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Galina Zybina, la lanzadora con técnica de bailarina de ballet que impresionó a Picasso

La deportista soviética, campeona olímpica en 1952 y cinco veces plusmarquista mundial, falleció a los 93 años en San Petersburgo

Carlos Arribas
Galina Zybina
Galina Zybina.

El domingo, en la fiesta final de la casa Adidas en París una mujer joven, maravillosa voz, canta un góspel que pone piel de gallina, emociona. Después, la presentan: con ustedes Yemisi Ogunleye, campeona olímpica de lanzamiento de peso. Y no se sabe qué impresiona más a los que aplauden a la atleta alemana si su voz o su esbeltez, 1,83 metros y 67 kilos, que no choca con el morfotipo atlético que se asocia a los lanzadores, a quienes todos imaginan como colosos enormes, y cuanto más grandes, más fuertes. En la final del viernes, con un milagroso sexto lanzamiento con el que dejó clavada de cuatro kilos en la cinta que marcaba los 20 metros, Ogunleye, de 25 años, una heptatleta de juvenil hasta que se rompió los ligamentos de las dos rodillas y se dedicó solo al peso desde entonces, superó a la neozelandesa Maddison-Lee Wesche y a la china Jiayuan Song, dos atletas más corpulentas.

Son los nuevos tiempos del lanzamiento con técnica giratoria, en los que más que la masa o el volumen importan la altura, y la velocidad. Y, sobre todo, la técnica, la base del lanzamiento no en los nuevos tiempos, sino siempre, y hace 70 años ya, en los años 50, lo repetía constantemente Galina Zybina, lanzadora soviética de peso, disco y jabalina, y campeona olímpica en Helsinki 52, que falleció el sábado a los 93 años, cuando le preguntaban por la sutileza oculta que hace que la bola llegue más lejos. “La técnica. Es algo que hay que perfeccionar constantemente. Para desarrollar una gran velocidad, cada movimiento debe ejecutarse a la perfección. Se trata de un trabajo minucioso, que mucha gente hoy en día no quiere hacer”, precisaba hace unos años en una entrevista al medio ruso Sport-Express. “Es más fácil inflar los músculos con una barra y anabolizantes. Ahí surgieron lanzadoras con tipo de mesilla de noche o cómodas. Y no hay gente pequeña y delgada como yo o la lanzadora Nadezhda Konyayeva, medalla de bronce de Melbourne. ¿Saben cuánto pesaba cuando gané en Helsinki? 69 kilos. Para una lanzadora de peso, es un peso impensable. Pero pronto empezaron a llegar las cómodas. Y aquellas a las que podía ganar durmiendo, de repente empezaron a lanzar a 18 o 19 metros. ¡Buuuu! ¿Qué están comiendo?”

Ninguna de ellas dejaría la huella que Zybina dejó en Picasso a quien conoció y para quien lanzó un ladrillo. “En 1954, el Komsomol [Liga de las Juventudes Comunistas] me envió a Francia. Había 16 personas en la delegación: músicos, físicos, matemáticos. Yo era la única deportista. Nos reuníamos con estudiantes franceses. Recorrimos 24 ciudades en 24 días, una especie de Tour de Francia”, relata la atleta. “Cuando pasamos por la ciudad de Vallauris, en el sur, alguien sugirió que nos detuviéramos en casa de Picasso: ‘Tiene una casa aquí, hace poco pintó una capilla...’. Yo no tenía ni idea de quién era Picasso. Y estaba agotada por el viaje. Decidí echarme una siesta en el autobús. Al cabo de un rato, volvió la intérprete. ‘¡Galya, ayúdame!’ Resulta que se pusieron en fila, se presentaron, pero el artista no estaba impresionado. Y luego uno dijo: ‘También tenemos una campeona olímpica de lanzamiento de peso. Se siente mal, se quedó en el autobús…`’Picasso le paró levantando las manos: ¡Traédmela rápido! ¡Nunca he visto a un campeón olímpico!’. Me llevaron al patio de una casa cualquiera. Picasso: pequeño, rápido. Me miró durante mucho tiempo. Finalmente preguntó: ‘¿No harás una demostración de lanzamiento de peso?’ ‘No lo llevo encima. ¿No tendrá medio ladrillo por alguna parte?’ Un hombre que le ayudaba a trabajar la arcilla le tendió un ladrillo. Yo me levanté la estrecha falda a la manera francesa y lancé el ladrillo lejos, por encima de la tapia. Picasso aplaudió: ‘¡Qué hermoso! Es una técnica digna de un ballet’. Me tocó la mano y repitió: ‘Sí, es precioso...’ Como despedida me regaló un jarrón con su marca”.

Zybina, nacida en Leningrado en 1931 y una niña cuando el sitio de la ciudad en la Segunda Guerra Mundial, y aserraba leña bien recta, como le había enseñado su padre, soldado, a pescozones desde los cinco años, sobrevivió a la dieta escolar de vaso de leche, 125 gramos de pan para toda la familia y caldo de colinabo. Como atleta, siempre en disputas con los dirigentes estalinistas del deporte soviético, batió cinco veces el récord mundial de lanzamiento de peso entre 1952 (15,19m) y 1956 (16,76m). Lo perdió ante la soviética ucrania Tamara Press, entrenada como ella por Viktor Alekseyev, que lo llevó hasta 18,59 metros en 1965. “Fue un escándalo. Tamara e Irina, su hermana, eran hermafroditas [condición intersexual que les hacía producir testosterona como hombres] operadas a los tres años. Todos los dirigentes lo sabían y cuando comenzaron los controles de género en las competiciones, en 1966, las retiraron”, decía Zybina en la misma entrevista. “’Tamara, no es culpa tuya haber nacido así. No te culpamos’, le dije cuando denuncié su caso en una reunión. ‘¿A quién culpamos? A ellos’, a ellos, a los dirigentes’. Y les dije: “Comprendo que os aferréis a las medallas, pero en el deporte todo el mundo debe estar en igualdad de condiciones. Detrás de cada victoria hay una enorme cantidad de trabajo duro”.

A Zybina, casada con el comandante del crucero-museo Aurora, el barco que comenzó la Revolución de 1917 en la entonces Petrogrado, la sancionaron y la excluyeron un tiempo del equipo soviético, con el que participó en cuatro Juegos. Fue oro en 1952; plata en Melbourne 56, séptima en Roma 60 después de ser madre, y bronce en Tokio 64. “Y siendo la segunda mejor soviética, mi propio entrenador me excluyó del equipo para México 68. Habrían sido mis quintos Juegos”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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