Un gran poder terrenal y divino
Unir los poderes terrenales con los divinos ha sido el sueño de muchos gobernantes a lo largo de la historia. El ayatolá Ruholá Jomeini instituyó ese vínculo en la figura del velayat-e faqih (el gobierno del jurisconsulto) sobre la que se fundó la República Islámica en 1979. Su carisma personal hizo que nadie dudara sobre su liderazgo espiritual y político de la revolución. A su muerte, 10 años más tarde, el manto iba a venirle grande a cualquiera que le sucediera, y cuando la Asamblea de Expertos designó a Alí Jamenei no le faltaron críticas. Desde entonces, este político de raza ha logrado convertirse en el hombre más poderoso de Irán.
El líder supremo no sólo es el jefe del Estado por encima del presidente elegido, sino que debe ratificar cualquier decisión política, incluida la toma de posesión del jefe del Gobierno. Además de tener la última palabra en asuntos de seguridad nacional y política exterior, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Irán, incluida la Guardia Revolucionaria, un ejército ideológico que depende directamente de su oficina y que controla también la milicia de voluntarios conocidos como basiyís. Bajo su protección, la Guardia Revolucionaria ha adquirido un notable peso en la economía del país.
Su biografía oficial dice que Alí Hoseyni Jamenei nació en la ciudad santa de Mashad el 17 julio de 1939 (www.leader.ir). Fue el segundo de los ocho hijos del ayatolá Jalad Hoseiní Jamenei, un clérigo de origen azerí. Como es habitual en las familias de la curia chií, empezó sus estudios religiosos antes incluso de completar la educación primaria. Más adelante asistió a las clases de varios destacados ayatolás, entre ellos del propio Jomeini, de quien con el paso del tiempo llegaría a ser confidente. Desde muy pronto se implicó en actividades islamistas, lo que motivó su detención en 1963.
Tras recuperar la libertad, regresó a sus estudios en Mashad, pero Jamenei se ha dedicado más a la política que a la erudición. De hecho, la SAVAK, la policía secreta del sah volvería a detenerle en media docena de ocasiones antes de la revolución. Además de persa y algo de turco (la lengua materna de su padre), domina el árabe, un idioma fundamental para cualquier estudioso del islam y que le ha permitido traducir al persa al egipcio Sayyid Qutb, uno de los teóricos de cabecera de todos los movimientos islamistas modernos y que sin duda ha influido en el conservadurismo de su pensamiento.
Cuando se inician las revueltas sociales que llevaron al derrocamiento del sah, Jamenei se encuentra desterrado en Iranshahr, en la remota provincia de Sistán-Baluchistán, cerca de la frontera con Pakistán. Vuelve entonces a Mashad, donde se une a las protestas. Antes de su regreso de París, Jomeini le incluye en el Consejo Revolucionario Islámico junto a Rafsanyaní, Beheshtí y Mottaharí (quienes fundaron luego el Partido de la República Islámica). De ahí arranca su implicación directa en los asuntos del Estado y su rivalidad con Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní.
Fue secretario de Defensa, supervisor de la Guardia Revolucionaria, diputado por Teherán en la Asamblea Consultativa y representante de Jomeini ante el Consejo Supremo de Seguridad. Su relevancia le convirtió en objetivo de un atentado terrorista de los Muyahidin Jalq a finales de junio de 1981. Durante una conferencia de prensa, una bomba escondida en una grabadora explotó a su lado y le dejó el brazo derecho paralizado para siempre. Desde entonces, ha habido rumores sobre su salud. Su sermón ayer, durante la plegaria de mediodía, le mostró sin embargo con buen aspecto y en plena posesión de sus facultades.
Poco después del atentado y tras el asesinato del presidente Mohammad Alí Rajai, fue elegido para remplazarle por dos mandatos. Se convierte así en el primer clérigo que ocupa un cargo electo, algo a lo que Jomeini inicialmente se había opuesto, pero sobre lo que cambió de opinión. Es en esa etapa cuando se agudizan sus disensiones con Rafsanyaní, que entonces preside el Parlamento. Ambos son políticos ambiciosos y desean estar bien situados para influir en los asuntos de Estado cuando muera Jomeini. Sin embargo, ninguno de los dos tiene el rango clerical para ello. Son sólo hoyatoleslams. Rafsanyaní se alinea con el gran ayatolá Hosein Alí Montazerí, el delfín del líder. Jamenei apuesta por remplazarle con un triunvirato.
Poco antes de su muerte, Jomeini destituye a Montazerí, que ha osado criticar la tortura en las cárceles, y nombra a Jamenei líder de la plegaria del viernes en Teherán. Es sin duda la señal en la que se fijaron los miembros de la Asamblea de Expertos. Tras la falta de quórum para nombrar líder supremo al gran ayatolá Mohammad Reza Golpaygani, Jamenei obtuvo dos tercios de los 86 votos en una decisión que fue calificada de política. La élite gobernante hizo piña en torno al nuevo líder y todos los medios oficiales pasaron a referirse a él con el tratamiento de ayatolá.
Consciente de que carecía del carisma y las credenciales religiosas de su predecesor, Jamenei se concentró desde el principio en desarrollar redes de fidelidad tanto en las Fuerzas Armadas como entre los clérigos que administran las principales fundaciones y seminarios del país.
Según el estudioso Vali Nasr, en ese proceso el líder ha transferido a su oficina muchos de los poderes de la presidencia, lo que le ha convertido en "un supervisor omnipotente de la escena política iraní".
La llegada a la presidencia de Mahmud Ahmadineyad en 2005, y la consiguiente división del campo conservador, ha reforzado su poder. Esa sintonía no ha impedido que critique alguno de sus nombramientos o políticas concretas (en agosto le dio un tirón de orejas ante el aumento de la inflación), pero la mayor parte del tiempo ha respaldado sus decisiones. Para algunos observadores, en el camino ha abandonado el papel de árbitro entre los diferentes grupos que suele atribuirse al líder.
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