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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez
BRASIL
Tribuna
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El asalto a los tres poderes de Brasil: un análisis en clave social

Urgen líderes auténticos, capaces de transformar sistemas educativos, unir sociedades y ayudar a empresas tecnológicas a encontrar el camino del éxito

Un trabajador reemplaza los vidrios destrozados en el Palacio de Planalto en Brasilia (Brasil),después de que los bolsonaristas radicales tomaran el 8 de enero la Plaza de los Tres Poderes para invadir los edificios gubernamentales, en Brasilia (Brasil).Foto: ANDRÉ COELHO (EFE) | Vídeo: EPV

El año 2023 empieza con una noticia que abre informativos en todo el mundo. El 8 de enero, miles de votantes de Bolsonaro, vándalos extremistas sin educación, asaltan instituciones brasileñas en el Distrito Federal.

Entre esos extremistas hay perfiles diversos. Unos ejecutan las barbaries: bloquean, invaden, rompen, agreden. Otros manipulan y movilizan: reenvían vídeos vandálicos, articulan, financian, estructuran. Los manipuladores a menudo provienen de una élite empresarial, política, que, gracias al vandalismo, es ahora más visible. Destaco dos reflexiones sobre esos extremistas, trazando paralelismos con España: la calidad de su educación y la mensajería tecnológica como arma clave de su manipulación.

La baja calidad de la educación recibida por los ejecutores es evidente. Estos se manifiestan contra símbolos que representan, también, a la misma élite que perciben como aliada, pero que los manipula. Destruyen los muebles de diseño, la cultura, los espacios, las instituciones. Esos símbolos equivalen a millones de euros del patrimonio de la patria que, contradictoriamente, estos ejecutores claman amar.

Igualmente, la mala calidad de la educación de la élite manipuladora se desnuda. No les importa la amenaza a la democracia conquistada por sus padres. Tampoco la seguridad de las calles que sus hijos transitan. La educación que recibieron no fue capaz de ampliar su percepción del mundo más allá de sus ombligos: “Yo primero”. Su sensibilidad se limita a sus objetivos individuales. Por ejemplo, amasar mayores fortunas y pagar menos impuestos, aunque a costa de la educación y la salud del pueblo, cuyo hambre puede llegar a amenazarles en sus calles.

Las redes sociales tecnológicas nos envían información sesgada para facturar sobre nuestros tiempos de pantalla y likes. Los sesgos eliminan un lenguaje común que nos permita comprendernos, haciéndonos hipermanipulables, o ‘antimodernizables’

Esos extremistas, ejecutores y manipuladores, ignorantes y ajenos a la construcción de conocimiento riguroso, son los que el filósofo Bruno Latour define como “antimodernos”: aquellos que desde lentes medievales exaltan valores y preceptos ilusoriamente patrióticos y religiosos ignorando la ciencia. Los antimodernos atacan valores como la justicia social o la democracia, que los modernos (postmedievales que perciben el mundo a través del agotado binomio izquierdas-derechas) vacían de significado distanciándose del pueblo. Dejan el pueblo huérfano de representatividad. Preparan el terreno para que los antimodernos aterricen, manipulen y convenzan al pueblo que adoptan. Lo aclaro.

En Brasil, como en España, los modernos panfletean sus planes de impacto, sostenibilidad, escucha, transformación. Mientras tanto, los antimodernos, bajo su estrategia de marketing político y posicionamiento para llegar al poder, se acercan de verdad al pueblo huérfano.

Estratégicamente, Bolsonaro se bautizó como evangélico, conquistando su principal bastión de votantes, el pueblo huérfano. Ahora, ya tarde, políticos modernos brasileños persiguen alinearse con los valores evangélicos sin perder el voto moderno. Vinicius do Valle, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de São Paulo y politólogo, autor del libro Entre la Religión y el Lulismo, argumenta: “Los progresistas deben de dialogar con los conservadores evangélicos si quieren progresar”.

