Entre costuras y recortes
La pensión media de las mujeres es de 660 euros; la de los hombres, 1.069
La serie de televisión El tiempo entre costuras está obteniendo un importante éxito de audiencia cada lunes por la noche. No es de extrañar, dada la calidad de esta producción. La historia de Sira Quiroga, la joven modista que se ve envuelta en una trama de espionaje y complicidades políticas en plena Guerra Civil española, ya encandiló a centenares de miles de lectores cuando María Dueñas publicó la novela homónima en la que se basa esta serie.
También entonces como ahora, las peripecias de Sira Quiroga nos retrotraen a una época no tan lejana que millones de españoles reconocen todavía. Porque Sira tiene muchas cosas en común con esos cientos de miles de madres, abuelas y suegras que conocieron aquella terrible contienda o que la sufrieron en los años inmediatamente posteriores. A ninguna de ellas les es ajena la costura ni tampoco todas las limitaciones que soportaron, independientemente del bando bélico que les tocara sufrir; limitaciones por el hecho de ser mujeres.
La vida real de la mayoría de las mujeres de esa generación y la siguiente fue mucho menos rutilante que la de Sira Quiroga. Tampoco el desenlace real de sus vidas, tan dichoso. Entre otras cosas, porque acabada la contienda el franquismo sepultó definitivamente el arrojo de esas mujeres y su capacidad de iniciativa. La sociedad imperante salida de la Guerra Civil exigía a las mujeres ser buenas madres y esposas [recuerden los premios de natalidad], desalentando a todas las que pretendieran un empleo remunerado. Como es bien sabido, necesitaban el permiso del marido para abrir una cuenta corriente o poseer pasaporte, imposiciones estas que se parecen demasiado a las medidas cautelares que toman hoy los jueces contra los delincuentes.
Es menos conocido que sobre las que lograban un trabajo remunerado no había un techo de cristal, sino una losa de cemento escrita a fuego en los estatutos de las compañías. Un ejemplo quizá poco sabido: tres grandes empresas públicas españolas, el Banco de España, Renfe y Telefónica, impedían a las empleadas acceder a determinados puestos directivos y, al menos en Renfe, no se permitía mantener el puesto de trabajo a la que se casase. El matrimonio suponía para ellas la dependencia, por decreto, de sus maridos. Algunas atrevidas optaron por evitar el matrimonio y vivir con sus parejas, afrontando el estigma que ello conllevaba. El franquismo acometió crueles depuraciones contra todo aquel colectivo sospechoso de ser fiel a la República, pero nunca se ha valorado lo suficiente la depuración que sufrieron las mujeres en razón de su sexo.
Recién llegada la democracia fueron muchos los colectivos que pleitearon para recuperar sus empleos. Y lo consiguieron. Pero sus carreras profesionales ya habían quedado estancadas y hubo muchas que nunca se atrevieron a volver después de tanto tiempo ajenas al mercado laboral.
Unas y otras quedaron, en cualquier caso, condenadas para siempre. Así lo demuestran los datos actuales. Porque aquellas generaciones de “mujeres recortadas”, como las bautizara la escritora Ana María Matute, han envejecido y apenas si pueden, en su mayoría, mantenerse por sí mismas. Los datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social son elocuentes. La nómina media de una pensión masculina asciende hoy a 1.069,48 euros. La femenina, a 660,64. Las pocas que mantuvieron su empleo siempre ganaron menos que los hombres (como ahora, por otra parte), debido a múltiples factores, entre ellos el de una menor educación dadas las circunstancias de la época. Pero la diferencia de pensión no estriba solo en que sean más las que perciben una pensión no contributiva. La pensión media en el régimen general de ellas es de 735,62 euros. La de ellos, de 1.161 euros.
En España hay 3,5 millones de mujeres de más de 70 años (y 2,4 millones de hombres). Sobreviven con 660 euros al mes, a pesar de lo cual tienen que pagar parte de sus medicamentos y el Gobierno, siguiendo los consejos de un grupo de sabios varones en su mayoría, ha ideado un plan para que los ingresos de los pensionistas evolucionen siempre a la baja. Tampoco tienen fáciles las ayudas públicas por dependencia en caso de necesitarlas. Los recortes han dejado en lista de espera a 200.000 personas.
La sociedad española está en deuda con esas mujeres (lo que no excluye a muchos hombres), pero los dirigentes de Bruselas y Madrid les exigen aún más sacrificios. La suerte de tales políticos es que, como la Sira Quiroga de María Dueñas, esas mujeres están acostumbradas a sufrir calladamente tanta calamidad.
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