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Tribuna:LAS NEGOCIACIONES ESPAÑA-EE UU
Tribuna
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Juegos de palabras

Una vez que el presidente Felipe González ha anunciado, el pasado 17 de septiembre en Bonn, que su Gobierno "discute o negocia cómo se quedan, no cómo se van", refiriéndose a las tropas, bases e instalaciones de EE UU en España, hay que señalar que esto es contradictorio con una de las condiciones que él propuso para lograr que varios millones de personas aceptaran que el Estado español permaneciera en la OTAN en marzo de 1986. Se leía entonces en la papeleta del referéndum: "Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de Estados Unidos en España". Si bien una interpretación estricta de la frase indica que no habrá plazo de tiempo para realizar la reducción, tampoco se pone un límite a la misma. Por tanto, podrá hacerse durante los próximos 5, 10 o 40 años. Y si es verdad que no se mencionaba la eliminación, en la medida en que no se decía que fuese parcial y no se especificaba su alcance pero sí que sería progresiva, lo que muchos ciudadanos habrán deducido fue que llegaría un día en el cual, de tanto "reducir progresivamente", no iba a quedar ni un soldado de los alrededor de 10.000 que hoy defienden Occidente desde aquí; ya no habría bases cedidas con aviones F-16 de capacidad nuclear y convencional, ni instalaciones desde las que oficiales norteamericanos controlen acciones como el ataque a Libia en abril de 1986 o tienen planes de guerra antisubmarina con cargas nucleares. Por efecto de una publicidad calculada se leyó eliminación donde decía reducción.Si ahora todo el esfuerzo está dirigido a ver cómo se quedan, será una confirmación de que la pregunta del referéndum estuvo hecha con calculada ambigüedad y cinismo, y que otra vez se está jugando con los ciudadanos y con las palabras. El Gobierno sabe perfectamente que en el referéndum se votó, más allá de ingeniosas sutilezas del lenguaje de los asesores de imagen de Presidencia, por la eliminación de las bases. En aquellos días en que parecía que la sociedad española se iba a dividir entre proatlantistas modernos y antiatlantistas retrógrados no fueron pocos los que repitieron el producto político que vendía el Gobierno: estar en la OTAN es integrarse en Europa occidental. Y que, una vez rodeados y protegidos por aliados tan civilizados, se podría negociar con Washington para terminar con unos acuerdos legados por el franquismo que limitan la soberanía. Algunos retrógrados consideramos que, al final, nos quedaríamos en la OTAN como socios de segunda categoría y con la presencia estadounidense retocada. A partir del 17 de septiembre en Bonn, Felipe González está haciendo la lectura más restrictiva de todas las posibles de su compromiso. Para EE UU, incluso esta interpretación moderada es incómoda, por el precedente que supone, en lo inmediato para Grecia y Filipinas, que un Gobierno se atreva a pedir una retirada parcial. Pero el electorado español será en el futuro quien verifique si se le prestó más atención a su voluntad o a la del Pentágono.

Rota, nuclearizada

Los juegos de palabras a los que es tan aficionado el presidente pueden confundir a los ciudadanos sobre algunas cuestiones esenciales en la renegociación. La primera es qué entiende el Gobierno por España. Si es el nombre del Estado, entonces incluye no sólo el territorio, sino también a las aguas jurisdiccionales y al espacio aéreo. En este caso, el tener en consideración dos supuestos de la pregunta del referéndum también choca con la política oficial. La "no nuclearización del territorio" no es compatible con los buques de guerra de la VI Flota de EE UU que portan armas nucleares atracando en puertos españoles. Y menos compatible aún si, como ocurre, la base de Rota no entra en las negociaciones entre Washington y Madrid. Esta base es fundamental para la estrategia naval de EE UU denominada de "proyección de fuerzas". Cuando Ronald Reagan decide bombardear Libia o enviar tropas a las costas de Líbano, Rota entra en acción. Su importancia quizá la mide la revelación hecha a partir del Irán-contragate, según la cual el coronel Oliver North especuló a principios de 1986 con atacar Trípoli desde Rota con un misil de crucero indetectable, todavía en experimentación.

¿Las aguas territoriales no son España? ¿Por qué en esta hábil política de reducción progresiva sin plazos se negocian antes los aviones F-16 de Torrejón que la base de Rota y las condiciones en las que podrían entrar o no a los puertos españoles las unida des de la VI Flota? Los aviones están ahí para una guerra potencial Este-Oeste, pero, gracias a las promesas del ministro de Defensa, Narcís Serra, de cubrir los "huecos" que podría dejar la VI Flota si ésta decide marchar de urgencia hacia el golfo Pérsico, y a la falta de control sobre las aguas españolas del Mediterráneo, Rota es operacional en conflictos reales y sirve de infraestructura para el huracán de Oriente Próximo y Medio. Dado que el presidente dice cosas importantes cada vez que va a Bonn, habría que pedirle que vuelva y explique desde allí cuáles son los criterios y prioridades que utiliza el Ministerio de Exteriores para negociar. Y si anuncia que es el de recuperar un mayor margen de soberanía y no implicar a España en situaciones peligrosas, entonces habrá que enviarle un telegrama diciéndole que empiece por Rota o que no la deje fuera de las discusiones.

Todo esto conduce a más preguntas, que, por obvias, no son menos importantes: ¿por qué quiere el Gobierno español una retirada parcial y no total? ¿Los F-16 violan la soberanía, pero la VI Flota la confirma? ¿Es sólo una exigencia electoral porque se prometió en el referéndum? Y, si tanta cautela exige el plantear que se marchen, ¿es que se teme una represalia del país líder en la Alianza en la cual nos integramos para ser libres y occidentales? No controlar a la VI Flota y dejar a Rota de lado indica que el Gobierno está negociando su prestigio electoral mientras se compromete con Washington en la estrategia de control del Mediterráneo y el golfo Pérsico.

Mariano Aguirre y Fernando G. Dörner son coordinador e investigador, respectivamente, del Centro de Investigación para la Paz (CIP), de Madrid.

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