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Con o sin dientes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dos cabalgan juntos

A medida que esta situación que vivimos avanza y descubre lo peor y lo mejor, vamos desarrollando una especie de fuerza basada en la experiencia

Maruja Torres.
Maruja Torres.Luis Grañena (EL PAÍS)

Nada alimenta más mi ya pertinaz misantropía que este pensamiento: el mismo proceso evolutivo que produjo el personal sanitario que magnánimamente nos atiende ha dado vida a Esos Seres de los que prefiero no hablar, con su Orquesta de Señoritas Sincopadas. Por cierto, a la Autómata Autonómica (añadiría del Tibidabo, pero aquellos eran mecanismos míticos) tendrían que echarle aceite, aunque fuera de colza. Le ruedan los ojos en las cuencas como a una herrumbrosa atracción diabólica, en cualquier secuela cutre de It.

Daos cuenta. Dispongo (privilegios de cinéfila mayor) de un señor de compañía como el difunto actor Walter Brennan, a quien debo el cintillo de esta sección (cuando Howard Hawks le pidió que leyera unas frases para una prueba, le respondió: “¿Con o sin dientes?”. Contratado para siempre: Tener y no tener, Río Rojo, Río Bravo, y My Darling Clementine, para John Ford, entre muchas pelis, como imprescindible secundario). Dispongo, también, del espanto que produce la longeva, exitosa e inmerecida vida del torturador policial Billy el Niño. Ambos cabalgan juntos, aunque en distinta dirección.

VIEJA, AMORTIZADA Y EN CASA
maru
La nueva anormalidad
He salido mucho

Es como para dejar de creer incluso en el ateísmo. Sin embargo, siempre que me asaltan cavilaciones oscuras como las que acabo de mencionar viene en mi rescate el recuerdo de una visita de hace año y pico (fue en aquella vida que teníamos sin reconocerla) al Museo Arqueológico Nacional, que ahora me gusta imaginar vacío, porque le he cogido vicio a la anti-masificación, y me empieza a molestar la simple sospecha de una multitud. Mi visita, decía, fue para ver la exposición Cabezas cortadas, y creo que poco después ya condensé en un tuit la impresión que me produjo, de qué modo las dos caras de la humanidad se veían representadas en aquel cuidado, reducido, sombrío espacio en el que, como en las ruinas de Micenas, se podía oler la sangre seca. De un lado, ese horror que hemos sido siempre para el otro, conquistando y cortando cabezas, destruyendo y expoliando; restos de testas, ensartados en imaginativos adminículos inventados para el placer de los vencedores (nosotros) y como escarmiento para los vencidos (nosotros). De otro lado, la ciencia que hemos alumbrado y que nos permite analizar quiénes fueron los brutales guerreros (nosotros) y hasta qué comieron sus víctimas (también nosotros) la noche anterior. Filmaciones, documentación, magnífico despliegue del conocimiento, de lo lejos que hemos llegado en el bien. Y eso es quizá lo que importa, que pese a todo sigan existiendo el bien, la ciencia, la lucidez, este libro de Christopher Hitchens que ahora leo sobre la otra cara de Teresa de Calcuta (La posición del misionero, delicioso título), y la amargura.

Porque, a medida que esta situación que vivimos avanza y descubre lo peor y lo mejor, vamos desarrollando una especie de fuerza basada en la experiencia, en la resistencia no de estribillo de canción sino de fondo.

Y algunos nos encontramos, aquí, en la ciudad interior. Sin autómatas.

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