Habitualmente hago proyectos de sostenibilidad con exlíderes del narcotráfico de Brasil que ahora lideran proyectos sociales. A menudo, al dejar la criminalidad, también se hacen evangélicos y alguno incluso pastor. El proceso es tan potente, que he visto a más de uno desmayarse en las ceremonias de conversión al evangelismo a las que me invitaron.

[Los extremistas] destruyen los muebles de diseño, la cultura, los espacios, las instituciones. Esos símbolos equivalen a millones de euros del patrimonio de la patria que, contradictoriamente, estos ejecutores claman amar

La iglesia evangélica, cuyos objetivos no son transparentes, supo acercarse, sobre el terreno, al pueblo huérfano. Tiene la humildad de hablar su lenguaje, conocer y valorar su rica cultura. Resuelve problemas. No pierde el tiempo creando modelos estructurados en diapositivas para generar impacto. La red evangélica reestructura familias, recupera drogodependientes y criminales, genera renta para esos huérfanos de la sociedad y del Estado, enseñándoles y apoyándoles a emprender y a emplearse.

En clave europea, en 2015 el partido neonazi fue la tercera fuerza política más votada en las elecciones presidenciales griegas. Por aquel entonces, colaboraba en proyectos sociales de autogestión en Grecia. En la favela de Pérama, como en la madrileña Cañada Real, que es la mayor favela de Europa, me deparé con fenómenos equivalentes. Familias exizquierdistas, huérfanas del Estado, votando a los extremistas antimodernos.

La mensajería tecnológica como arma clave de manipulación

Cambridge Analytica fue decisiva en la elección de Donald Trump en 2016. Evidenció la tecnología y las redes sociales como arma clave de manipulación por los antimodernos.

La profesora emérita de Harvard Shoshana Zuboff publicó sobre el proyecto de sociedad más destructor, autoritario y concentrador de riquezas de la historia humana. Es el proyecto más perverso porque es invisible. No se ve la sangre como en las dictaduras antimodernas. Emprendimientos tecnológicos buscan automatizarnos mediante ingeniería de comportamiento.

Nuestra automatización ocurre a través del control constante de nuestro comportamiento. Como sociedad, ya estamos adictos a pantallas y likes; lo que nos anula como individuos y seres humanos, argumenta Zubboff. Somos expropiados de lo humano: de nuestra capacidad de ser autónomos y de construir significado propio para nuestra existencia. En otras palabras: perdemos la capacidad de decidir, encontrar propósitos, ver y percibir nuestro alrededor físico.

[Los modernos] dejan el pueblo ‘huérfano’ de representatividad. Preparan el terreno para que los antimodernos aterricen, manipulen y convenzan al pueblo que adoptan

Por ejemplo, muchos exponen sus vidas e intimidades en “acuarios de cristal”. ¿Qué poder les concedemos a las redes sociales? ¿Quién decide qué consumes, dónde vas, qué rutas eliges? El poder de esos emprendimientos tecnológicos es inimaginable. Algunas personas llegan a delatar sus actos criminales subiendo vídeos a las redes, sean manadas violadoras en España o vandálicas en Brasil.

Asimismo, comprueba Zeynep Tufekci, profesora de las Universidades de Columbia y Harvard y columnista del The New York Times, las redes sociales tecnológicas nos envían información sesgada para facturar sobre nuestros tiempos de pantalla y likes. Los sesgos eliminan un lenguaje común que nos permita comprendernos, haciéndonos hipermanipulables, o antimodernizables.

Lula, y el partido que lidera, se equivocaron en años anteriores. Sin embargo, no hay otro líder con su capacidad de transformar una educación coja, encontrar lenguajes comunes, establecer diálogos de calidad, involucrar y unir el país y países (China, Estados Unidos, Italia o Rusia, inmediatamente manifestaron apoyarle), e involucrar a las empresas tecnológicas en proyectos comunes de sociedad bajo nuevos contratos sociales. Volver a defraudar al pueblo implica otra vez la responsabilidad de antimodernizar su patria y regresarla a eras medievales.

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