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Música clásica
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mitsuko Uchida y Anne-Sophie Mutter, introspección versus rutina

La pianista anglo-japonesa y la violinista alemana ofrecen recitales casi opuestos en el Festival de Santander

La pianista japonesa Mitsuko Uchida durante su presentación en el Festival Internacional de Santander.
La pianista japonesa Mitsuko Uchida durante su presentación en el Festival Internacional de Santander.Pedro Puente Hoyos

Muchas figuras relevantes de la música clásica van recomponiendo lentamente sus giras internacionales, tras la irrupción de la pandemia. Es el caso de Mitsuko Uchida y de Anne-Sophie Mutter, que han actuado estos días en el Festival de Santander, junto a la Quincena Musical de San Sebastián, como paso previo a sus recitales en el Festival de Salzburgo. La pianista anglo-japonesa (Tokio, 72 años) retomará, en enero próximo, su colaboración con la Mahler Chamber Orchestra, como solista de los conciertos de Mozart, tras la cancelación de su última gira, en marzo de 2020. Y también podrá continuar el postergado 250° aniversario de Beethoven, con recitales centrados en las Variaciones Diabelli y actuaciones como solista de sus conciertos pianísticos.

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Pero Uchida se ha decantado por la música de Schubert en estos difíciles meses todavía marcados por el coronavirus. El compositor vienés encarna, según ella, una espiritualidad mucho más acorde con estos tiempos. Un genio romántico cuyas composiciones reflejan el claroscuro de la vida y al que dedicó las dos temporadas previas a la pandemia, con una integral de sus sonatas pianísticas en una extensa gira de recitales. “Schubert te exige el alma”, confesó a EL PAÍS, en 2018, mientras que Beethoven demanda más un esfuerzo físico e intelectual. Uchida ha optado por combinar, en esta breve gira veraniega, el doble programa de impromptus y sonatas que había abordado, en diciembre y junio pasado, en el Wigmore Hall de Londres. Una ideal combinación del ciclo final D. 935 con la Sonata en sol mayor D. 894, ambas marcadas por la irrupción de la sífilis que terminaría prematuramente con la vida de Schubert, a los 31 años.

La pianista japonesa creó un clima íntimo e introspectivo desde el primer minuto de su recital, el pasado martes, 24 de agosto, en la Sala Argenta del Palacio de Festivales de Cantabria. Esperó prudentemente antes de abordar el primer acorde del Impromptu en fa menor que abre el ciclo. Y escuchamos una interpretación admirablemente fluida y narrativa, que permitió apreciar su fascinante estructura simétrica en dos secciones de cinco episodios con un dramático desenlace. Uchida no solo abrochó admirablemente ese desenlace, sino que resaltó el quinto episodio de cada sección: trazos melódicos de la mano izquierda saltando del agudo al grave, que suenan como náufragos en una marejada de semicorcheas de la mano derecha cuyo rumbo armónico alterna el modo menor y mayor. Otra vez el claroscuro de la vida.

En su famoso comentario de la obra publicado en el Neue Zeitschrift für Musik, en 1838, Schumann indica que aquí Schubert se comporta “como si estuviera reflexionando sobre el pasado”. Ello enlaza perfectamente con el carácter meditativo que atribuye al segundo impromptu en la bemol mayor. Uchida lo convirtió en uno de los mejores momentos de la noche, con un discurso fluido y natural, aderezado con leves toques de rubato. El trazado de las variaciones sobre un tema de Rosamunde, del tercer impromptu en si bemol mayor, volvió a sonar ideal, con esa mezcla de chispa y melancolía. Y Uchida elevó con valentía el impromptu final, también en fa menor, por encima del mero toque de color cercano al furiant checo.

La pianista japonesa volvió a crear el clima ideal y contemplativo para hacer despegar la obra con fluidez

La Sonata en sol mayor D. 894 siguió sin descanso. Y la pianista japonesa volvió a crear el clima ideal y contemplativo para hacer despegar la obra con fluidez. No por casualidad, se trata de una composición muy importante para ella. “Creo que soy pianista por esta sonata. Fue la primera obra que comprendí de verdad. Durante mis años en Viena no tenía ningún ídolo pianista. […] Pero entonces se la escuché a Wilhelm Kempff y no pude parar de llorar”, reconoció a EL PAÍS en 2018.

