a gran parte de las personas que necesitan protección y asistencia”. A medida que la gran mayoría de la gente se dirige a las zonas urbanas, “se produce una mezcla de antiguos y nuevos desplazados internos, que tienen necesidades drásticamente diferentes, junto con la mayor población de pobres urbanos, que también están muy necesitados”.
No es de la misma opinión el enviado presidencial especial de Somalia para temas relacionados con la sequía, Abdirahman Abdishakur Warsame, para quien sería un error prestar tanta atención a los desplazados internos en las zonas urbanas: “Hay que centrarse en las causas profundas de los problemas que provocan el desplazamiento, no en los síntomas. Hay que ayudar a la gente antes de que huya de las zonas rurales. Los conflictos, el cambio climático y la inseguridad alimentaria son las principales causas de los desplazamientos y son estos problemas los que hay que resolver. De lo contrario, la crisis durará eternamente”, ha explicado en conversación con Bilan Media.
Somalia sufre la peor sequía de las últimas cuatro décadas. Según Refugees International, “la principal causa del desplazamiento interno en Somalia actualmente son los efectos del cambio climático”. El país ha experimentado un número sin precedentes de temporadas sin lluvias seguidas de inundaciones devastadoras que han provocado la muerte de tres cuartas partes de la ganadería del país. A diferencia de sequías anteriores, muchos nómadas no pueden permitirse reponer sus rebaños. Su modo de vida ha quedado destruido para siempre, aunque muchos somalíes siguen considerando el pastoreo como el modo de vida más noble y honorable.
Pero la búsqueda de refugio en la ciudad no es fácil. Para muchos de los casi cuatro millones de desplazados de Somalia —lo que supone cerca de una cuarta parte de la población del país— la vida en las zonas urbanas es poco o nada mejor que la vida que tenían como agricultores o nómadas. La mayoría vive en refugios hechos a base de ramas de árboles, láminas de plástico y telas viejas en campamentos a las afueras de los pueblos y las ciudades. A diferencia de la mayoría de los países con grandes poblaciones de desplazados concentradas en unos pocos asentamientos de gran tamaño, Somalia tiene más de 2.400 emplazamientos, el 85 % de los cuales son campamentos informales en terrenos privados. A medida que aumenta la presión sobre el espacio urbano, decenas de miles de personas han sido desalojadas por la fuerza de estos campamentos en los últimos años.
Con una tasa de desempleo en Somalia que, según el Gobierno ronda el 70%, la búsqueda de trabajo para los desplazados recientes es especialmente compleja. La mayoría busca trabajos no cualificados como peones, porteadores y limpiadores, pero existe una gran competencia por estos puestos, que pagan entre dos y cuatro dólares (entre 1,86 y 3,72 euros) al día.
Abdiqadir Mohamed, de 53 años, lleva un año viviendo en un campo de desplazados internos en Mogadiscio. Todos sus animales murieron después de que se secara el río en su zona natal del Bajo Shabelle. “Vine aquí con mi mujer y mis 10 hijos. Caminé durante una semana sin zapatos. Ocasionalmente, consigo trabajo en la construcción, pero es irregular”, dice. Mi mujer a veces limpia casas y lava ropa”. Y continúa: “No tengo planes de volver al campo, aunque para mí es un reto vivir en una ciudad, ya que solo sé llevar una vida rural”.
Pero junto a los nuevos desplazados rurales, hay otros ciudadanos de las urbes que son considerados todavía desplazados internos. Algunos llevan hasta tres décadas —desde el estallido de la guerra civil a finales de los ochenta y principios de los noventa— viviendo en campamentos en zonas urbanas. Para Refugees International, “muchos desplazados internos de larga duración se asemejan más a los pobres de las zonas urbanas y tienen necesidades diferentes a las de los recién llegados”.
A medida que la gran mayoría de la gente se dirige a las zonas urbanas, se produce una mezcla de antiguos y nuevos desplazados internos, que tienen necesidades drásticamente diferentes, junto con la mayor población de pobres urbanos, que también están muy necesitadosSarah Miller, autora del informe 'No hay vuelta atrás'
La inseguridad y el aislamiento de los desplazados
Otro de los grandes problemas en las zonas urbanas es la inseguridad, incluso en las denominadas “zonas controladas por el Gobierno”, donde grupos e individuos armados siguen perpetrando ataques en pueblos y ciudades. Según Refugees International, “muchos actores humanitarios se encuentran aislados de gran parte de la población debido a las restricciones de seguridad, incluso en la capital”. El informe de la organización cita a trabajadores humanitarios que afirman estar casi completamente aislados de los desplazados. “Hay algunos desplazados internos, sobre todo de grupos minoritarios, con los que nunca hemos hablado o a los que nunca hemos llegado de ninguna manera en todos estos años”, señala un trabajador de la ONU. Otro añade que “hay algunos desplazados internos, incluso en Mogadiscio, que no han visto una ONG en su vida”.
La situación es aún más arriesgada para las mujeres y niños, que según Naciones Unidas representan el 79% de los desplazados internos somalíes. Son los más vulnerables a la violencia sexual, especialmente en los refugios de los campos de desplazados internos, que son estructuras endebles sin nada parecido a una puerta con cerradura.
Como muchos de los que habitan en campos de desplazados internos, Hawa Sagar, de 60 años, vive en un hogar encabezado por una mujer. Huyó de la sequía en el distrito de Kurtubalay con su hija, que tiene seis hijos. Asegura que no tiene planes de regresar a su pueblo. “Mi hija trabaja como criada y yo cuido de los niños”, explica. “No tenemos ninguna ayuda. Necesitamos vivienda, comida, agua y aseos”.
Dar más poder en la toma de decisiones a las mujeres desplazadas es una de las medidas que defienden las organizaciones humanitarias, en parte porque las mujeres constituyen la mayoría de los desplazados y en parte porque cuando la ayuda se pone en manos de las mujeres, es más probable que llegue a quienes más la necesitan.
Pero mientras llega la ayuda, para muchos, como Abdiqadir, que llegó a Mogadiscio hace un año, no hay vuelta atrás. “La ciudad es mi futuro. No puedo volver a mi antigua forma de vida. Tengo que adaptarme a la vida urbana”.
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