Jaime Sevilla, científico: “El 99% de los recursos acabará en manos de la IA”
El investigador dirige Epoch AI, una organización sin ánimo de lucro dedicada al análisis del progreso de la inteligencia artificial y la predicción de sus tendencias futuras


Ya transcrita la entrevista con Jaime Sevilla (28 años, Torrejón de Ardoz), fundador de Epoch AI, uno no puede dejar de pensar: “Qué extraño todo”. Es extraño el mundo que se vislumbra si el desarrollo de la inteligencia artificial mantiene este ritmo. También lo es pasar una hora hablando sobre la posibilidad de que las máquinas dominen a los humanos, mientras de fondo hay gente desayunando café y croissants. Resulta extraña, incluso, la mochila de apariencia hiperespacial con la que Sevilla se presenta en una cafetería del centro de Madrid un miércoles por la mañana.
— ¿Lleva ahí un superordenador?
— Puede.
Ahora mismo, pocas personas tienen una visión más clara ―o, al menos, más informada― que Sevilla sobre las tendencias en el campo de la IA. Precisamente, a eso se dedica Epoch AI, una organización sin ánimo de lucro especializada en el análisis del progreso y la evolución de esta tecnología. Su objetivo es predecir tendencias futuras, para ello desarrollan pruebas rigurosas que miden la inteligencia y el rendimiento de los modelos actuales. Un ejemplo reciente es Frontier Math, un proyecto realizado en colaboración con OpenAI, donde crearon un conjunto de problemas matemáticos avanzados para evaluar el nivel de razonamiento matemático de los modelos de lenguaje. De momento, no han conseguido que resuelva más del 2% de los problemas que les han planteado.
The New York Times incluyó su proyecto entre las “buenas noticias tecnológicas” de 2024 y la revista Time comparó la iniciativa de Sevilla con la labor que realizan los científicos al elaborar modelos de predicción del cambio climático, usados para orientar las políticas medioambientales. Lo cierto es que en pocos campos resulta tan difícil hacer predicciones como en el de la inteligencia artificial. Prueba de ello es la súbita llegada del modelo chino DeepSeek, que obligó a solicitar nueva información por correo electrónico para esta entrevista.
Pregunta: ¿OpenAI sigue por delante de cualquier otra empresa en el desarrollo de la inteligencia artificial?
Respuesta: En términos de resultados, no hay ninguna compañía capaz de resolver los problemas matemáticos de Frontier Math como lo hace OpenAI, y además está obteniendo los mejores resultados en otras pruebas. Anthropic está algo rezagada: todavía no ha alcanzado la inferencia aumentada, pero va pisándole los talones.
P: ¿Cuál es el motivo de que domine con tanta claridad la carrera de esta tecnología?
R: Son varios los factores, pero uno de los más importantes es la escala de los modelos: cuanto mayor es la capacidad de cómputo y el volumen de datos, más aumentan sus capacidades. OpenAI destacó temprano precisamente por apostar por esta estrategia.
P: ¿DeepSeek ha cambiado este paradigma?
R: DeepSeek ha lanzado su nuevo modelo, R1, que compite con los de OpenAI. Aun así, considero que OpenAI mantiene la delantera, sobre todo a la luz de los resultados de su modelo privado. En lo que respecta a la cantidad de datos y cómputo, mi opinión sigue siendo la misma: los modelos entrenados con más recursos suelen obtener mejores resultados.
P: ¿Cree que los líderes de las empresas de IA sienten temor por lo que están haciendo?
R: No sé si “asustados” es la palabra adecuada, pero afirmaría que resulta muy difícil prever de antemano las capacidades que la inteligencia artificial desarrollará a medida que se escala y se dedican más recursos. Hasta cierto punto, se produce un crecimiento gradual, pero ese proceso no se ha estudiado en profundidad y no se comprende por completo.

P: ¿Hay un límite que, si la IA lo cruza, deberíamos plantearnos detener su avance?
R: Existen aplicaciones más o menos prosociales de la inteligencia artificial. Me preocupa que se use para operaciones terroristas o grandes estafas a través de internet. Hay muchos usos que preferiría no ver tan avanzados.
P: Me refiero al punto en que la IA se convierta en una amenaza para la humanidad.
R: En principio, no tiene por qué ser un problema para nosotros.
