Nadal y el descubrir de una nueva vida
La marcha de Federer y una situación personal difícil destapan al campeón más vulnerable, enfrentado a un escenario profesional distinto y a la transición vital
Por una mera cuestión de cortesía con el torneo, Rafael Nadal eludió confirmar que abandonaba la Laver Cup durante la charla en petit comité con los periodistas pese a que al retroceder hacia el vestuario el subconsciente ya estaba empujándole directamente hacia el avión de regreso a Manacor. “Tengo que volver a la habitación y pensarlo bien, porque tengo un conflicto interno bastante importante… Supongo que cuando terminen todos estos momentos de emoción, veré qué debo hacer”, decía después de la conmovedora despedida a su amigo Roger Federer y de hilvanar una de las elocuciones más a flor de piel que se le recuerdan, si no la que más. Sencillamente, el balear se desnudó.
“No estoy bien, no estoy bien…”, reconocía cuando se le preguntaba sobre su situación, porque a los vaivenes emocionales de una temporada tan exitosa como dolorosa le ha seguido un contratiempo de índole personal que le ha pasado factura en las últimas fechas. El deportista, de 36 años, confirmó el 17 de junio que él y su mujer esperaban su primer hijo –”si todo va bien, voy a ser padre”, afirmó durante una rueda de prensa en Santa Ponça–; sin embargo, una complicación en el embarazo le ha mantenido en vilo y le ha disgustado hasta el punto de que el tenis ha pasado a un segundo plano y su vida ha virado en un abrir y cerrar de ojos.
Desde hace más de un mes, Nadal está pero no está. Ni entrena como le gustaría ni se despegó del teléfono cuando a finales de agosto viajó a Nueva York para competir en el US Open, donde perdió en los octavos y desfiló con semblante ausente. Han sido días de mucha preocupación, agobios e intranquilidad. Si a comienzos de año y durante la primavera ya se le veía fino, la distancia corta dice que ha perdido algo de peso.
“Han sido semanas difíciles”, admitía. “De pocas horas de dormir, con un poquito de estrés en general [por un contratiempo en el embarazo de su esposa] y situaciones más complicadas de lo habitual en casa. He tenido que lidiar un poquito con todo eso, con un tipo de presión un poco diferente a la que estás acostumbrado en lo profesional, pero por suerte todo está bien y estamos más tranquilos. He podido venir aquí, que es lo más importante”, ampliaba como podía porque en algunos instantes el nudo que se le había hecho en la garganta apretaba más y más; “soy una persona bastante sensible y a veces es bueno llorar. Necesitas soltar estas emociones”, ampliaba antes de hacer una referencia clave en este presente delicado: “De alguna manera, se va también una parte de mi vida y es difícil”.
Hacia lo imprevisible
Es decir, a Nadal se le ha juntado todo. Se va cerrando una puerta y abriéndose otra. Atrás quedan el chico arrollador, el veinteañero centelleante y el treintañero incipiente, y por delante aparece una nueva realidad que incluye la partida de Federer, un escenario profesional muy distinto y el estreno de la paternidad. Un cambio vital brusco. A la marcha del genio, elemento imprescindible en el relato de su carrera y compañero de aventuras, se une la circunstancia personal. Se despide su gran socio, su deporte pasa de página hacia una nueva etapa —en la que ya golpea la nueva hornada— y el escenario conocido sobre el que había transitado hasta ahora se ha convertido en el terreno de incertidumbre que significa la evolución vital.
“Me gustaría recuperar la normalidad durante el siguiente mes y que todo salga bien. Organizar mi vida de la manera adecuada para tener un poquito de normalidad en todos los sentidos, tanto en el personal como en el profesional. A partir de ahí, empezar de nuevo”, dice el mallorquín, un hombre muy afectivo y emocionalmente más permeable de lo que parece. De alguna forma, la fachada competitiva y la mentalidad granítica que posee cuando está en la pista distorsionan la esencia de un campeón actualmente vulnerable.
