Sexagenarios y 'majaras'
No sé si seguirá siendo así, pero hace 20 años, cuando se produjo mi primera estancia en la prisión de Carabanchel, en el patio de la séptima galería los funcionarios -los boquis o boqueras, dicho en taleguero, o sea, en la jerga del maco- llamaban a formar aparte a 1os sexagenarios y majaras", y después formaba el resto de la población penal de la galería. Era una anécdota cotidiana, pletórica de significados y expresiva de -una situación social y de una filosofía peculiar del sistema, como suele decirse. En cuanto a mí en aquellas jornadas, tengo que reconocer que, en lugar de advertir con la debida iracundia los caracteres de discriminación que tenía el fenómeno -"¡A ver, los sexagenaríos y los majaras, a formar!"- tanto para los sexagenarios y los majaras como para los que todavía no lo éramos (en el momento en que escribo este artículo, ya he accedido, por lo menos, a la condición de sexagenario), me complacía, con involuntaria crueldad, en la dudosa belleza literaria o, mejor, en lo pintoresco de aquella Fila habitada por los harapos de la vejez y de la locura.Pero la verdad es que en aquellos momentos y en aquellas circunstancias, un sexagenario, por el mero hecho de ser lo, se veía segregado del conjunto de la población penal de nuestra galería y situado con otras bellas gentes que, por cierto, ¿qué demonio pintaban en una cárcel si eran, como se pregonaba en el enunciado, majaras, o sea, gentes del campo de la locura, de los vagos ensueños, de las alucinadas interpretaciones del mundo, de las tristezas infinitas, sin fondo? También daba que pensar, aquella asociación en la misma fila, sobre las conexiones -y, por tanto, de las distancias- entre la vejez y la locura, un tanto abandonadas en el cubo de la basura de la senilidad o, más clínicamente, de la demencia senil. Cada cosa por su lado, de la vejez se ha tratado de rescatar lo que ella comporta de sabiduría, y de la locura se rescata sus aportaciones a la genialidad artística. También se ha tratado de evitar estos problemas mediante la afirmación de que la vejez no existe -se trata de una tercera edad- y de que nada hay en el comportamiento humano, por anórníco o anormal que él sea, que merezca este nombre infamante de locura. Y sin embargo, aquí están nuestros majaras y nuestros sexagenarlos, aquí estamos nosotros (sexagenarios o majaras, o ambas cosas) mostrando la existencia de una población que no obedece a las instancias de la normalidad, que parece residir en las edades medias y en los comportamientos medios. Fuera queda el territorio maldito de lo hybris -del exceso-, que e una fuente de la tragedia y, des de luego, un efecto que niega la delicias de la posmodernidad que es la patria espiritual de los buenos chicos, como todo el mundo sabe.
Hablando de delicias, tengo que decir que escribo este artículo porque acabo de oír por la radio una entrevista con algunos responsables o directivos de una residencia de ancianos que hay, según acabo de enterarme, aquí en Euskadi, en Neguri, municipio de Getxo, que se llama Leku Eder: ¿bello lugar, podríamos decir? Esto es lo que me ha llamado la atención: que se pueda considerar un bello lugar a un espacio concebido para que unos seres humanos esperen -¿alegremente?- el final de sus días.
Esto de las edades, pensándolo un poco en serio, es secundario en el campo de la cultura; pero a ver cómo convencemos de ello a los que insisten en compartimentar la vida humana de esa manera, empezando por los teóricos de la anacrónica teoría -todavía no tanto pero ya se andará este camino, a pesar de las ideologías que persistentemente trabajan contra la verdad- de las generaciones. Las nuevas generaciones de Alianza Popular y otros fenómenos sociales igualmente elocuentes hacen mucho por resolver el asunto teórico de si las nuevas generaciones traen necesariamente nuevas ideas y todo ese podrido asunto más o menos orteguiano.
¡Los viejos, los viejos! También es verdad esto de la senectud. ¿Cómo no va a serlo? La biología es una base de esta historia natural que es, a fin de cuentas, el fenómeno humano, pero también queda claro, en una mera observación de las cosas, que tanto la inercia y el conservadurismo como las ideas progresistas se manifiestan distribuidos en el conjunto de las edades y que en cada generación se reproduce el combate ideológico con jóvenes y viejos, mujeres y hombres, y gentes inteligentes y tontas, en todas y cada una de las posiciones. El soporte juvenil del pensamiento español mas reaccionario es hoy tan visible -y no hay que acudir para probarlo a las nuevas generaciones de Alianza Popular- que no hay para qué insistir en ello.
Tampoco hay que insistir, claro está, en las injurias del tiempo y en las degradaciones que la edad trae a muchas personas hasta presentar un cuadro patético: el de la senilidad. Atraído por el tema -¿acaso porque soy un sexagenarlo?-, ya he escrito un drama, basado en los últimos días de Eminanuel Kant. Cuando esta obra vaya a representarse, trataré de decir al director algo sobre su génesis, y entre otras cosas le diré que me movió a escribirla un complejo de ánimos e ideas, pero también alguna noticia reciente entonces, como la de que el escritor británico Gerald Brenan se encontró de pronto en una especie de asilo londinense y no sabía cómo había llegado allí. También me pareció muy fina y muy sensible la percepción de Simone de Beauvoir sobre la vejez y la muerte dulce de su madre (pero todavía no he leído su libro sobre La vejez, que seguramente contendrá mil observaciones interesantes), por jemplo cuando ella advierte que en el cuerpo viejo, aunque no esté enfermo, se da uno cuenta del cadáver que hay ya en ese cuerpo: estando vivo, se ve ya el cadáver. Es "un cadavre en sursis", dice Simone de Beauvoir. Un cadáver aplazado, digámoslo así.
"¡Los majaras y los sexagenarios, a formar!", sigue sonando en mis oídos aquella orden de nuestros viejos boqueras en el patio de la galería séptima de Carabanchel. Pero una vez más, el escritor y su ensueño literarlo cubren la importancia del asunto, y uno se queda como embrujado por la palabra majara. Majara, majareta: ¿por qué habrá llegado a significar locura esta palabra? El parentesco arcaico de la locura con lo sagrado se evidencia, creo yo, en la historia del término. No hay sino consultar el precioso libro Historia y costumbres de los gitanos, de F. M. Pabanó, con su diccionario español-gitano-germanesco, cuya edición facsimilar hizo Giner en 1980, para darnos cuenta de que un majarao es un bienaventurado, que una majarí es una santa, que majarar es bendecir, que majarificar es consagrar, que un majaró es un justo y que la majaripén es la beatitud.
Majaras y sexagenarios: a formar.
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