Una invasión de carpinchos agita la guerra de clases en Argentina
La creciente presencia de estos roedores en la exclusiva urbanización de Nordelta, al norte de Buenos Aires, reaviva las voces a favor de una ley de uso de humedales y desencadena un debate público sobre los privilegios de los más ricos
Hace poco más de 20 años, Nordelta, una de las urbanizaciones cerradas más exclusivas de Argentina, era un humedal. La edificación de casas ajardinadas en esta zona del delta del Paraná en la que hoy viven cerca de 40.000 personas alteró el hábitat de numerosas especies autóctonas, entre ellas los carpinchos. Estos roedores, cuya población en el lugar ronda los 400 ejemplares, hoy buscan en el césped y las plantas decorativas el alimento que no encuentran en otro lado y han pasado de ser un motivo de preocupación para algunos vecinos a convertirse en el centro de un debate sobre el avance humano sobre los humedales y en una fuente inagotable de memes sobre la supuesta lucha entre los ricos y estos animales.
El carpincho, también conocido como capibara, es el roedor de mayor tamaño del mundo. Los adultos pueden llegar a pesar hasta 60 kilos y medir 1,30 metros de largo. Son vegetarianos, anfibios y viven en colonias. Los residentes de Nordelta están acostumbrados a la convivencia con estos animales, que incluso dan nombre a uno de los 24 barrios en los que está dividido esta gran urbanización construida 40 kilómetros al norte de Buenos Aires, con vistas al río y amarras privadas. Sin embargo, denuncian que en los últimos meses ha crecido su número y han protagonizado desde daños en los jardines hasta ataques a mascotas y accidentes de tránsito.
“Quisiera que trasladen a los carpinchos porque atacaron a mi mascota en mi propio jardín. Casi lo matan”, aseguró una vecina al diario Clarín. “Le mordieron el estómago y las piernas. Ahora mi perrito no quiere salir más. Tiembla todo el tiempo y mi jardín, a pesar de que lo cerqué, sigue invadido de carpinchos”, agregó la mujer.
Desde la Asociación Vecinal Nordelta denuncian que “la actividad de estos animales creció un 17% solo en el último año”, lo que ha provocado que algunos residentes estén “muy preocupados por la acción de los carpinchos”, mientras que otros “plantean la preservación sin cambios de la fauna como primera premisa”. Residentes como Gustavo Iglesias explican que han vivido en armonía con estos animales durante una década, pero a partir de 2019 hubo un “crecimiento explosivo de la cantidad de ejemplares” que continuó al año siguiente, con el riesgo de que “pueda haber duplicaciones o sextuplicaciones de su número en uno o dos y tres o cuatro años respectivamente de no retirar inmediatamente una importante cantidad de animales”. Para hacer frente a la situación, han reclamado la intervención de la Dirección de Fauna y Flora de la provincia de Buenos Aires.
“En los últimos años hubo una importante destrucción de áreas que no estaban intervenidas, se deforestó para construir y a los carpinchos no les queda mucha más opción que las zonas con casas en su búsqueda por nuevos espacios”, advierte la investigadora del Conicet María José Corriale.
La proliferación de carpinchos activó la discusión sobre el avance de las grandes urbanizaciones en tierras vírgenes. Pero también agitó un debate soterrado: el de los ricos que se aíslan en zonas exclusivas sin respetar el entorno. Los carpinchos se convirtieron así en la avanzada de una guerra de clases que, signo de los tiempos, se libró en las redes sociales. Los roedores han protagonizado cientos de bromas y memes virales en los que se los ve leyendo El capital, convertidos en Marx-Pincho, armados como guerrilleros, respetando la distancia social mejor que los humanos o propuestos como candidatos para el aún no existente billete de 2.000 pesos por ser “patriotas de la naturaleza argentina”.
Que la invasión haya sido en Nordelta ha alimentado aún más la maquinaria de la polémica. Es icono de un paraíso construido para millonarios, donde viven grandes empresarios, artistas, deportistas y todo aquel que pueda proveerse de un buen ingreso. En 2017, se viralizó el audio de una vecina que se quejaba de que en Nordelta había vecinos que “no se ve mala gente, pero que viene de barrios visualmente no muy buenos”. “Yo quiero descansar visualmente, porque tengo valores morales y estéticos”, decía, y trazaba un crudo perfil de las clases altas en Argentina. Tiempo después se difundió la protesta de una empleada doméstica a la que no dejaba compartir el bus con los vecinos. Los carpinchos no hicieron más que reavivar la llama de la “cheta de Nordelta”.
"Carpinchos recuperando el territorio de humedales." - Pintura al óleo, 2021 pic.twitter.com/1bPtxaSF0B
— 𝕄ica (@micamertian) August 21, 2021
Mientras tanto, los expertos intentan resolver el impacto ambiental. Adelmar Funk, experto en manejo de fauna, coincide con María José Corriale: “El carpincho come la vegetación de ríos y lagunas, el pasto tierno que crece con la humedad del suelo. Con tanta carga animal es probable que el pasto de la orilla no alcance y tiene el barrio a mano, con gente que plantó jardines y huertas”. En su opinión, la ausencia de depredadores ha permitido que la población de carpinchos crezca por encima de lo que lo haría en un hábitat salvaje y la actitud de algunos residentes ha empeorado el problema: “Hubo gente que en vez de espantarlos, al principio los vieron como un animal pintoresco, simpático y empezaron a generar una relación que no es natural. Se ve en imágenes dándoles besitos, compartiendo la piscina o paseándolos como si fuesen perros. Así los animales cambiaron su conducta, dejaron de temer a los humanos y conquistaron su ambiente”, destaca.
Para ambos expertos, la solución no puede ser el traslado de los animales a otro lugar. Por un lado, por sus grandes dimensiones, peso y la dificultad para capturarlos, y por otro por el impacto que puede tener en el lugar elegido. “Creo que a corto plazo hay que trabajar sobre medidas que permitan la convivencia con la especie y focalizar en algunos conflictos como los accidentes de tráfico. Para evitarlos se podría bajar la velocidad máxima permitida en sus horas de mayor actividad”, señala Corriale.
Funk apuesta por romper la relación de los vecinos con los animales y poner cercos en las viviendas para impedir que accedan a ellas: “Es probable que faltando alimento en la costa y restringiendo su acceso al barrio privado, busquen espacio en otros lugares. Entonces lograríamos una reducción de la población por voluntad propia”.
El debate ha vuelto a dar voz a quienes reclaman una ley de humedales que frene el avance de los humanos sobre estos ricos ecosistemas, claves como reservas de agua dulce, reguladores de inundaciones y hospedadores de una gran biodiversidad. En el delta del Paraná, el segundo río más importante de Sudamérica tras el Amazonas, los humedales se ven amenazados por los negocios inmobiliarios, pero también por los incendios provocados para ganar áreas para la ganadería o la agricultura.
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