Cristiano Ronaldo y el despertar del sueño
Mientras casi todos los niños a su alrededor despertaron antes de empezar, Cristiano llegó tan lejos en el sueño infantil de ser futbolista que ya no puede regresar con el resto
El hermano menor admiraba mucho al hermano mayor y entre ellos se llamaban “nene”. Tanta devoción sentía, que la mañana en la que la policía irrumpió en la casa para detener al más pequeño, este dormía en la habitación del grande, que ya se había independizado. Muchos meses después, al entrar en aquel cuartito de unos seis metros cuadrados junto al padre de ambos, algo me deslumbró. Una imagen gigante colgada en el armario donde el más mayor de sus hijos realizaba una parada impresionante por la escuadra en un partido de cadetes en Madrid presidía el habitáculo. Recuerdo como si fuera ayer esa estirada. La recuerdo porque yo estaba aquel día en la otra portería y todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando sucedió. Al verla en directo pensé que el sueño de ser futbolista pasaba por paradas como aquella. Me acuerdo además de ver esa imagen durante años en el perfil del chico en la red social Tuenti y analizarla una y otra vez. Cuando le comenté esto al padre, el hombre no podía creérselo. En medio del gran drama familiar que vivía en ese momento por la condena del menor, el fútbol —eje central de su relación con sus “nenes”— lo devolvió a la vida. De pronto se activaron los recuerdos e hizo un repaso de la trayectoria de ambos. Regresó durante unos minutos a esos momentos donde las cosas todavía estaban bien y las ilusiones de sus hijos, y la suya propia, aún eran posibles. El hijo mayor había pasado por la cantera de grandes clubes de Primera y Segunda División con un rendimiento bastante notable. Me comentó que después de jugar en las mejores categorías inferiores del fútbol español, se retiró en Tercera, desilusionado, con veintipocos años, mientras algunos de sus excompañeros alcanzaban la élite.
La realidad dice que la gran mayoría de carreras futbolísticas terminan casi antes de empezar. Y también dice —solo hay que darse una vuelta por cualquier polideportivo para comprobarlo— que para ciertos padres, como el de esos dos hermanos, los años más felices fueron aquellos en que sus hijos todavía podían ser futbolistas.
Casi todos ellos despertarán pronto de ese anhelo. Algunos durarán un poco más y llegarán a categorías no profesionales donde ni subes ni bajas. Solo unos pocos conseguirán ser profesionales, y con los dedos de una mano podrá contarse a los que se conviertan en estrellas. Cristiano Ronaldo, que perdió a su padre en 2005 cuando apenas tenía 20 años y recién había disputada su primera Eurocopa, puede que tenga esto muy presente. Solo así se entiende que el portugués trate de perpetuar su carrera hasta la extenuación y que no le importe que el mundo entero sea testigo de un declive que podría haberse ahorrado. Tal vez sea tan consciente de que la posibilidad de que hubieran sido otros y no él los que tocaran la gloria no es en absoluto tan remota, que se siente con la responsabilidad de no abandonar ese barco donde viajan las esperanzas imposibles de los niños y del que él es a sus 39 años y desde hace ya un tiempo el último marinero.
También es cierto que para un hombre adicto a sí mismo tiene que ser muy difícil dejar marchar su propio sueño. Cristiano es consciente de que ningún gol se revaloriza pasados los años. Los mejores serán con suerte recordados con nostalgia, pero sin la misma emoción que cuando se cantaron por primera vez. Así como ciertas fotografías, libros, canciones u otras obras de arte adquieren más relevancia pasados los años, los goles tocan el cielo en el momento presente y desde ahí todo es bajada.
Las actuaciones de CR7 en esta Euro distan bastante de ser dignas del jugador que fue. Mientras casi todos los niños a su alrededor despertaron antes casi de empezar, Cristiano llegó tan lejos en el sueño infantil de ser futbolista que ya no puede regresar con el resto. Es como si al escalar esa montaña inmensa que es el “éxito” hubiera olvidado un detalle trascendental: cómo bajar. Ver a Cristiano celebrar en la cara del portero de la República Checa, Jindrich Stanek, un gol que ni siquiera es suyo produce más pena que indignación o enfado. “No oses desafiarme. Sigo siendo el Rey”, podría estar gritándole en lo que parece más bien un intento desesperado de convencerse a sí mismo. Descender a la tierra desde allá donde esté debe ser un fastidio y quién sabe si la ruta de la retirada sea incluso más peligrosa para él que la que le llevó a la cima.
Alguien debería preguntarle a Cristiano si le sucede lo mismo que a esos padres de niños que nunca serán futbolistas y él también daría lo que fuera por empezar otra vez la partida desde el principio. No es difícil imaginar que eso le haría más ilusión que vivir lo que le quede a cuerpo de rey y exfutbolista.
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