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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

La tecnología mueve el mundo... y las necesidades de las favelas

Aline Fróes, emprendedora social, forma a través de su empresa Vai na Web a los habitantes de un barrio chabolista de Río de Janeiro

Vai na Web
Aline Fróes, fundadora de la empresa social Vai Na Web.Jacson Lima

Aline Fróes (1987) es emprendedora social en tecnología. La encontramos en el Morro dos Prazeres, la favela más alta de Río de Janeiro, donde tiene oficinas de la empresa que lidera desde 2015, Vai Na Web (VNW). “Reinvertimos el 100% de nuestros beneficios. Formamos personas de las favelas y periferias pobres de Río en tecnología digital avanzada para desarrollar software dentro de las favelas. Generamos conocimiento y valor localmente”, explica Aline.

Morro dos Prazeres tiene unas vistas de quitar el aliento. En plena ola de calor, los vecinos de la favela, siempre saludando y sonriendo, subían transportando pesados muebles y materiales de construcción, compras, niños en brazos, bicicletas. El hecho de residir en una favela puede significar un obstáculo para conseguir una entrevista de trabajo. “Las empresas suelen contratar profesionales cuyas familias pueden financiar sus estudios. En los raros casos de contratación, es común sufrir discriminación o acoso”, apunta Froés.

No exentas de críticas, hay un auge de empresas promocionando mejorar el mundo a través de la tecnología. “Es común que las empresas, también las de tecnología, consideren las zonas de pobreza y exclusión social como mercados a explotar o plataformas de marketing para construir narrativas de sostenibilidad. Pero los impactos positivos y el valor local que generan a través de los proyectos que promocionan como ‘de sostenibilidad’ no son reales, sino extraídos en forma de ganancias que acumulan unos pocos socios detentores de recursos y poder. Por lo menos aquí, ni siquiera conocen a las personas a las que publicitan ayudar”.

Hay extensiva literatura sobre la explotación de zonas de pobreza que Froés menciona, como La fortuna en la base de la pirámide (BoP por sus siglas en inglés), del economista y profesor C. K. Prahalad. Este autor aboga por reducir márgenes de beneficio por producto para aumentar las ventas y maximizar ganancias en estas zonas. Bajo la crítica de gran parte de la comunidad científica, la BoP ganó identidad como estrategia y se puso de moda entre emprendedores, compañías emergentes y empresas que quieren decirse sostenibles.

En la misma línea de Prahalad encontramos a Marcelo Neri, exministro de Asuntos Estratégicos de Brasil (2013-2015) quien publicó A nova classe média: O lado brilhante da base da pirâmide (la nueva clase media: el lado brillante de la base de la pirámide). Con esos enfoques, no es de extrañar que el 0,0003% de la población mundial acumule tanta riqueza como 60% de la población.

Fróes argumenta que, mientras la desigualdad avanza, las empresas de tecnología concentran riqueza. “De las 10 empresas más valiosas del mundo, ocho son de tecnología. La tecnología es la herramienta que mueve el mundo, pero tenemos que reorientarla en el sentido correcto: solventar necesidades sociales. Creemos en el empoderamiento de las personas pobres, como colaboradores o empleados en funciones estratégicas, para crear soluciones. Hay mucha capacidad creativa e innovadora en estas personas, que deben ser parte de la solución”, zanja.

Hay cierto consenso en la comunidad científica de que los proyectos promocionados como “de sostenibilidad” por empresas, además de no generar los impactos positivos (tan de moda), los generan negativos. Una de las razones es que estos imponen valores que replican nuestro competitivo e insostenible sistema. Ignoran lo local: las capacidades colaborativas, los conocimientos innovadores y las culturas resilientes y perseverantes. En consecuencia, se genera frustración y disminución de autoestima entre las personas beneficiadas que, a menudo, abandonan los proyectos. “Las empresas tienen que ser más humildes y menos cortoplacistas. Deben dejar de diseñar proyectos alejados de la realidad, acercarse a las comunidades y hacer proyectos a largo plazo. La práctica común es hacer proyectos de un año, que es muy poco tiempo para generar impacto social.”

En start-up y empresas tecnológicas es común encontrarnos con la idea: “la tecnología nos salvará”. Sin embargo, las personas que más saben sobre los retos –por ejemplo, aquellas que viven bajo condiciones de pobreza– a menudo no son involucradas de manera adecuada en el diseño de las soluciones, como recoge el informe Las fronteras de la tecnología de impacto, de Good Tech Lab. Estas entidades generan ganancias comercializando tecnología, se dicen sostenibles, pero su contribución real para solventar los retos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es cuestionable.

“En Vai Na Web (vete a la web) tenemos una escuela gratuita de tecnología para atender a los desafíos de la economía digital con personas que vivencian en sus carnes la pobreza (ODS1) y las desigualdades (ODS10). Además, realizamos intercambio de conocimiento. En 2019 recibimos 60 estudiantes de la Universidad de Ohio en la favela para enseñarles impacto social a través de la práctica, sobre el terreno”, cuenta Fróes. Esta es una práctica de aprendizaje por experiencia (experiential learning) que puede ser eficaz para involucrar los alumnos de hoy, que serán los líderes de mañana. De esta manera, adoptan criterios sociales y medioambientales de forma genuina, más allá de las narrativas, en sus procesos de toma de decisiones que siguen moldeando nuestros insostenibles sistemas, algo que he analizado en una investigación para la Universidad de Oxford.

Está comprobado que la sociedad no cree en los impactos que las empresas afirman realizar en sostenibilidad. No obstante, si se relacionan adecuadamente con las comunidades –empezando por intentar comprender el contexto, escuchándolas, reconociendo el valor de sus conocimientos y culturas– es posible generar impactos más genuinos y contribuir para una sostenibilidad más auténtica; una basada en criterios sociales y medioambientales, e impulsora de una economía a servicio de las personas.

Así, como VNW, las empresas podrán diferenciarse de las prácticas ordinarias de la sostenibilidad corriente y construir confianza real con la sociedad, posicionándose y generando a su vez valor para sus negocios. Como argumenta Aline Fróes, hay que abandonar la percepción del “mercado consumidor carente de ayuda” y saber relacionarse auténticamente con las comunidades desde la humildad, trabajando con y para sus gentes.

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