Desde hace años, Nadal acostumbra a controlarlo casi todo, a excepción de las lesiones, y ahora siente que de alguna manera está dando un salto hacia un territorio nuevo e imprevisible, por explorar. Los fantasmas del nuevo mañana.
Por mucho que sea muy consciente de que su ciclo deportivo ha entrado en la última fase, la sucesión de acontecimientos de una temporada al límite no le ha concedido tregua hasta ahora, y demanda a gritos un respiro que no llega. “Estuve cerca de retirarme este año. Pensé que Roland Garros podría ser mi último torneo y desde ahí todo ha salido muy mal en cuestiones físicas. Ha sido un desastre”, contesta a este periódico cuando se le plantea cómo se imagina su adiós al tenis, que contempló durante la primavera, pero no ahora: “No lo sé, no estoy en ese momento aún”.
“Una parte de mí también se va”
Más allá de lo que pudiera prever o imaginar, el contratiempo con el embarazo y el adiós de Federer muestran sin tibiezas lo que está por llegar; esto es, el Nadal padre, el profesional que enfila la recta definitiva tras 21 años de recorrido. Algo que experimentó previamente el suizo, aunque en su caso los hijos llegaron antes (a los 28) y el adiós se ha producido después de dos años y medio sin apenas jugar (20 partidos desde enero de 2020), y después tres pasos por el quirófano. En este último sentido, el caso del español es mucho más paradójico, porque el azote de las lesiones no ha mermado un ápice su capacidad para seguir triunfando.
“Sé que Roger ha pasado por muchos momentos complicados en los últimos tiempos”, señalaba entre bastidores. “Yo no me he retirado aún, pero sé que cuando uno lleva un tiempo con lesiones y no ve el final, es frustrante”, añadía. “Con su retirada, una parte de mí también se va”, lamentaba media hora antes en inglés. “Al final tenemos muchas cosas similares, probablemente encaramos la vida de manera similar”, zanjaba Nadal, a la espera de encontrar, por fin, un poco de paz.
FINAL DE CURSO ENTRE INTERROGANTES
A pesar de que a la Laver Cup le quedaban dos jornadas por delante, Nadal optó por volver a casa a primera hora de ayer. El esfuerzo de haber acudido a la cita del O2 de Londres responde única y exclusivamente a que el homenajeado era Federer.
“Para mí era importante estar aquí, porque sabía lo importante que era para él. Tengo una relación personal bastante estrecha desde hace tiempo y hablamos habitualmente”, expuso el mallorquín, que en este último viaje ha estado acompañado por su círculo de confianza pese a tratarse de un desplazamiento exprés, un ida y vuelta en un margen de 48 horas.
Ahora, el tenista se concentrará en sus asuntos personales y solo una vez que estén resueltos, se planteará qué hacer de aquí a final de curso. En un principio, Nadal tenía previsto participar en el Masters 1000 de París-Bercy (del 31 de octubre al 6 de octubre) y posteriormente (del 13 al 20 de noviembre) en la Copa de Maestros de Turín, para la que se clasificó durante el US Open.
Además, el actual número tres del mundo tiene planificado acudir a una serie de exhibiciones en Sudamérica. Si mantiene la idea, el 25 de noviembre se enfrentará a Alejandro Tabilo en Santiago de Chile y el 27 de noviembre jugaría contra el noruego Casper Ruud en Quito (Ecuador). La hoja de ruta también incluye paradas en Argentina, México y Colombia, aunque todo está en el aire.
Hace tres años fue Federer el que se desplazó a Latinoamérica para desfilar por países como Argentina, Chile, Colombia, México y Ecuador. “Tengo salud y la vida sigue, todo es genial”, apuntó el de Basilea en la velada del viernes, fecha de su adiós. “Esto no es el final por completo, estoy feliz”.
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