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La paz total se fragmenta en disidencias de las disidencias

La Segunda Marquetalia de Iván Márquez se desmorona como ya había ocurrido con el Estado Mayor Central de Iván Mordisco, mientras la mesa con el ELN sigue atascada por los diálogos del Gobierno con un frente díscolo

Iván Márquez durante la instalación de las negociaciones de la Segunda Marquetalia con el Gobierno de Colombia, en Caracas (Venezuela), en junio de 2024.
Iván Márquez durante la instalación de las negociaciones de la Segunda Marquetalia con el Gobierno de Colombia, en Caracas (Venezuela), en junio de 2024.RONALD PENA R (EFE)
Santiago Torrado

Los interlocutores del Gobierno de Gustavo Petro en los distintos tableros de la paz total se fragmentan cada día más, bien sea la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), los disidentes del Estado Mayor Central o los desertores del acuerdo de paz que hasta esta semana se agrupaban en la sombrilla de la Segunda Marquetalia. Los tres grupos armados que se sientan en las mesas de diálogos nacionales que se han puesto en marcha a pesar de los tropiezos han pasado por algún tipo de división, lo que dificulta las negociaciones en el marco de la política bandera del primer Gobierno de izquierdas de la Colombia contemporánea.

A dos años de su instalación, la mesa con el ELN, en teoría la más avanzada de todas, suma meses congelada. El inédito cese al fuego bilateral que duró un año expiró en agosto sin que las delegaciones hayan conseguido desatascar el diálogo desde entonces. En medio de esa crisis, el Gobierno ha mantenido los diálogos paralelos con un frente díscolo, los Comuneros del Sur, que en el departamento de Nariño ha optado por desprenderse del comando central, liderado por Antonio García, y de la dirección nacional de la guerrilla que nació en 1964 inspirada en la revolución cubana.

La escisión, anunciada en mayo, ha provocado incesantes reclamos de la delegación del ELN al Gobierno. Sus acciones armadas no cesan. La guerrilla decretó un paro armado en Chocó en plena emergencia invernal y ha perpetrado al menos una docena de atentados contra la fuerza pública desde el fin del cese al fuego. El más reciente el pasado jueves, cuando asesinó a cinco soldados en Anorí, en Antioquia, cerca de uno de los antiguos espacios de reincorporación donde los exguerrilleros de las extintas FARC hacen su tránsito a la vida civil. En septiembre, después de un ataque contra una base militar en Puerto Jordán, Arauca, que dejó dos militares muertos y 26 heridos, el presidente Petro pareció tirar la toalla. “Prácticamente, es una acción que cierra un proceso de paz con sangre”, declaró. La viabilidad de la mesa quedó “severamente lesionada”, dijo entonces, “y su continuidad sólo puede ser recuperada con una manifestación inequívoca de la voluntad de paz del ELN”.

Esa manifestación no ha llegado, y la mesa languidece, sin rompimiento y sin diálogos. “Estos señores no han entendido que el tren de la historia los dejó, que es una lucha armada anacrónica que tiene el rechazo de la inmensa mayoría de la población colombiana”, apuntaba esta semana el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo. “Están perdiendo una enorme oportunidad en un Gobierno que le sigue apostando a la paz total, una mesa de negociación articulada, con una agenda definida, un norte, y ellos se encargan todos los días de generar frustraciones en la sociedad”.

El mayor grupo de disidentes de las FARC que se apartaron del acuerdo de paz, el autodenominado Estado Mayor Central, bajo el mando de Iván Mordisco, también se sentó a negociar con el Gobierno en 2023, en lo que constituía la segunda mesa nacional de la paz total, pero acabó por fragmentarse irremediablemente en este 2024. Ese proceso entró en su enésima crisis después de una serie de acciones ofensivas del EMC que incluyeron atentados contra militares y comunidades indígenas. El Gobierno confirmó en abril que ya no negocia con Mordisco, contra el que lanzó una “ofensiva total” en el convulso departamento del Cauca. El proceso continúa con los bloques que operan en otras regiones, como el Catatumbo y el Magdalena Medio, y en departamentos como Meta, Caquetá y Putumayo, pero los disidentes que siguen en la mesa representan menos de la mitad de los hombres en armas.

La desintegración también alcanzó esta semana la incipiente mesa con la que se suponía la otra gran sombrilla de disidentes, la Segunda Marquetalia de Iván Márquez. El líder guerrillero, en paradero desconocido, desautorizó los diálogos –que recién se pusieron en marcha el pasado junio– en una carta cuya autenticidad no ha sido verificada. Dos de sus estructuras más fuertes, los Comandos de la Frontera y la Coordinadora Guerrillera del Pacífico, hicieron pública su decisión de independizarse y dejar de usar esa etiqueta, con el propósito de continuar el proceso. “Colombia puede estar tranquila de que el proceso de paz sigue (…) Nos tocará replantear la mesa, replantear la agenda, pero eso es cuestión de tiempo”, ha dicho jefe negociador de la Segunda Marquetalia, o al menos de las estructuras que siguen en la mesa, conocido como Walter Mendoza. Se trata de un antiguo comandante de las FARC que firmó la paz y luego volvió a empuñar las armas, como el propio Márquez.

Las “profundas fracturas” entre las disidencias, reaccionó Petro en sus redes sociales, “se dan alrededor de si hacer la paz con este Gobierno o profundizar la acción bélica que cada vez más se dirige al traqueteo [narcotráfico] y contra el pueblo mismo de las regiones del conflicto en Colombia”. En su interpretación, teñida de optimismo, “esta división en los grupos violentos es un avance en la paz”, escribió sin mayores detalles. “Insistiré en la paz, no sin ser claro en que quienes no aceptan el camino de bajar las armas y ponerlas al servicio del pueblo, serán doblegados por la fuerza pública de la Constitución”, concluyó.

Cuando empezó la política de paz total, los grupos armados tenían incentivos a unirse, formar grandes alianzas, jerarquías y líneas de mando para lograr una negociación política, apunta la analista Elizabeth Dickinson, del International Crisis Group. “En muchos casos, esta supuesta unidad fue superficial y están volviendo a la naturaleza de un conflicto muy fragmentado, con grupos locales que actúan bajo intereses locales”, señala la experta. Si las declaraciones del presidente significan que la estrategia del Gobierno es dividir a los grupos armados, y así debilitarlos, es una apuesta “supremamente riesgosa”, advierte. La paz total se desdobla en más tableros simultáneos mientras el tiempo apremia.


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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.
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