Un museo para jugar al Tetris: el espacio OXO reúne en Málaga el pasado, presente y futuro de los vídeojuegos
El centro cultural, que abrió sus puertas a principios de año, reúne una amplia colección que repasa 70 años de este sector e invita a jugar a míticos títulos durante la visita
El artista alemán Robin Baumgarten está convencido de que con apenas un muelle y unas luces led se puede crear un juego divertido. Para demostrarlo, lo construyó. Se llama Line Over y está compuesto por una tira iluminada y, efectivamente, un muelle, que ejerce de joystick para superar la veintena de modalidades de retos que ofrece. Está en Málaga. Y es una de las rarezas que esconde OXO Museo del Videojuego, inaugurado a principios de año en el centro histórico y todo un viaje en el tiempo hacia el pasado, el presente y el futuro del sector. Hay arcades legendarios como Out Run o Missile Command, máquinas originales de Street Fighter, colecciones de juegos y hasta hueco para la piratería con la PolyStation. También hay espacios dedicados a Lara Croft, Space Invaders o la primera videoconsola de la historia, la Magnavox Odissey, que se puede utilizar, como las demás.
“Este es un museo para vivirlo y jugarlo”, invita Javier Ramos, máximo responsable de Kaiju Group, compañía con un centenar de trabajadores responsable del espacio expositivo y que también lo es de eventos multitudinarios como Gamepolis —que se celebra a finales de julio— o FreakCon y los centros formativos EVAD y La Fábrica del Videojuego. Ramos fundó la compañía junto a su hermano Miguel. Ambos se autodefinen como “frikis, con mayúsculas” y llevan años dando forma a un proyecto que esconde una gran inversión: más de 2,5 millones de euros. Buena parte para adquirir algunos de los objetos que se exponen en este edificio —que antes albergaba el Museo Taurino— gracias a una concesión de 35 años por parte de la Diputación Provincial de Málaga, a la que el Ayuntamiento de la ciudad ha abierto expediente de infracción por las luces led de la fachada y terraza, que podrían romper las normas urbanísticas. Visitado por unas 7.000 personas al mes desde su apertura, cuenta con cuatro plantas —la última, con terraza, es un restaurante— y 2.500 metros cuadrados en los que transitar por la historia de una industria que en 2022 superó, por primera vez, los 2.000 millones de euros de facturación, según los datos de la Asociación Española del Videojuego (AEVI).
El acceso al museo, por un pasillo con viejas pantallas monocromo con el juego Ghosts‘n Goblins, es una declaración de intenciones sobre la recuperación de las máquinas vintage. Y la primera sala, donde se vive una experiencia inmersiva gracias a un vídeo proyectado sobre las cuatro paredes y el suelo, es síntoma de que en el recinto hay también hueco para lo que está por venir. Su colección permanente, con medio millar de piezas, hace un recorrido de 70 años desde el que aquí consideran el primer videojuego, OXO, un tres en raya desarrollado en 1952 por el profesor británico Alexander S. Douglas. Pasea luego por momentos históricos como el desarrollo de la Magnavox Odissey y la Atari Pong, coetáneas y basadas en un sencillo juego de tenis de mesa donde un punto blanco, que ejerce de pelotita, va de un lado a otro de una televisión; también se muestra una Telefunken original. Fue la primera generación de videoconsolas a la que se sumaron más: desde el Master System, Nintendo Nes o Game Gear hasta la octava y novena generación actuales con la Wii, Xbox o PlayStation 5.
Antes de llegar a ellas, se puede ver a niños de ocho o nueve años con antiguas máquinas arcade, totalmente restauradas, de la época en la que ni sus padres habían nacido, allá por los setenta y ochenta. Hay rincones que parecen sacados de antiguas series norteamericanas —o recientes, como Stranger Things— donde unos jugadores evitan los barriles de Donkey Kong, otros matan marcianitos con Space Invaders y más allá, otro chaval reta al propio Javier Ramos a una partida al Street Fighter. Ken contra Chun Li. “¡Shoryuken!”, se escucha mientras el responsable del museo vence con comodidad. “Son muchos años”, ríe. “En la escuela, donde hay 1.300 chavales, tampoco me ganan”, dice divertido mientras la música del Tetris pone, entre otras, la banda sonora al recinto.
En el museo hay una Game Boy enorme, un mando de PlayStation gigante y mil posibilidades para descubrir juegos en los que pulsar botoncitos con una mano y manejar un joystick con la otra. Las pantallas devuelven a la infancia a cualquier milenial, mientras que los jóvenes de la generación Z se sorprenden de la sencillez de algunos títulos. Unos y otros celebran, eso sí, nombres como los de Tekken, Doom, Tomb Raider, Metal Slug, Zelda, Metal Gear, Guitar Hero o God of War. Dinamic, empresa española pionera en el sector, tiene su pequeño altar, donde se exhibe el póster original del juego Game Over, de 1987. Fue censurado en algunos países porque la ilustración exhibía en una transparencia el pezón de su protagonista, adelantándose al juicio actual de las redes sociales. La segunda planta exhibe la colección temporal, ahora centrada en Animal Crossing y God of War, de gran hiperrealismo, y Call of Duty, con curiosidades como la inspiración de sus creadores en ciudades españolas para crear sus mapas, entre ellas, la malagueña Ronda.
En la tercera planta hay una colección de todos los juegos publicados por Sega para Mega Drive en Europa —valorada en 200.000 euros y cedida por un aficionado malagueño—, así como máquinas japonesas de coordinación visual y gestual, juegos basados en la realidad aumentada, una versión física y futurista del Pong original del 72 que ahora funciona a través de electroimanes o un Pac-Man que se juega en una pantalla esférica y que, de momento, nadie ha conseguido superar. Un reto más en un museo hecho para jugadores.
Babelia
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