Su versión del extenso Molto moderato e cantabile inicial resulta mucho más contenida que la de Kempff, pero ello no le impide elevar la expresividad. Lo comprobamos en las modulaciones en pianississimo (ppp) que parecían flotar en el aire, como la de si mayor a si menor del comienzo, y que quizá ayuden a revelar capas ocultas de la obra. Uchida apoya su interpretación, una vez más, en el poder psicológico de la dinámica y el rubato. Lo segundo vuelve a ser sutil y lo primero nunca rebasa los límites del fortísimo, ni siquiera cuando Schubert lleva el tema inicial hasta un aterrador do menor, en el desarrollo, y escribe fortississimo (fff). La pianista volvió a resaltar, en el andante, los claroscuros en forma de episodios contrastantes. El minueto le sonó un poco más rústico de lo habitual, aunque el trio lo convirtió en otro de los momentos más felices de la noche. Y el encanto prevaleció en el allegretto final, al igual que su dominio de la sonoridad del instrumento.

Uchida no parecía interesada en dar una propina. Y optó por tocar de forma casi sorpresiva y sin presentaciones el Langsam de las Seis pequeñas piezas op. 19, de Schönberg. Una miniatura de un minuto de duración con la que el compositor austriaco aspiraba a vacunarse del romanticismo. Anne-Sophie Mutter sí que presentó la primera de sus propinas, en su recital de ayer miércoles, 25 de agosto, en la Sala Argenta. Y tocó un arreglo para violín y piano del tema Nice To Be Around, de la banda sonora escrita por John Williams del filme Permiso para amar hasta medianoche, de Mark Rydell. Aprovechó su intervención para comentar que acaba de estrenar el Segundo concierto para violín, de Williams, que el famoso compositor de bandas sonoras ha escrito para ella.

La violista Anne-Sophie Mutter y el pianista Lambert Orkis.
La violista Anne-Sophie Mutter y el pianista Lambert Orkis.Pedro Puente Hoyos

Ese estreno absoluto del Festival de Tanglewood, del pasado 24 de julio, ha sido una de las pocas citas musicales veraniegas de la violinista alemana (Rheinfelden, 58 años). Al igual que Uchida y tantos artistas, Mutter detuvo drásticamente su agenda de conciertos, tras la irrupción de la pandemia. Incluso se infectó de coronavirus en las primeras semanas, que afortunadamente superó con síntomas leves. Tuvo que aparcar todos sus compromisos encaminados a la celebración del 250º aniversario beethoveniano, aunque ha podido ir retomando alguna actuación camerística y como solista del Concierto para violín (una de ellas tuvo lugar, en el Palau de la Música Catalana, en junio pasado, con la Orquestra Simfònica Camera Musicae bajo la dirección de Tomàs Grau).

Su recital en el Festival Internacional de Santander suponía el regreso de su dúo con el pianista Lambert Orkis (Filadelfia, 75 años), con quien colabora asiduamente desde hace más de tres décadas. Y también el inicio de una extensa gira internacional que continua hoy jueves en la Quincena de San Sebastián, que proseguirá, el sábado, en el Festival de Salzburgo, y que culminará, el próximo 7 de septiembre, en el Festival de Lucerna. Quizá por todo ello, el recital santanderino de Mutter y Orkis resultó meramente rutinario. Una primera toma de contacto ante futuros compromisos más relevantes. Se abrió con una irregular lectura de la bella Sonata en mi menor, K. 304, de Mozart, con numerosas libertades expresivas que ayudaron poco a elevar la temperatura de la obra. Mutter exhibió un bello sonido, aunque también un fraseo inconsistente. Y fue Orkis quien aportó más detalles musicales desde el piano.

Tampoco la famosa Sonata nº 5 ‘Primavera’, de Beethoven, contribuyó a elevar el recital. Una versión desigual y caprichosa donde Mutter se apoyó, una vez más, en la belleza y el poderío de su instrumento junto al sólido acompañamiento de Orkis. Lo mejor llegó en los primeros movimientos de la Sonata en la mayor, de César Franck, donde la intensidad lírica del dúo funcionó especialmente bien en el segundo movimiento. Pero esa intensidad se fue diluyendo en los vericuetos canónicos del allegretto poco mosso final, donde el fraseo volvió a sonar inconsistente. Mutter optó por cerrar su concierto con una segunda propina, popular y virtuosística: el arreglo de Joseph Joachim para violín y piano de la famosa Danza húngara núm. 1, de Brahms. No fue una interpretación a su altura, pero cumplió su objetivo, al arrancar del público los únicos bravos escuchados anoche en su recital.

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