Más pecados
LA CONGREGACIÓN para la Doctrina de la Fe (lo que fue el Santo Oficio, la antigua Inquisición), bajo la dirección del cardenal Ratzinger, no cesa de conmocionar al mundo. Mañana publicará un documento condenando casi todas las formas de fecundación artificial que se practican y que habían sido aceptadas como moralmente lícitas por parte de la teología actual y médicos católicos. De esta condena terminante sólo parece salvarse, por omisión, el método Gift, es decir, el sistema de fecundar a la esposa legítima introduciéndole el semen del marido recogido no de una masturbación sino de un acto conyugal normal.Tras aquellas declaraciones papales que consideraban pecado los deseos o miradas lascivas dirigidas sobre el cónyuge, se publicó en noviembre de 1986 el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe condenando las "tendencias homosexuales" por perturbadoras para la organización social. La dureza del tono empleado en este documento, en el que se decía que "la inclinación misma (la homosexual) debe ser considerada como objetivamente desordenada", abolía el lenguaje caritativo que la misma Iglesia católica había empleado en 1975 con su documento Algunas cuestiones de ética sexual. Con esa posición la Congregación para la Doctrina de la Fe regresaba a conceptos de 20 años antes. Con la que ahora se publica, se estima que el salto lleva la orientación católica a los tiempos de Pío XII, hace unas cuatro décadas.
El 28 de noviembre de 1986, Juan Pablo II, en su visita al Mercy Maternity Hospital de Melbourne, uno de los centros más adelantados en biotecnología, declaró que la Iglesia católica "de ninguna manera está contra el progreso y más bien se alegra ante cada victoria sobre la enfermedad y las taras", añadiendo que su preocupación era sólo "que no se haga nada que sea contrario a la vida, por débil o indefensa que sea y aunque no esté desarrollada". En esa ocasión los sectores progresistas australianos manifestaron sentirse satisfechos de que el Papa se limitara a plantear los principios generales de la ética católica, diciendo que la ciencia y la técnica deben estar al servicio del hombre y de los más indefensos, para dejar cierta holgura a la discusión sobre cada experimento concreto, como era el caso de la fecundación in vitro. El contraste entre la tesis de Melbourne y lo que contiene el actual documento ha desencadenado ya reacciones de teólogos y de sectores católicos. Cabe, no obstante, aplicar aquí lo que decía Palacio Valdés: "La doctrina de la iglesia es cosa distinta de las opiniones de los católicos".
La fecundación en probeta, que afecte a los dos esposos, había sido admitida por no pocos manuales de teología moral y en sentido favorable se habían pronunciado algunas conferencias episcopales, como la austríaca. Esta nueva vuelta de tuerca del Vaticano sobre la procreación, conlleva también, como en el documento sobre homosexualidad, una nueva y dura prueba para la adhesión de los feligreses, inevitablemente comprometidos en un proceso histórico que las actitudes vaticanistas parecen desdeñar.
Decididamente, el que la pandemia del SIDA contribuya como una plaga mítica a reservas y temores en las relaciones sexuales no debería explotarse como fuerza para estrechar la moral e ignorar las aportaciones humanitarias de la ciencia. Suponer que la Congregación para la Doctrina de la Fe aprovecha el pánico a una enfermedad para afianzar un imperio de represión, al margen de los tiempos, es una tentación a la que colabora el oportunismo de este documento.
Ciertamente, a no pocos católicos les duele que la sensibilidad vaticana ante las novedades de carácter sexual aportadas por la evolución de las costumbres, la actualización jurídica o la investigación científica, no se aplique a otros campos decisivos en la vida de los hombres sobre esta tierra.
Tal obsesión por el sexo y sus connotaciones hacen pensar menos en una Iglesia caritativa atenta a la desigualdad y las injusticias, por ejemplo, que en una Iglesia punitiva demasiado concentrada en descubrir pecados de la carne. Una Iglesia, en fin, que parece ignorar la historia general, su propia historia, y hasta la capacidad de mansedumbre de sus feligreses. Con todo, en su derecho está la Congregación para la Doctrina de la Fe de diseñar nuevos, muchos y modernos pecados. La consecuencia puede resumirse en lo que, no sin fervor, advertía Cronin: "La Iglesia es nuestra santa madre, la que muestra el camino a nosotros, pobres peregrinos, que caminamos en la noche lóbrega. Pero puede ser que también existan otras madres santas. Y quizá algunos peregrinos lleguen a abrirse su propio camino".
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