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Tribuna
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"Las instituciones vascas nunca constituyeron un obstáculo para la unidad de España"

Este es el texto del discurso pronunciado por el Rey en la Casa de Juntas de Guernica:

Frente a quienes practican la intolerancia, desprecian la convivencia, no respetan ni las instituciones ni las normas más elementales de una ordenada libertad de expresión, yo quiero proclamar una vez más mi fe en la democracia y mi confianza en el pueblo vasco.

Siempre había sentido el anhelo de que mi primera visita como jefe de Estado a esta entrañable tierra vasca incluyera la realización de un acto que sellase el reencuentro del Rey con los representantes de los territorios que durante siglos fueron ejemplares por su lealtad y fidelidad a la Corona. Y eran también convicción y voluntad mías, sobradamente apoyadas por la tradición, que ese acto se realizase aquí en Guernica, por tantos conceptos capital histórica y emocional del pueblo vasco.

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Porque entiendo que vuestra historia encierra una particular y doble enseñanza cuyo contenido debiera ser motivo de recuerdo permanente. Que la fidelidad secular del pueblo vasco tuvo como fundamento el reconocimiento político de su propia personalidad histórica. Que la libertad del pueblo revelada en la larga vigencia de sus instituciones nunca constituyó obstáculo alguno a la unidad de España. Al contrario, es obligado reconocer que históricamente la integración de los territorios vascos en la Corona sólo empezó a ser problemática cuando se quebró la tradicional política de lealtades sobre la que se había cimentado en estas tierras nuestra unión.

Por eso, la historia de España no se entiende sin la mención de la profunda corriente vasca que la recorre. A que el castellano se formase en estos territorios se debe el vocalismo actual del español. Es bien sabido que los vascos constituyeron un contingente numerosísimo de la organización estatal y colonial de los siglos XVI al XVIII.

Vascos en puestos de la máxima responsabilidad nacional y de la mayor confianza de los Reyes de España, y vinculados, por tanto, a las grandes empresas de nuestra patria. Y también en épocas más recientes ha habido una destacada presencia vasca en distintas actividades de la vida española, en la cultura, en la industria, en el mundo del trabajo, en la política, en el derecho, en el Ejército, en la Iglesia y en la universidad. Pero es obligado igualmente decir que si cabe hablar de una personalidad histórica vasca es porque la configuraron unos rasgos culturales e institucionales singulares y diferenciados.

Con esa contribución sustancial de los vascos a la historia española coexistió en admirable armonía la vida cotidiana de este pueblo, anclada y fundada en lo específicamente euskaldún y plasmada en las formas de población y comportamiento propios del País Vasco, en la arquitectura de sus caseríos, en las variedades de sus formas tradicionales de vida y trabajo, en la mentalidad de sus campesinos y arrantzalez, en la poesía de sus bersolaris, en sus danzas y su música, en sus manifestaciones deportivas más características.

El ordenamiento político del País Vasco tuvo como fundamento precisamente el reconocimiento de esa dualidad. Los fueros -que bajo una fórmula u otra fueron confirmados por los Reyes de España hasta el siglo XIX- sancionaron el hecho diferencial vascongado e hicieron posible la voluntaria y dinámica presencia vasca en la política, en la cultura y en nuestra historia.

Y eso pudo ser así porque los fueros conciliaron armónicamente la soberanía de la Corona y las facultades y prerrogativas que de ella se derivaban, con las atribuciones administrativas, jurídicas y legislativas de los organismos representativos del pueblo vasco, esto es, de sus juntas, en cuya sala vizcaína por antonomasia hoy estamos reunidos.

Los fueros, clave de la integración vascongada a España

Los fueros, concebidos como una relación de equilibrio entre distintas entidades históricas -la Corona, los territorios forales- fueron no ya sólo el pilar que sustentó aquí la unidad del Estado, sino algo mucho más profundo: fueron parte esencial del proyecto que posibilitó y estimuló la incorporación vascongada a la propia definición de España.

La España de nuestro tiempo, esa España que todos anhelamos, debe ser una realidad estable y libre de vida en común, y ha de edificarse sobre el reconocimiento de esa sustancia de la nación española que son sus territorios históricos, sus viejos reinos, sus regiones, sus diversas culturas.

Por una y otra razón, en el caso vasco, la Corona, de acuerdo con el papel central que históricamente le correspondía, ha asumido desde un primer momento corno piedra angular de la nueva concepción del Estado español el establecimiento de un marco de convivencia que, enlazando con la tradición foral, restaura al País Vasco en el ejercicio de sus libertades históricas actualizadas y ampliadas en un sistema y en unas instituciones democráticas modernas.

Y ahora estamos. precisamente, asistiendo a la cristalización esperanzada de ese proyecto vasco:

- La Constitución ha abolido las normas que pusieron fin al régimen foral.

- Las instituciones forales provin

"Las instituciones vascas nunca constituyeron un obstáculo para la unidad de España"

ciales han sido plenamente establecidas.- El pueblo vasco aprobó en su día, en referéndum, el Estatuto de Autonomía, ratificado luego por las Cortes Generales y confirmado, con su sanción, por la Corona.

- Por primera vez en la historia se ha elegido democráticamente un Parlamento de la comunidad autónoma del País Vasco, y ejerce sus funciones un Gobierno salido de las urnas.

