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CRÍTICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Romper el silencio’: la vejación de las futbolistas antes de Sídney

El reportaje de Movistar Plus+ recupera las rebeliones de las jugadoras contra el anterior seleccionador, Ignacio Quereda, tan duradero como fracasado, tan controlador como humillante. El reflejo de una cultura federativa que cuesta erradicar

Ignacio Quereda, durante un entrenamiento en la Copa Mundial Femenina de 2015 en Montreal (Canadá).
Ignacio Quereda, durante un entrenamiento en la Copa Mundial Femenina de 2015 en Montreal (Canadá).ANDRE PICHETTE (EFE)
Ricardo de Querol

Circula por las redes un vídeo en el que el que fue seleccionador español Ignacio Quereda pellizca los dos mofletes de una futbolista antes de besarla (en uno de ellos), a otra le da un tirón de la oreja, a otra una colleja. Pertenece al reportaje Romper el silencio. La lucha de las futbolistas de la Selección, un capítulo de 2021 de la serie Informe+, que Movistar Plus+ ha vuelto a colocar, oportunamente, muy destacado en su menú. Quereda fue mantenido durante ¡27 años! al frente de la selección a pesar de que nunca ganó nada. Estaba protegido por Ángel María Villar, que fue presidente de la federación durante ¡29 años! antes de ser inhabilitado por la justicia, que si no nunca se iba.

El capítulo es breve, de 30 minutos, pero demoledor. La acumulación de testimonios apabulla, te preguntas cómo pudo pasar eso tanto tiempo. Ni Quereda ni Villar quisieron dar su versión. Entiendes que el hartazgo de las futbolistas viene de muy atrás, que responde a algo muy arraigado. Que lo que pasó en Sídney, y lo que se dijo después en Las Rozas, no era más que “la gota que desbordó el vaso”, como ha dicho Jenni Hermoso, el colmo de una “cultura manipuladora, hostil y controladora”, también en sus palabras. Las de la Roja son ahora campeonas del mundo, y eso las ha empoderado. Durante mucho tiempo, sin éxitos de los que presumir, se las ha tratado con condescendencia y prepotencia, cuando no con abuso manifiesto, en una institución que rebosa testosterona y prejuicios. Qué no pasará en el deporte aficionado o escolar.

Quereda soltaba a las seleccionadas lindezas como “tú lo que necesitas es un macho” o “vaya plaza de toros que tienes”. Solía dirigirse a ellas como “chavalitas”, aunque a las catalanas las llamaba “polacas”. Era obligado, vaya usted a saber por qué, tener las puertas abiertas en los dormitorios durante la concentración. Muchas coinciden en que disfrutaba humillando a las deportistas. A Vicky Losada le dijo, tras sentarla en el banquillo por un error: “Siempre serás una mediocre y nunca llegarás a nada”.

Sostenido en el tiempo, el maltrato se convierte en el marco dominante. Las seleccionadas por primera vez veían cómo se comportaba el técnico con las veteranas y lo interiorizaban. Al único Mundial para el que se clasificó el equipo nacional de Quereda, en Canadá en 2015, llegaron con tres días de antelación, para jugar con jet lag, sin haber estudiado a los rivales ni haber jugado amistosos preparatorios.

Lo tremendo es que la continuidad del entrenador nunca se discutió, a pesar de que se conocían sus métodos y sus pobres resultados. Se advirtió reiteradamente a sus jefes. La rebelión de las ahora campeonas del mundo contra una tradición vejatoria no es la primera ni la segunda: es la cuarta. Antes del comunicado de Futpro del pasado viernes, antes del motín de las 15 de hace un año que pagaron tan caro la mayoría de firmantes, hubo dos enfrentamientos de las futbolistas con Quereda. En 1996, las jugadoras escribieron (a bolígrafo sobre un folio del hotel Wisby en Suecia) que no soportaban más la intimidación, el abuso de autoridad, el ataque continuado a su autoestima. Quereda, decían las jugadoras, “menosprecia el fútbol femenino en general por ser un desconocedor de esta parcela”. Villar rompió la carta. María Teresa Andreu, la mujer que había construido el fútbol femenino en la federación, se posicionó con las jugadoras, chocó con el intocable Quereda y acabó tirando la toalla en 1998.

El fiasco en Canadá en 2015 (un punto en tres partidos) fue la puntilla. Vero Boquete, la estrella de aquella generación, jugaba en equipos extranjeros más profesionales, en ese momento en el PSG, y cuenta que le resultaba deprimente volver a una selección con métodos atávicos. Del Mundial, dice, “me queda la espina de no haber disfrutado tanto” por culpa del ambiente tóxico. Tras ese torneo llegó la segunda carta, hecha pública. Quereda se negó inicialmente a dimitir, pero se quitó de enmedio, sin dar explicaciones, y llegó Jorge Vilda. Con otro estilo, pero muy decidido a tomar represalias contra las rebeldes, entonces como hace un año. En 2017, Villar fue encarcelado e inhabilitado; tras él llegó Luis Rubiales. Hizo falta que las futbolistas ganaran un Mundial para que su fuerza haya removido todo. La pregunta es si esta vez sí se podrá decir, de una vez por todas, que se acabó.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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