Responsable ONU: “Si no actuamos rápido, el número de personas sufriendo hambre extrema va a aumentar notablemente en los meses venideros”
Un reciente informe alerta de un aumento de los países, en los que hay zonas donde la falta de alimentos y de agua es prácticamente total, una crisis impulsada en gran medida por los conflictos y los estragos climáticos
El panorama es desolador. El número de personas que no tiene qué comer ni hoy ni mañana aumentará de aquí a mayo de 2025. Los conflictos, pero también los estragos climáticos, azuzan el hambre, que se usa en algunos casos como arma de guerra, y los recursos que se destinan a la prevención y a la asistencia humanitaria han disminuido en 2024, por segundo año consecutivo. “Tenemos un problema muy serio en 22 países y en cinco de ellos la situación es catastrófica. Si no actuamos rápido, el número de seres humanos sufriendo hambre extrema va a aumentar notablemente en los meses venideros”, alerta Lola Castro, directora regional para América Latina y el Caribe del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU.
El tiempo apremia. El PMA, que facilita alimentos en más de 120 países y territorios, y otra agencia de la ONU, la FAO, acaban de publicar un informe ,en el que señalan la situación gravísima de cinco países: Sudán, Palestina, Sudán del Sur, Haití y Malí, donde, si nada ocurre, el conflicto, los desplazamientos masivos, los estragos climáticos y una ayuda humanitaria insuficiente pondrán en la cuerda floja la vida de cientos de miles de personas que no tienen acceso a los mínimos alimentos necesarios. A ellos se suman otros 17 Estados que rozan ya la catástrofe debido a la falta de comida y agua en condiciones. La ONU les llama los “puntos críticos” del hambre.
Pregunta. En la ONU evalúan el hambre de 1 a 5. ¿Qué significa en la práctica estar en una fase 5 o catastrófica?
Respuesta. Significa que te levantas por la mañana y no hay nada para desayunar. El día avanza y sigue sin haber nada para comer, como mucho algo que se consiguió saliendo a la calle, muchas veces hierbas hervidas, como ha sucedido en Gaza, para dárselas a los niños y evitar que lloren de hambre. Los padres y madres no comen. Y así días y días. Son familias que viven hacinadas, en su mayoría, desplazadas en lugares inadecuados, como precarias tiendas de campaña. Son personas que, además de no poder comer, tampoco pueden beber agua en buenas condiciones y no tienen acceso a ningún saneamiento. No hay baños dignos de ese nombre para hacer tus necesidades y esto afecta especialmente a las mujeres. Es decir, no tienen ninguna posibilidad de tener una vida medianamente normal. Es una situación desesperada.
P. ¿Qué alerta envía este informe?
R. Tenemos un problema muy serio en 22 países, cuatro más que en nuestro último informe de mayo, y en cinco de ellos la situación es catastrófica. Si no actuamos rápido, el número de seres humanos sufriendo hambre extrema va a aumentar notablemente en los meses venideros. Los conflictos, el cambio climático y las dificultades económicas están hundiendo a mucha gente en problemas que no se van a resolver rápidamente y que pueden empeorar. Necesitamos acceso seguro y más recursos para actuar, porque en términos proporcionales, el porcentaje de población de estos países que pasa hambre extrema es altísimo. Por ejemplo, en Gaza casi nadie está comiendo cada día y en Haití, casi la mitad de la población sufre inseguridad alimentaria. Es la segunda vez en la historia de América Latina y el Caribe que una población entra en una situación de hambre extrema, tras la registrada en 2022, también en Haití.
El conflicto es una de las mayores causas del hambre, porque limita el acceso a los alimentos y por eso el hambre puede considerarse en algunos casos un arma de guerra
P. Ustedes subrayan que los conflictos son el gran acelerador del hambre. ¿Se ha convertido el hambre en un arma de guerra?
R. En este momento, el conflicto es una de las mayores causas del hambre, porque limita el acceso a los alimentos y por eso el hambre puede considerarse en algunos casos un arma de guerra. En muchos lugares, vemos cómo se han destruido las infraestructuras básicas para que las personas puedan acceder a los alimentos y al agua. Hablo de carreteras, mercados, centros de apoyo nutricional a niños...
P. En este momento, la hambruna está confirmada en el campo de desplazados de Zamzam, en Sudán, pero ustedes reconocen en su informe que hay otras situaciones igual de graves, que, por falta de datos, no se pueden calificar como tal.
