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De un ex 'liberal decadente' a un ex marxista converso

Puede ocurrir, y ocurre, que el artista esté más cerca de lo real cuando hace ficción que cuando aborda de plano el mundo contante y doliente de la realidad. Éste es probablemente el caso de Mario Vargas Llosa. Hay en su obra literaria páginas bellísimas y estremecedoras sobre la miseria del suburbio limeño, crudas descripciones de un mundo marginado hasta lo infrahumano en las que transpira con apenas contenido pudor toda la sensibilidad herida del artista y su rabia y su vergüenza de hombre y de peruano. Yo no sé si el polemista político Mario Vargas Llosa ha leído al escritor Mario Vargas Llosa. A juzgar por su último artículo en EL PAÏS (Hacia el Perú totalitario, 5 de agosto), se diría que no. O, si lo ha leído, es que algo le falla al nivel del raciocinio, se le han cruzado los cables del entendimiento, lo que explicaría el desfase entre el horror sentido y contado por el artista y la misteriosa ignorancia de sus causas por el analista. A veces, la razón sueña y engendra algunos monstruos...No es mi propósito enzarzarme en un debate sobre un país que no conozco con un peruano ilustre que ama su tierra hasta el sufrimiento de su historia y hasta la gloria ardiente de la creación literaria. La simple decencia intelectual, amén del sentido del ridículo, no me lo permitiría. Pero, más allá de Perú y su circunstancia bancaria, este nuevo canto general de Vargas Llosa en pro del liberalismo económico -o sea, del capitalismo- plantea en toda su dimensión secular y planetaria un tema -el tema- en el que muchos, por el mundo adelante, nos estamos dejando las plumas (las de escribir y a veces las otras).

El tema es -en fin, era hasta hace poco- -capitalismo o socialismo. Digo que era porque una hábil distorsión dialéctica operada, entre otros, por los nuevos filósofos franceses transmutó los términos del debate en democracia o totalitarismo. Este astuto replanteamiento, posibilitado en buena medida por las insuficiencias y en muchos casos por los desmanes de la praxis socialista, ha sido el mejor hallazgo del pensamiento liberal en estos últimos años, por no decir el único. No creo, sin embargo, que se haya ganado en rigor semántico. A poco griego que se sepa, la palabra democracia aplicada a los rascacielos de Sao Paulo y a las favelas de Río o a los parias nordestinos, así como a un Occidente opulento con sectores cada vez más amplios de la población marginados cultural y económicamente, es una evidente exageración...

No le falta razón a Vargas Llosa cuando denuncia las lacras de las burocracias socialistas. Aunque cabría añadir -con toda la cautela que se quiera, pero cabría- que esos regímenes, tal vez por el efecto poco analizado de la extensión democrática de la cultura, empiezan a tener una conciencia más clara de sus taras que los nuestros de las suyas, a juzgar por el artículo varguiano. Porque faltan muchas cosas en este escrito. Aterrado por la perspectiva de "un dirigismo controlista que nos coloca inmediatamente después de Cuba y casi a la par con Nicaragua", nuestro autor no ha visto la cara rebosante de salud de los niños de Cuba ni los millones de chiquillos a la deriva por las calles democráticas de Río, Bogotá, Caracas y Lima, en busca de un pedazo de pan, un bolso de señora o una usada jeringuilla. Irritante demagogia este asunto de los niños. Ya, pero es que mañana serán hombres. En fin, los supervivientes... (remito a Vargas Llosa a algunas páginas candentes de Historia de Mayta, de Vargas Llosa).

El socialismo -no hablo del ideal comunista, que es una entelequia (en el sentido aristotélico de la palabra) a la que se tiende, algo así como el concepto ma,temático y filosófico de infinito- es, para empezar, que cada hombre sea dueño de su trabajo y pueda ofrecerlo a la sociedad, o sea, a los demás, en vez de tener que venderse a otro señor con rostro humar.o o con sede en Manhattan. Me parece una aspiración perfectamente normal de la humanidad, y no veo lo que tiene de particular. Su relativa tardanza en realizarse -explicable, por lo demás, por la envergadura del asunto y las turbulencias de la naturaleza humana- no autoriza a creer en la eternidad de un sistema basado en la paradoja alucinante de que el progreso es una desgracia que causa dramas incontables, y que a más fertilidad de los suelos, a mayor robotización y a mayor rendimiento de las fábricais.... más crisis. No es extraño que en una bruma tan desconcertante haya naufragado toda una flota de valores en los que alguna vez se creyó, y que la juventud ande a la deriva con un aparatito, rockeándole en la oreja o buscaildo la forma de ponerse las botas económicas, sin mayores ilusiones metafisicas o sociales. Esta doble: falla, material y filosófica, del capitalismo debería hacer a Vargas Llosa más comedido a la hora de oponer al viejo dogma marxista -como dicen los nuevos filósofós- un dogma más viejo todavía y que, dicho sea de paso, tiene dos guerras muniliales y dos bombardeos atómicos sobre: la conciencia.

Pero Mario Vargas Llosa tiene la robusta y acendrada fe de los conversos. Lo conocí en París en su etapa de marxismo puro y duro de los años sesenta, cuando trabajábamos ambos en las emisiones en lengua española de la radio francesa. Yo era por entonces lo que él, y luego mis compañeros de página de la revista Triunfo, en España, llamaban un liberal decadente, y aún recuerdo un terrible debate radiofónico en el que Vargas Llosa demolía a Camus desde lo alto de su estalinismo galopante frente a mi humanismo decadente y desamparado (todavía no se habían inventado los nuevos filósofos), con el desbordado Jean Supervielle, el hijo del poeta, pretendiendo hacer de moderador. ¿Recuerdas, Mario? Qué tumbos da la vida, incluida la vida ideológica. Lejos de mi ánimo, empero, el menor reproche a estas divergentes evoluciones., El hecho de que la tuya se haya operado en la dirección que Indica la flecha y sea la de tantos intelectuales por estos pagos sugiere más un fenómeno de gregarismo intelectual que de deshonesto chaquetazo. No. Si acaso, cabría reprocharos a los conversos (a ti y a tus compañeros de viaje -de los dos viajes- franceses: B. H. Lévy, Glucksmann, July, Montand, etcétera) vuestra tenaz continuidad en el método, ese idéntico furor en la descalificación del adversario, antes los liberales decadentes, ahora los marxistas totalitarios. ¿No se os ha pasado por la cabeza que a lo mejor os equivocáis otra vez?

Al remate de este artículo leo que el presidente Alan García ha echado el freno y marcha atrás en su proyecto nacionalizador. Naturaca. Enfrentarse al, poder económico y al poder cultural -me resisto a creer que sea el mismo- era demasiado. Explica el mandatario peruano que recuerda lo que le pasó a Allende. Sí, hay dos formas de sacar la lección de lo que le pasó a Allende: una, no hacer nada, y otra, hacer lo que hizo Fidel Castro. La tercera vía -me explicaba Vargas Llosa en París mediados los años sesenta, criticando amistosamente mi primer articulillo en Le Monde- no existe: el capital no deja. Esa vía, en efecto, es la que iba a intentar pasar por Allende y ahora intenta pasar por Sandino. De momento, Vargas Llosa tenía razón.

Pablo de la Higuera periodista español residente en Francia, fue columnista del diario francés Le Monde y de la revista española Triunfo.

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