Maestro de dramaturgos
Benet i Jornet entendió su Premi d'Honor de les Lletres como un galardón al teatro catalán
Hace dos años, Josep Maria Benet i Jornet recibió el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes y lo entendió como un reconocimiento al teatro que se hacía en Cataluña en aquellos momentos (y se sigue haciendo ahora). Poco antes, había tomado una decisión simbólica: que sus obras dejaran de representarse en los teatros públicos catalanes, porque esos espacios tenían que reservarse a los nuevos autores.
A sus 75 años, ha luchado por el teatro desde los turbios años 60, cuando “el panorama en Cataluña era desolador”, hasta la actualidad, cuando ha conseguido arrancarse aquella espina clavada y afirma, con orgullo, que “el teatro catalán pasa por su mejor momento”. Y él ha jugado un papel crucial para superar esa “travesía del desierto” y alcanzar lo que, en su día, calificó como una utopía: “Soñábamos con un futuro utópico e imposible del teatro catalán: sabíamos que no ocurriría nunca pero merecía todo el respeto y toda la ayuda”, recordó hace cuatro años, como presidente de honor de la Fundación de la Sala Beckett. Pero ocurrió.
Si la dramaturgia catalana contemporánea no ha sido flor de un día, ni una simple moda, ni siquiera una tendencia generacional, sino una corriente cultural potente y consolidada, es en buena parte gracias a nombres como José Sanchis Sinisterra, Sergi Belbel, Lluïsa Cunillé, Toni Casares o tantos otros y, en particular, gracias a Benet i Jornet, gran referente de los citados maestros y de los nuevos nombres de la creación catalana.
Más allá de prolífico guionista de series de televisión, Benet i Jornet es maestro de dramaturgos. Ha sido una pieza clave en el proyecto T-6 del Teatre Nacional de Catalunya, una apuesta de Toni Casares (director de la Sala Beckett) y de Sergi Belbel (que dirigiría el TNC) para fomentar la autoría y dirección teatrales. La apuesta se ganó.
Autores referentes
Por eso cuando, en parte por la persistente crisis, el T-6 echó la persiana (una década después, en 2013), la dramaturgia catalana estaba consolidada. Hemos conocido a Pere Riera o a Cristina Clemente, hemos disfrutado de Jordi Casanovas, nos hemos sobrecogido con Jordi Oriol o con Marilia Samper, hemos aprendido con Pau Miró y con Mercè Sàrrias… Y estos autores se han convertido, a su vez, en referente de tantos otros. Cada uno con su estilo, con sus obsesiones, con sus ilusiones.
Las salas alternativas (con la FlyHard, a la cabeza en creación teatral) han sabido absorber todo este talento. Un talento que se ha curtido en el Institut del Teatre o en el obrador de la Beckett o en escuelas como Eòlia o en el teatro aficionado o, en algunos casos, fuera de Cataluña, pero que tiene un acento indiscutiblemente catalán. Los jóvenes (y adultos) valores de la creación hacen un teatro que nos atrapa por su cercanía, por todo lo que tiene de crítica social, porque el espectador se reconoce en los personajes, reconoce los escenarios, reconoce los ambientes. Un teatro parecido al de Jornet.
El gran temor de Benet i Jornet era que “el autor, después de estrenar, se quedara sin un lugar en el que hacer y decir”. Había que seguir cuidándolo, había que mimarlo, consentirlo. Es lo que ha hecho Pepitu y lo que piensa seguir haciendo.
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