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Desparrame teatral a la francesa

La compañía Chiens de Navarre actúa por segunda vez en España con un espectáculo de humor ‘trash’ que reparte coces a diestro y siniestro

Chiens de Navarre
Una escena de 'La vida es una fiesta', de la compañía Chiens de Navarre.Philippe Lebruman (Chiens de Navarre)
Raquel Vidales

Justo hace dos años debutó en España la singular compañía francesa Chiens de Navarre. Descubrimos entonces que los adjetivos “corrosivo”, “irreverente”, “hilarante”, “grotesco”, “humor trash” o “escatológico” con los que suelen calificarse sus espectáculos son bien merecidos: no se conforman con meter el dedo en la llaga, sino que se quedan hurgando dentro un buen rato. No hablamos solo de pasarse por el forro lo “políticamente correcto”, sino de ir saltándose todos los límites posibles y a ver qué pasa. Pasa lo siguiente: los espectadores nos partimos de risa mientras nos tapamos escandalizados los ojos por los extremos a los que es capaz de llegar esta gente. No es frecuente encontrar eso en los teatros y se agradece. La uniformidad adormece.

Se nota que todo nace de la improvisación y la creación colectiva. No parten de textos, sino de ideas. Todo se escribe sobre el escenario y por eso lo que pasa ahí arriba es tan de verdad, aparte de que los actores son magníficos y el director, Jean-Christophe Meurisse, seguro que les espolea para que se desmelenen en los ensayos. Pero así como los desparrames resultantes se hilaban muy bien en el espectáculo con el que se presentaron hace dos años, No todo el mundo puede ser huérfano, no ocurre lo mismo en La vida es una fiesta, que se puede ver estos días en los Teatros del Canal de Madrid. También desata carcajadas, sorprende, desconcierta, perturba y maravillan sus intérpretes, pero agota porque por debajo no hay una dramaturgia sólida. De forma que el montaje por momentos parece más bien una sucesión de sketches sin más objetivo que repartir coces a diestro y siniestro. Muy brutos y muy buenos todos, pero el conjunto acaba cansando.

A ello contribuye también cierta dispersión temática. No todo el mundo puede ser huérfano era un montaje más contenido porque se centraba exclusivamente en la familia, mientras que La vida es una fiesta dispara a discreción. Comienza como una encendida y bulliciosa sesión de la Asamblea Nacional francesa que ridiculiza a los políticos (de toda ideología) y de ahí pasamos a la unidad de urgencias psiquiátricas de un hospital donde acaba uno de los diputados de derecha tan extrema que se le va la cabeza. Ese lugar será el nexo de unión de los sketches: por ahí pasarán también personajes como una cuarentona soltera y deprimida o un maduro ejecutivo que queda trastornado tras ser despedido por dos jovenzuelos de Silicon Valley. Hay batallas callejeras entre policías y chalecos amarillos, estallidos de locura delirantes y burlas de todo tipo que ponen en evidencia las chifladuras del mundo contemporáneo.

La vida es una fiesta

Una creación colectiva de Chiens de Navarre. Dirección: Jean-Christophe Meurisse. Teatros del Canal. Madrid. Hasta el 23 de abril.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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