Basura en Atenas
ALGO HUELE a podrido en Atenas. Y el olor no procede sólo -aunque sea ésta su expresión literal- de la huelga de recogida de basuras que desde hace ya bastantes días hace que el ambiente en la capital griega sea irrespirable. Las acusaciones públicamente formuladas por un banquero enriquecido a la sombra del poder son, por ahora, el punto y seguido de una tormentosa historia en la que la vida pública del primer ministro griego, Andreas Papandreu., ha ocupado un lugar central. Después de ocho años de gobierno indiscutido, la supervivencia política del primer ministro heleno se encuentra gravemente comprometida, y nadie ve claramente cómo podrá superar con éxito la prueba de unas elecciones generales a las que tiene que enfrentarse dentro de tres meses.La nación angustiada que el verano pasado se preguntaba sobre lo que le depararía el futuro si Grecia tenía que prescindir de un primer ministro que estaba siendo operado de corazón en Londres es ahora una ciudadanía irritada e impaciente que se ve obligada a digerir un escándalo tras otro. El primer ministro es criticado públicamente por sus propios votantes, mientras que el Gobierno se encuentra desgastado sólo meses después de la última remodelación.
Hace apenas un año, Papandreu parecía incapaz de cometer pecado o equivocación. Habiendo llevado al partido socialista al poder por primera vez en la historia de Grecia, conducía el Ejecuti,vo don mano firme y carismática. Sólo él había sido capaz de contradecir, sin gran merma política, graves promesas hechas a lo largo de la campaña electoral de 198 1; por ejemplo, que, con un Gobierno socialista, Grecia abandonaría la CE y los norteamericarios serían expulsados de sus bases en territorio helénico. Y únicamente él pudo hacer digerir al país un atisbo de entendimiento con el enemigo secular, Turquía, al tiempo que resistía la presión ejercida por sus socios en la CE para que Grecia se alineara más disciplinadamente con la política comunitaria.
La estrella de Papandreu comenzó a declinar cuando rompió su matrimonio, forjado en el exilio y en la lucha política común, para comenzar una nueva vida con una joven azafata. La historia no tendría mayor importancia que la de escandalizar a una sociedad conservadora en las costumbres, si no fuera por el hecho de que la mujer de Papandreu, Margaret, tiene un enorme peso moral dentro del propio PASOK. Hoy, un banquero estafador, Giorgios Koskotas, le acusa de corrupción y de utilizar los fondos que él le suministraba, primero, para tapar este escándalo sentimental, y después, para propiciar los intereses financieros y políticos del PASOK. Es probable que el corrupto banquero esté extremando sus acusaciones para salvar la cabeza, pero lo cierto es que el financiero hoy preso en Estados Unidos amasó una enorme fortuna en muy pocos años a la sombra del partido en el Gobierno y sirviéndose de las influencias de algunos de sus dirigentes, hoy dimitidos del Ejecutivo. Y de ello, Papandreu, aunque no resultara directamente implicado, es cuando menos su principal responsable político. Independientemente de los resultados de la encuesta parlamentaria iniciada al efecto, la era Papandreu aparece hoy herida de muerte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.