Los indios metropolitanos
UN RECIENTE informe de la OCDE cifraba en siete millones -el 22 por ciento de la población activa- el número de jóvenes menores de veinticinco años que se encontraban en paro en los países miembros de la Organización a finales de 1976. Todos los indicios apuntan a que son los marginados -los jóvenes, las mujeres, los trabajadores maduros o no sindicados- quienes están sufriendo más duramente las consecuencias de la crisis económica iniciada ya hace más de tres años.Sobre este telón de fondo se comprenden mejor los motivos que han podido conducir al estallido de violencia urbana que asoló Italia la pasada semana. En un país -y tire la primera piedra quien esté limpio de pecadodonde el número de estudiantes universitarios casi se ha duplicado en ocho años, que cuenta con más de medio millón de licenciados en paro, y en cuya universidad capitalina la proporción de alumnos matriculados a puestos escolares dotados es superior a siete, existía un clima de descontento que podía estallar al menor pretexto. Y el pretexto ha sido la reforma, aparentemente razonable, del ministro de Educación, Malfatti, que encara seriamente algunas de las lacras que padece la enseñanza universitaria italiana.
La inminente reacción estudiantil fue rechazar la reforma con el argumento de que establece la selección como criterio y responde a una concepción de la Universidad como escuela preparatoria de tecnócratas al servicio del capitalismo internacional de las multinacionales.
Pero el análisis de los antecedentes puramente «técnicos» de la revuelta estudiantil quedaría desenfocado si no centrara la atención en el componente político que, indudablemente, la ha animado. Y es que sobre un trasfondo de paro juvenil, esclerosis de la Universidad y desesperación existencial, se ha puesto en marcha una «rebelión de los marginados». Piénsese, en efecto, que los dos principales animadores del movimiento estudiantil son los «indios metropolitanos» -de inspiración básicamente anarquista-, grupúsculos políticos situados a la extrema izquierda del Partido Comunista Italiano.
Esta sublevación espontánea es interpretada por algunos como una repetición del mayo francés de 1968. Pero su marco histórico concreto es la política italiana y más concretamente de ese matrimonio de conveniencias que es el minicompromiso histórico entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista.
La revuelta frente a esa propuesta de orden, trabajo y disciplina es la clave de la rabia, en ocasiones salvaje, de los estudiantes italianos. ¿Lograrán algo? A primera vista, lo contrario de lo que se proponían. Miles de partidarios y simpatizantes de la DC y del PCI -en las últimas elecciones de los dos partidos recogieron el 74 por ciento de los votos- han desfilado así en Bolonia en protesta contra la violencia y el desorden.
Pero tras esa fachada de unidad empiezan a aflorar tensiones. Tensiones entre la DC, cuyos reflejos autoritarios le llevan a solicitar veladamente medidas de excepción, y un PC que se opone resueltamente a ellas. Pero, sobre todo, tensiones en el seno del propio Partido Comunista, lastrado por el peso de su apoyo tácito al Gobierno monocolor de Andreotti, y que ya se ha visto obligado a hacer autocrítica en el caso de los estudiantes.
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