De creador de culto a productor imparable de Netflix: así ha sido el largo año de Ryan Murphy
El creador remata una de sus épocas más productivas con el estreno de tres series y una película
Cuando un creador se convierte en una fábrica de creaciones la lógica dice que su producto se devalúa. O, si no su producto, tal vez sí su mensaje. En febrero de 2018, Netflix, plataforma que lidera hoy la Era de la Abundancia televisiva, puso 300 millones de dólares sobre el escritorio del exitoso productor Ryan Murphy, firmante de algunos de los mayores éxitos de los años anteriores, para que todo lo que crease a partir de entonces lo crease para ella. La obra del siempre vanguardista, bizarro y brillante genio de Indianápolis tembló. No literalmente, claro, pero sin duda lo hizo de alguna forma, porque ¿qué creador de culto ha sobrevivido a los embates del mercado?
Hasta febrero de 2018, Ryan Murphy, tan abundantemente prolífico como militante de un mensaje y una estética únicos —fue él quien abanderó la recuperación de actrices de más de 50 y 60 e incluso 70 años, y no para los papeles acostumbrados a esas edades, sino para reivindicarlas como deseablemente salvajes— era el tipo que había detrás de los dos éxitos más raros de la televisión generalist: la sarcásticamente macabra Nip/Tuck y Glee, el reverso queer de una comedia de instituto.
También era el chiflado que había puesto en marcha una antología televisiva de terror, en la que los actores intercambiaban personajes y que pretendía reinventar hasta el último tópico del género: American Horror Story, serie de culto y su disparo más personal y valiente hasta entonces, y el que acabó de definir una estética personalísima.
Fue precisamente el éxito de la franquicia, la que le convirtió, pese a su condición de rara y maldita avis, en una suerte de objeto del deseo de toda cadena que se preciase. Sus proyectos empezaron a multiplicarse. Inexplicablemente conseguía, en esa época —años 2015 y 2016—, producir, de forma simultánea, un <CF1001>slasher</CF> metanarrativo e hilarante —lo más divertido que ha escrito— como Scream Queens, y la exigente nueva antología, American Crime Story: The People vs. O.J. Simpson.
Antes de multiplicarse hasta poder intentar pasar por convencional —hizo un drama médico, 911, su más claro intento de fingirse como el resto— hizo otra enorme obra de arte: Feud (2017), sobre la historia de la rivalidad entre Joan Crawford y Bette Davis
Nada mejor que comparar el decorado de esa historia, un Hollywood brutal y siniestro y cruel y extraño con, precisamente, su reciente luminoso y feliz y hasta podría decirse que risueño Hollywood, ya para Netflix, para descubrir hasta qué punto el Ryan Murphy de hace tan solo tres años parece haber cambiado el rumbo, caído en una indulgencia, de alguna forma, igualmente brillante, pero de un brillo que empieza a repetirse y a convertirse casi en parodia. ¿No necesita el creador tiempo para crecer, para avanzar hacia algún otro lugar? ¿Qué ocurre cuando ese tiempo es milimétrico?
La crítica más común es que sus creaciones empiezan a parecerse, que su producto, o su mensaje, se devalúen. Uno no puede no pretender parecer estancado cuando produce tres series y al menos una película en un mismo año —The Politician, Ratched, Hollywood y Los chicos de la banda, estrenada el miércoles—. Cuando Morrisey dijo que toda obra tiene una demarcación concreta y que su álbum Southpaw Grammar había sido “su 1995”, estaba diciendo que un creador deja la huella de cómo transforma lo vivido en lo que crea en el momento en que lo hace. Producir más de la cuenta en ese mismo momento solo reproduce el mismo mensaje, institucionalizándolo, algo que juega en contra de, precisamente, el rol agitador, tan necesario, de la obra de Murphy.
Puede que en 2018 sonase a buena noticia que Netflix apostase por un talento mayúsculo y tan a contracorriente como el de Murphy. Pero la historia del enfant terrible asimilado por el sistema y transformado en activo del mismo sugería la posibilidad contraria. Y a juzgar por lo acomodaticio de incluso Ratched, estrenada hace un par de semanas, podría decirse que no lo ha sido en absoluto. Murphy es ya parte del sistema, y puede que lo haya cambiado un poco —como los protagonistas de su Hollywood— pero ha pagado un precio por hacerlo.
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