Jorge Fernández: dios de la ruleta y de la salud
Es el que te resuelve un concurso, un ‘reality’ y unas campanadas de fin de año cuando toca. Que ama el rock y el ‘heavy metal’ y odia el reguetón. Que sabe que bailar no es lo suyo, pero hace lo que puede
Sábado, a eso de las diez y cuarto de la noche. Bajan las escaleras, mezclados entre el público, Jorge Fernández y Laura Moure, copresentadores de La ruleta de la suerte, el programa que se emite desde 2006 en Antena 3. Fernández, nacido en Alicante hace 52 años, pero del que sabemos que ejerce como vasco, hace lo que mejor se le da. Estar ahí, delante de la pantalla, transmitiendo que todo va bien, que ante todo mucha calma. Presenta a los concursantes de la ruleta versión nocturna, les llama “compi”, y al instante hace que bajen la guardia. Andrea, si gana, se comprará un coche híbrido. Sara dedicará el dinero a viajar. Y David, que quiere destinar el premio a comprarse un contrabajo, rematará su arranque cantando una chirigota personalizada que hará las delicias de los presentes.
Y el país, un sábado más, volverá a rendirse a los encantos del programa, donde la sencillez del formato permite jugar sin necesidad de ser una eminencia. Porque La ruleta es la España que no sale los sábados por la noche, que no está para emociones fuertes y busca refugio, la misma que no se pierde por nada al exbaloncestista y Míster España mientras ultima la comida de lunes a viernes.
Licenciado en Educación Física y retirado del baloncesto —jugó en el Saski Baskonia— por una grave lesión en la rodilla a los 26 años, decidió apuntarse a una agencia de modelos, y fue nombrado Míster España en 1999, título que conservó un año más porque el certamen de 2000 no se celebró. Esa era la España en la que ser nombrado “guapo oficial” te abría las puertas de la fama y de la televisión, y lo aprovechó. Una belleza, un no sé qué, de los que se sigue tirando al mencionarlo en 2024. “Como era de esperar, el corazón de Jorge Fernández tiene dueña”, arrancaba una noticia del diario Las Provincias para hablar de la actual pareja del presentador.
Pero volvamos a esa fama de finales de los noventa y principios de los 2000, y de esa televisión que le hizo ganar el premio Ondas en 2008 como mejor presentador de televisión. En la que entró y de la que no ha vuelto a salir. Sin ruido. O el justo y necesario.
Es el que te resuelve un concurso, un reality y unas campanadas de fin de año cuando toca. Que ama el rock y el heavy metal y odia el reguetón. Que sabe que bailar no es lo suyo, pero hace lo que puede. Gracias a los paneles del programa sabemos que su madre escucha a Paloma San Basilio, que su padre es un manitas y que hubo una época en Mondragón —lugar donde pasó su infancia— en la que los punkis, para hacerse las crestas, recurrían al barro.
Dice de sí mismo que es disciplinado y cabezón, y así lo confirman algunos de sus compañeros de cadena. “Le gusta rodearse de gente parecida a él. La gente del equipo le quiere muchísimo porque es muy majo, le encanta el café, los productos ecológicos y tiene un punto revolucionario, no te creas. Le gusta la política, aunque nunca lo verás opinando sobre ella delante de las cámaras”, dice una de las personas que comparte espacio con él desde hace años. En 2016, durante una entrevista con Susanna Griso para Espejo público en medio del monte, habló sobre los atentados de ETA siendo un niño. Vio cosas que no debería haber visto. Pronunció la palabra “conflicto” al referirse a esa etapa. No entiende por qué aún algunos se empeñan en no dar a la banda terrorista por finiquitada.
Lo que ocurre delante y detrás de las cámaras es verdad, cuenta Nacho Correa, director de La ruleta de la suerte. “No tengo un recuerdo muy nítido de cuando lo conocí, pero sí tengo claro el buen rollo con el equipo y con los concursantes. Con los niños y los mayores siente cierta predilección, y también con los que tienen una edad cercana a la de su hijo (Ian, de 19 años). Como estudien carreras técnicas, directamente es un flechazo”, bromea. Cree que una de las claves del éxito del programa para enganchar a distintas generaciones es el vínculo. “Después de tantos años de emisión, hay espectadores que lo ven ahora porque antes lo vieron con sus abuelos. Y el teletrabajo ha ayudado a que se incorporen nuevos perfiles”, afirma.
Perfeccionista. Es la primera palabra que pronuncia Laura Moure para hablar de su compañero. “El día que lo conocí fue cuando hice el casting, estaba llena de nervios. A ver cómo te lo cuento, tenía un paluego en los dientes y yo no podía dejar de mirarlo. Se lo he recordado muchas veces desde entonces y nos partimos de risa”, dice. De Fernández asegura que es de los que comparten casi todo con el equipo, por eso extrañó esa época en la que se volvió introspectivo, cuando estaba lleno de dolores, perdiendo peso y no sabía por qué, porque toda su vida le había dedicado tiempo a cuidarse.
Tardaron mucho en darle el diagnóstico: enfermedad de Lyme, una infección bacteriana que se adquiere por la picadura de una garrapata infectada. Y aprovechó la dolencia para contárselo a todo el mundo en todas las entrevistas posibles, para advertir de la importancia de la alimentación, el deporte, y reivindicar a aquellos enfermos que tienen ayudas económicas para afrontarla. “Cuanto peor estaba, menos comentaba. Ha ido a trabajar en condiciones muy malas, pero en cuanto se encendía la cámara, tiraba para adelante”, dice Correa.
Por eso fue tan importante la portada de Men’s Health cuando cumplió los 50. No tanto por ser el español con más edad en aparecer en esa cabecera, sino por lo que suponía. “Estaba feliz, iba con la revista por los pasillos enseñándosela a todo el mundo, lloraba todo el rato”, recuerda Moure del que ahora, dice, es su “dios de la salud”. “Le preguntamos todo el rato a diario, va a tener que cobrarnos la consulta. Hace poco le dije: ‘¿Hago el peso muerto bien?”, dice. Cuelga sin que sepamos la respuesta.
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