R. Para declarar la hambruna tienen que cumplirse ciertas condiciones y hay criterios que tenemos que confirmar. En Zamzam se ha logrado recolectar esas informaciones. Tenemos que ser cuidadosos a la hora de dar por hecho algo que no hemos podido contabilizar, pero sí, hay claramente zonas de catástrofe con posibilidad real de que ya se esté padeciendo hambruna en ellas. Nuestro objetivo es retirar al mayor número de personas de esa fase crítica, prevenir. La prevención es muy difícil de presupuestar y de evaluar, pero debe centrar nuestro trabajo. Hay que encontrar soluciones duraderas para no tener que brindar cada día ayuda humanitaria a poblaciones castigadas por el hambre.
P. En Haití, uno de los cinco países en situación catastrófica, un 18% de la población sufre inseguridad alimentaria extrema y 6.000 personas están en situación catastrófica, tal vez en hambruna. ¿Cómo es el acceso a las zonas más vulnerables y violentas?
R. El acceso se negocia día a día. Con las comunidades, con ONG, con asociaciones católicas y también con las gangs (bandas criminales). Si estos nos garantizan que van a respetar la ayuda humanitaria, vamos. De los 175.000 desplazados que hay en Puerto Príncipe, la capital, hemos tenido acceso ya a unos 130.000 o 135.000, pero el número aumenta cada día. Desde 2017, la situación empeora. Hace un año, el hambre se cebaba con los habitantes de la capital, pero ahora el conflicto se desplaza.
Los conflictos, el cambio climático y las dificultades económicas están hundiendo a mucha gente en problemas que no se van a resolver rápidamente y que pueden empeorar. Necesitamos acceso seguro y más recursos para actuar
P. Entonces, el hambre también.
R. Eso es. Las bandas comienzan a actuar en zonas productivas del país donde hasta ahora se podía tener una vida más o menos normal. La gente no puede acceder a sus campos, no puede circular por las carreteras, no puede vender su producción y a menudo se ve extorsionada por criminales. Si no pagan, les matan. Hablamos de personas que antes eran autosuficientes y ahora se suman a las filas de los hambrientos. Hasta este momento, solo habían sufrido la falta de alimentos por huracanes o terremotos.
P. Alguna noticia positiva habrá en medio de este desastre.
R. Las hay. Por ejemplo, la Gran Muralla Verde contra la desertificación, en el Sahel. Medio millón de personas han dejado de pasar hambre gracias a este nuevo sistema de trabajo, en el que participan diversos gobiernos y agencias de la ONU. Otra nota que nos inyecta optimismo es que en África mucha de la comida que se compra para brindar ayuda humanitaria es producción local. Y otro aspecto positivo son los manglares, que en muchos lugares se cortaron y si volvemos a plantarlos evitamos que el agua entre en los cultivos costeros y favorecemos que haya peces y mariscos aptos para el consumo en esa vegetación. Lo estamos haciendo en América Latina y el Caribe.
P. Es una manera de paliar también los estragos del cambio climático, otro de los motores del hambre.
R. Antes, fenómenos como El Niño y La Niña ocurrían cada dos o tres años, ahora llegan cada año. Es muy preocupante. Este año, en América Latina y el Caribe hemos tenido incendios en Amazonia, inundaciones provocadas por huracanes que se presentan fuera de temporada, sequías en Centroamérica que provocaron la pérdida de un 25% de las cosechas y a las que están siguiendo inundaciones... Nadie puede cuestionar ya el efecto terrible del cambio climático en todos nuestros países.
P. Desde hace tiempo, está sobre la mesa la necesidad de descentralizar la cooperación y dar más protagonismo a los actores locales en la labor de prevención y puesta en marcha de soluciones duraderas.
R. Estamos cada vez trabajando más con las comunidades para mejorar la vida de la gente. Los sistemas alimentarios no funcionan bien, están llenos de desigualdades y contradicciones. Hay que adaptar los sistemas agrícolas, diversificarlos para hacerlos más resilientes al cambio climático y que la producción no se vea paralizada en caso de fenómeno extremo. Damos mucha importancia a los saberes ancestrales para resolver problemas de alimentación. Por ejemplo, en Sudamérica hay unos 600 cereales, pero la gente come tres o cuatro. Y las comunidades también son cruciales en el respeto de la biodiversidad. Cada día perdemos semillas, plantas o animales que nos pueden ayudar a sobrevivir.
P. La ayuda humanitaria decrece. Para 2024 la ONU lanzó un llamamiento de unos 49.000 millones de dólares y en agosto solo se había logrado un 29% de este monto. La cantidad es aún menor que la lograda en 2023 en ese mismo periodo. ¿Somos menos generosos o hay más necesidades?
R. El dinero está, pero tal vez no se está poniendo en el lugar correcto y además, las necesidades siguen aumentando. Los fondos se están usando sobre todo en los conflictos, que parecen entrar en competición directa con las personas afectadas por el hambre, el cambio climático o las crisis económicas.
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