‘Colin de cuentas’: por el amor de un perrito cuqui
En la segunda temporada de la comedia no decae el espíritu positivo. Es una de esas series que te hacen sentir bien: 30 minutos de terapia que barren cualquier nubarrón mental. ¿Le piden algo más a la televisión en verano? Yo no
“¿Y si os separáis, quién se va a quedar con él?”. Es la pregunta envenenada que una amiga que gestiona adopciones en una protectora de animales plantea a las parejas que pretenden incorporar un nuevo miembro a la familia. No sé lo que opinará un guionista de ficción, pero ahí veo un detonante tan potente como el “dígame lo que no le gusta de su cuerpo” con el que comenzaba cada capítulo de Nip/Tuck. Cuando sólo se han imaginado lo adorable que ese peludo aparecerá en su Instagram, reciben una bofetada de realidad. Parece una pregunta innecesaria, pero además de inevitable —sólo uno puede ser el responsable legal—, les pone en contacto con la realidad. Esa responsabilidad que nace conjunta puede dejar de serlo. ¿Están preparados? Seguro que alguien está leyendo esto al lado de un bichín cuya llegada al hogar cuestionó y ahora cuida en solitario, puede que incluso esté haciendo números para pagar alguna enfermedad que ni siquiera sabía que podía tener un animal, y pueden tener todas las que salían en House: lupus, Crohn, Addison… Mi gato toma Prozac, ¿se lo pueden creer?
Calculo lo que cuestan los cuidados del protagonista de Colin de cuentas, el amoroso mil razas que une a la pareja protagonista, y me sale un pico. La inversión en tiempo tampoco es baladí. No voy a detallarlo, pero se harán una idea de las necesidades de un perro con la mitad del cuerpo paralizado. En la serie de Movistar Plus+ eso se obvia porque no es un drama de superación a lo Mi pie izquierdo, es una comedia tronchante protagonizada por un can con un ladeo de cabeza irresistible, la que más me ha hecho rebobinar porque mis carcajadas me impedían seguir escuchando desde la también australiana Deadloch (Amazon Prime Video). Me va el humor asilvestrado de las antípodas. Con ella comparte también la química sideral entre sus protagonistas —estos además son los creadores y pareja en la vida real; si algún día rompen no quiero saberlo, no estoy preparada para gestionarlo— y un microcosmos en el que apetece integrarse. Necesito sentarme en esa cervecería y contarles mis problemas, cogerles de la mano y escuchar los suyos, quiero que les vaya bien a todos, incluso a la perturbada madre de Ashley. En su segunda temporada no decae el espíritu positivo. Es una de esas series que te hacen sentir bien, 30 minutos de terapia capaz de barrer cualquier nubarrón mental. ¿Le piden algo más a la televisión en verano? Yo no.
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