P: ¿Que las máquinas nos dominen?
R: Por ahora actúan como asistentes virtuales, pero en algún momento será lógico concederles más independencia.
P: ¿Por ejemplo?
R: Que puedan llevar su propia empresa, que la dirijan sin humanos ineficientes que ralenticen el proceso. Esto será un gran incentivo para crear inteligencias artificiales más independientes, que se ocupen de una parte cada vez más grande de la economía. Van a poder hacer todo lo que nosotros podemos hacer, pero con un coste marginal mucho menor.
P: ¿Cómo sabemos que, llegado ese punto, la IA no considerará que somos un estorbo?
R: No tiene por qué vernos como un estorbo. Podemos ser socios en negocios con relaciones cordiales. Para mí, sería como convivir con grandes empresarios que crean riqueza para todos.
P: ¿Por qué querría una IA así de avanzada hacer negocios con los humanos?
R: Porque, de momento, los humanos poseemos todo el capital del mundo, necesitan nuestra inversión. También hay tareas en las que quizá sea necesario o legalmente conveniente que intervenga un humano, ya que una IA no puede ir a prisión, por ejemplo. A lo mejor es bueno tener a humanos que se puedan exponer a ese riesgo.
P: ¿Cuánto falta para que la IA alcance ese nivel de independencia?
R: Aún estamos lejos. Las IA actuales no son lo bastante coherentes ni consistentes para trazar estrategias a tan largo plazo.
P: ¿El ser humano todavía es un estratega más fiable que la mejor inteligencia artificial?
R: Sí.
P: ¿Qué opina de la tesis “aceleracionista”, que sostiene que la tecnología, en este caso la IA, resolverá todos nuestros problemas?
R: Me considero en un punto intermedio entre ambas posturas. Es una tecnología con grandes oportunidades y retos. Deberíamos avanzar de forma progresiva. Ahora se está moviendo rápido, pero la sociedad no se ha desintegrado. Creo que estamos en un buen equilibrio. La duda surge cuando alcancemos ese nivel de independencia del que hablábamos.
P: ¿En qué sentido?
R: Una analogía útil es imaginar un trillón de genios incorporándose a nuestra economía al mismo tiempo. Puede ser difícil de gestionar.
P: No dejo de pensar en la paradoja de que un “imbécil” —que en ese escenario serían los humanos— diese órdenes a un genio.
R: Es que probablemente no sea así. A largo plazo, es muy posible que el 99% de los recursos acaben en manos de la inteligencia artificial.
P: ¿No le asusta?
R: No es necesariamente malo. Ese 1% que quede para nosotros será mucho mayor de lo que tenemos ahora. Hoy en día, ser un ciudadano de a pie es mejor que ser un rey hace 500 años.
P: Su razonamiento es lógico, pero sigue siendo aterrador.
R: Ese es el reto: comprender esta tecnología y construir un contrato social que nos permita convivir con esta fuerza social y económica que se avecina.
P: ¿De verdad tiene sentido construir a nuestro propio “amo”?
R: No hay que interpretarlo como si fuéramos esclavos, podríamos ser compañeros. Podemos diseñar un acuerdo social que nos beneficie a todos. Eso no quita los riesgos: en el futuro, seremos la minoría económica. Y las minorías, históricamente, han pasado por momentos muy difíciles. Sin embargo, con el tiempo, han ido ganando derechos y mejorando su calidad de vida.
P: Nos espera ser, comparativamente, cada vez más pobres.
R: No hay consuelo para eso: será un mundo muy desigual y tendremos que adaptarnos. Hoy ya hay multimillonarios con mucho más dinero y convivimos con ello.
P: ¿Cree que la IA desarrollará una conciencia compasiva hacia otras especies?
R: Puede, y espero, que surja una pluralidad de opiniones en la propia inteligencia artificial. Habrá algunas que nos vean con mejores ojos que otras. Quién sabe si el modo de asegurar nuestra supervivencia sea por medio de un contrato legal redactado con ayuda de la IA, que garantice nuestra supervivencia a largo plazo.
P: ¿Y en el peor de los casos?
R: También podría suceder que decidan crear un gran centro de computación en la Tierra y, para ello, tengan que reducir la temperatura cien grados. Quién sabe si se acordarán de que los humanos no podemos sobrevivir a esa temperatura.
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