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Junqueras: el historiador que quiere ser ‘president’

El líder de ERC, está a las puertas de alcanzar la Generalitat y de desplazar a la antigua CDC

SCIAMARELLA

“Yo seré el primer presidente de la república catalana”, espetó Oriol Junqueras un día de 1997 a sus compañeros. El ahora presidente de Esquerra Republicana se ganaba la vida como asesor histórico en una productora televisiva, José María Aznar era inquilino de La Moncloa y Jordi Pujol de la Generalitat, al tiempo que firmaba el Pacto del Majestic para apuntalar el Gobierno del PP. Dos décadas después queda por ver si se consuma la secesión catalana, pero se antoja más probable que Junqueras acabe de president.

La victoria culminaría una estrategia trazada hace poco más de cinco años por este dirigente atípico, capaz de hacer confluir en una lista electoral al vicepresidente de la peña madridista con el de la barcelonista y con los cofrades del Santísimo Cristo de la Salud y Nuestra Señora de la Esperanza que cada Jueves Santo desfilan seis horas en procesión por Sant Vicenç dels Horts, pueblo del que fue alcalde.

Nacido en el barrio obrero barcelonés de Sant Andreu del Palomar en 1969, Junqueras aterrizó en esta población del cinturón rojo con apenas dos años. Debutó en ese Ayuntamiento como concejal independiente y acabó de alcalde entre junio de 2011 y diciembre de 2015 en un pacto de todos contra el PSC. Allí sigue viviendo, ahora como vicepresidente de la Generalitat. Su vida apenas se ha alterado y no es difícil encontrarlo por las calles un fin de semana o una tarde domingo en el tren, junto a su mujer, Neus, profesora de un colegio público. Como lo fue él en la universidad y como lo había sido su padre en un instituto. Los dos hijos de Junqueras, Lluc y Joana, de poco más de cuatro años y de 22 meses seguirán los pasos del padre y estudiarán en el Liceo Italiano de Barcelona.

Doctor en historia del pensamiento económico, exdiputado en el Parlamento Europeo, diputado en el Parlament 2012 y ahora vicepresidente de la Generalitat y consejero de Economía, este hombre de párpado caído presume de moderación cuando se reúne con empresarios y otros interlocutores, a los que confiesa sin ambages: “Es que soy católico”.

L’Oriol ha situado a su partido en la centralidad del tablero político

“El junquerismo es amor”, sentenció él mismo en una entrevista radiofónica a principios de año, una frase que hizo fortuna y explota ya una empresa de camisetas. Atrás quedan las declaraciones estridentes, como la del 13 de noviembre de 2013, cuando amenazó con “parar la economía catalana una semana” si el Gobierno central no permitía el referéndum. Ni lo uno ni lo otro sucedió. Un año después rompió a llorar en otra emisora para reclamar de los catalanes que “no pierdan más el tiempo” y se proclame ya la independencia. Tampoco ocurrió.

“Momento delicado”

Ahora Junqueras es capaz de coger por los hombros a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en la inauguración del Mobile World Congress y evita la exposición pública más allá de lo imprescindible. “Todas las prevenciones son pocas. El momento es muy delicado y es más vulnerable”, reconoce la diputada de ERC en el Congreso Ester Capella. Ella le reconoce “la habilidad femenina de tejer complicidades desde la humildad”.

Ni siquiera ante el decisivo momento que vive Cataluña, y pese a su corpulencia, Junqueras ocupa el primer plano. Su extrema prudencia y discreción sitúan a Carles Puigdemont en una posición de mayor radicalidad. El vicepresidente sí acude a las cumbres que convoca el Gobierno español y cultiva esa pátina de hombre de diálogo. “Siempre me dice que hemos de entendernos, pero no señala objetivos concretos. Quiere tener abiertas cuántas más opciones mejor”, apunta Miquel Iceta, primer secretario del PSC. Ese es el continuo reproche que le formula la oposición: la voluntad de contentar siempre a su interlocutor, incompatible con la actividad política. Nunca entró al trapo de esas críticas y menos en los tiempos actuales, convertido en más receloso y desconfiado, aseguran quienes le conocen

Más allá de eso, l’Oriol, como le llaman los suyos, ha enterrado el cainismo endémico en su partido hasta situarlo en la centralidad del complicado tablero político catalán. Se afilió a ERC apenas seis meses antes de ser encumbrado a la presidencia del partido, en septiembre de 2011, y desde entonces ha conducido la nave republicana hasta las puertas de la victoria que presagian las encuestas. A favor ha tenido el viento de la corrupción que ha horadado a la antigua Convergència, además de la irrupción de una CUP, que ha moderado al histórico de un partido republicano que reclama la independencia desde que hay democracia, cuando la formación de Artur Mas los detestaba.

La pésima relación de Junqueras con el expresidente es un calco de la que mantienen sus respectivas organizaciones, por mucho que ahora les una el objetivo de la secesión. El vicepresidente de la Generalitat ha enterrado los complejos que aquejaban al independentismo, cuando era una aspiración muy minoritaria en Cataluña, y al ahora PDECat no le ha quedado otra que subirse a un carro que el líder de Esquerra siempre defendió.

En 2005 se dio a conocer como historiador en el programa de TV3 El favorit, en el que la audiencia había de elegir al personaje histórico catalán más relevante. Con camisas oscuras a rayas que quedaron pasadas de moda hace años, Junqueras divulgaba en la televisión autonómica la historia de Cataluña con la misma pasión que enseñaba la de China o Japón a sus alumnos de la facultad. A pelo, sin los apuntes color sepia propios de catedrático con varios quinquenios en la nómina, como le gusta salir al atril del Parlament y hacer gala de su memoria prodigiosa y sus conocimientos de historia y economía, sus dos grandes pasiones académicas.

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