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Pecco Bagnaia, superstición y meticulosidad al servicio de Italia

El turinés de Ducati toma el testigo de su maestro Valentino Rossi, de quién ha aprendido casi todo, y triunfa sobre una moto transalpina 50 años después de Giacomo Agostini

Pecco Bagnaia es felicitado por su amigo Valentino Rossi nada más ganar el título de MotoGP.
Pecco Bagnaia es felicitado por su amigo Valentino Rossi nada más ganar el título de MotoGP.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)

“No supe gestionar la presión, tenía miedo de no triunfar”, recuerda Francesco Bagnaia (Turín, 1997) sobre sus primeros pasos en la élite, cuando tenía 16 años. Miembro de la academia de pilotos de Valentino Rossi, donde ingresó en el año de su creación, en 2013, el chico apareció por primera vez en el Mundial con dudas sobre su verdadero potencial. Desde la categoría pequeña fue creciendo entrenamiento a entrenamiento junto al gran mito. En el rancho de Tavullia, convertido ahora en la cuna de campeones del país, siguen juntándose todavía la mayoría de pilotos que destacan hoy en día en las tres principales categorías del motociclismo mundial. Allí siguen aprendiendo de su “tío abuelo”, como llaman a Il Dottore, desplazado a Cheste para vitorear al hombre que certifica su relevo. También estaba allí Giacomo Agostini, el último italiano en triunfar sobre una moto transalpina en 1972. “He sentido el peso de Ducati y toda Italia en mis espaldas. Todos hemos llorado”, reconocía el hombre que con su corona en MotoGP culmina el objetivo definitivo de la escuela de su maestro, la de crear al nuevo gran campeón italiano.

Después de una segunda mitad de temporada de récord, el nuevo campeón se perfila como potencial dominador de los próximos años. Con una remontada para la historia, la más abultada desde que se introdujo el actual sistema de puntuación en 1993, Bagnaia ha recuperado una desventaja que llegó a ser de 91 puntos sobre el francés Fabio Quartararo, el anterior campeón del mundo. El binomio Pecco-Ducati ha resultado demoledor desde su victoria en Assen antes del parón veraniego. Un accidente en Ibiza cuando conducía ebrio triplicando la tasa legal en España no hizo trastabillar su determinación. Tampoco pareció importarle demasiado a su fábrica, que vio como su puntal encadenaba entonces cuatro triunfos consecutivos –un logro inédito para la marca– de los siete totales que presume esta temporada.

A pesar del alirón, hasta tiene espacio para la autocrítica un Bagnaia que se ha quedado sin puntuar en cinco carreras por culpa de las caídas. “Mis críticos decían la verdad, porque éramos candidatos y yo estaba cometiendo muchos errores. También acepté el de Ibiza. Sin errores no creces en la vida”, se sinceraba. Yendo más atrás, desde que logró en el GP de Aragón de 2021 descorchar el prosecco por primera vez en MotoGP, el italiano acumula 11 victorias en 26 Grandes Premios, y en dos temporadas con el equipo oficial, se ha hecho la foto en el podio en la mitad de las carreras disputadas (19 de 38).

Los padres de Bagnaia, aficionados al motociclismo desde jóvenes, siempre llevaron a sus hijos a las carreras. Su tío, propietario de dos Ducati clásicas, la 996 y la 998, le inculcó a Pecco su pasión por el rojo de la marca de Bolonia. Aunque él prefiere que le llamen Francesco, en la familia quedó grabado el mote que le puso sin querer su hermana Carola, año y medio mayor que él, al no pronunciar bien su nombre cuando eran pequeños. “Cuando tiene algo en la cabeza, lo da todo para conseguirlo”, asegura ella, su asistente y persona de confianza en los circuitos ahora. Esta figura clave –que introdujo su mentor Rossi cuando hizo de su amigo Alessio Salucci, más conocido como Uccio, su asistente en los grandes premios– y su equipo es todo lo que necesita el nuevo campeón tanto para los días buenos como los malos. No necesita de psicólogos, asegura: “Mi gente me dice lo que piensa, y he aprendido a escucharles para mejorar este año”.

El título del 63 también tiene pisada española. Su primera victoria mundialista –ahora ya acumula 21, además de 43 podios– llegó en 2016 bajo el cobijo de Jorge Martínez Aspar, enamorado de un piloto que también siente suyo. “Aunque viene de una situación crítica, este es un tío top”, le avisó en su momento Gino Borsoi, su director deportivo. Le tuvieron que poner una tercera moto porque de lo contrario se hubiera quedado sin hueco en la parrilla. “Yo también me había fijado en él, y en su momento fue algo arriesgado, pero el cambio que dio fue brutal y él siempre nos recuerda que nosotros le recuperamos”, presume la leyenda del motociclismo español, que también da crédito a Emilio Alzamora y a Monlau Competición, que le dieron bola al turinés durante su etapa en MiniGP y el Campeonato de España de Velocidad. Luego llegó la confirmación en 2018 con el título de Moto2 y todavía hoy, en un gesto que habla de su cercanía y familiaridad, el italiano se deja caer por el garaje de su exequipo cuando llega a los circuitos.

Amante de la cocina

Bagnaia es un tipo sencillo fuera de la moto y escrupuloso encima de ella, cuentan desde su garaje. “Es meticuloso, escucha todo lo que le dicen. Estudia bien todos los datos y lo más importante es que aprende muy, muy rápido”, le elogia su jefe técnico, Christian Gabarrini. Quizás no es el piloto más explosivo o talentoso, pero sí uno de los más completos. “Su convicción es brutal”, destaca Aspar. “Es rápido en cualquier circunstancia”, subraya Quartararo. También tiene sus supersticiones. Durante la previa no quiso tocar la copa de campeones por mucho que se lo pidieran los fotógrafos.

En casa le gusta cocinar algunas recetas de la nonna [abuela] y se puede tirar horas mirando programas y documentales sobre gastronomía en la tele. A su lado, Domizia, su pareja desde hace siete años y mejor amiga de su hermana, le ha acompañado en las últimas carreras presa de los nervios. Él, muy franco ante las cámaras, tampoco dudó jamás al reconocer su fragilidad: “Soy humano, claro que siento la presión”. Antes de viajar a Cheste, pasó la semana en Chivasso [provincia de Turín], donde viven sus padres y sus amigos de toda la vida, e intentó hacer como si nada. Paseó a su perro Turbo y no se saltó ninguna sesión de gimnasio. Viajó a Valencia tranquilo y convencido de que cerraría el círculo y abriría su nueva etapa como ídolo en Italia. Difícilmente se podrá esconder ahora.

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