Se han transferido al País Vasco, o están en vías de transferencia, las competencias y poderes previstos en la Constitución y en el Estatuto de Autonomía.

El País Vasco ha logrado así instituciones unitarias, modernas y representativas que lo configuran como una entidad política propia.

La autonomía, auténtico anhelo de los vascos en las últimas décadas, ha venido a devolver a los territorios vascos aquella libertad a cuyo amparo fueron solar de nobleza y modelo de lealtad. De ahí nace la ilusionada esperanza con que la Corona contempla esta nueva trayectoria que ahora empieza a recorrer el pueblo vasco.

Solidarios con la grave situación del País Vasco

Ilusión y esperanza que ni desconoce la complejidad que implica la realización de un proyecto como la construcción de una España de las autonomías, ni ignora las dolorosas manifestaciones de violencia que con frecuencia ensangrientan esta querida tierra vasca.

La Reina y yo nos sentimos plena y emocionadamente solidarios con la grave situación que vive este pueblo, con todas y cada una de las víctimas que aquí se han producido en los últimos años, y quisiéramos que conste una vez más públicamente el testimonio de nuestra condolencia. Como quisiéramos que constase a la representación del pueblo vasco, hoy aquí reunida, el dolor que conmueve a la Corona cada vez que los territorios vascos se ven agredidos en la esencia misma de su conciencia pacífica, cristiana y humanitaria, por cada nuevo crimen, por cada nueva violencia.

Pero ilusión y esperanza por encima de todo ello. Y esperanza derivada, además, de la propia realidad histórica del pueblo vasco, de este pueblo «corto en palabras, pero en obras largo», como lo definió agudamente Tirso de Molina. Porque si hay un término que de alguna manera resume lo que el pueblo vasco ha aportado al quehacer colectivo de este país, ese término es laboriosidad.

Desde las antiguas ferrerías y empresas marineras, a las grandes concentraciones fabriles actuales, el pueblo vasco ha hecho y hace de la idea del trabajo, del esfuerzo tenaz callado y vigoroso, principio básico de su sistema social y de su concepción de la vida.

El resultado de ese esfuerzo colectivo ha sido la sociedad vasca actual, una sociedad industrial, urbana y moderna en la que la ética solidaria y democrática del trabajo ha ido gradualmente hermanando a los vascos y a los que aquí vinieron desde otras tierras, en una comunidad plural de convivencia e integración.

Es el espíritu de laboriosidad, contrastado a lo largo de los siglos, lo que constituye uno de los motivos de mi confianza en el futuro del País Vasco y que yo quisiera transmitir a todos los habitantes de esta comunidad, precisamente ahora, cuando parecen abatirse sobre ellos las sombras de la crisis y del desaliento.

Y esa confianza surge de que todo en el País Vasco es expresión de la vitalidad de un pueblo emprendedor y dinámico.

Espero, además, que los propios resortes morales del pueblo vasco, reforzados por el apoyo solidario de toda España, terminarán por restaurar en estas tierras la convivencia, la libertad y la tolerancia que siempre las distinguieron.

El País Vasco, de cuya vocación de libertad es símbolo el árbol que aquí a todos nos acoge, puede hoy ver realizado el proyecto de democracia vasca que, bajo una forma u otra, siempre alentó en las voluntades vascongadas antes y después de la abolición foral.

Un País Vasco que constituye parte irrenunciable de nuestro proyecto de vida en común, dentro de la unidad de España:

- Un País Vasco dotado de autogobierno para sus instituciones políticas, económicas, jurídicas y culturales, siempre al servicio de una idea de sociedad vasca que asuma el pluralismo político y cultural definidor del comportamiento histórico del pueblo vasco.

- Un País Vasco en paz, donde la convivencia y la seguridad ciudadana vertebren la estructura de la vida social, coronen e impulsen los nuevos procesos de transformación que exige el actual nivel de desarrollo de la sociedad vasca y posibiliten el logro de las nuevas cotas de bienestar social y civil que aquella requiere.

- Un País Vasco solidario con el resto de España, ya que no existe verdadera libertad allí donde la paz y la solidaridad no estén garantizadas.

He dicho en alguna ocasión que nuestro mayor peligro en la hora actual son el desánimo y el desaliento.

Pues bien, en esta mi primera visita como Rey a las tierras que sufren como ninguna el encono de la violencia y del sectarismo, quiero hacer un llamamiento responsable a la ilusión y a la confianza en el futuro de nuestro país.

Y quiero hacerlo aquí, precisamente, porque tengo la convicción de que la energía y la tenacidad de este pueblo han de contribuir, una vez más, a la vigorización moral de la España democrática que estamos construyendo.

El País Vasco ha empezado ya a perder el miedo al miedo, a afirmar su voluntad de supervivencia como colectividad y a recobrar la fe en sí mismo y en su futuro.

Que el País Vasco y sus hombres acierten a respetar el reto que hoy la historia les plantea, constituye el más ferviente deseo de la Corona.

Que renazca con vigor, aquí, en Guernica, el árbol de la libertad vasca, así será realidad el deseo que inicia el gran poema épico Euskaldunak, de Nicolás de Ormaechea:

«Geroak esan beza / herri bat izan zan / edo ta ats semaiogun / ontan iraun dezan». («Que el futuro pueda exclamar: / aquí existió un pueblo / o mejor aún, démosle / ímpetu para que pueda perdurar»).

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