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EL FUTURO DE EUROPA

Major se juega el futuro británico en su visita a París

Enric González

John Major se juega esta semana su futuro personal y el de su país. El primer ministro británico se reunirá en los próximos días con el presidente francés, François Mitterrand, para buscar una salida al atolladero en que se encuentra el Reino Unido desde que la libra abandonó, entre ásperas recriminaciones, el Sistema Monetario Europeo (SME). Major ha sido hasta ahora incapaz de frenar la galopante división que la Comunidad, eterno dilema británico, ha reabierto en su partido y su Gobierno. Euroescépticos y europeístas le urgen a que se defina, igual que sus socios comunitarios. Si no consigue retomar inmediatamente el control sobre la situación, el Partido Conservador pensará en buscar otro líder capaz de hacerlo.

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Major camina sobre el filo de la navaja desde que el naufragio monetario del miércoles negro, hace 11 días, acabó con los principios básicos de su política europea. Desorientado hasta extremos alarmantes, el primer ministro ha permitido que su canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), Norman Lamond, se quedara en su puesto pese al hundimiento de la libra. Major no quiso destituirle porque Lamont se había limitado, en realidad, a seguir al pie de la letra la estrategia diseñada por Downing Street. Pero el canciller se ha erigido ahora en sorprendente abanderado de los euroescépticos, y ha apostado por un rumbo económico (flotación de la divisa, descenso de los tipos de interés) que aleja al Reino Unido de la Comunidad.Con Lamont al frente, otros tres ministros (Michael Portillo, Peter Lilley y Michael Howard) se han envalentonado y pregonan a los cuatro vientos su desdén hacia la unidad europea. "Afortunadamente, ya no somos prisioneros del Bundesbank", dijo ayer Michael Howard.

El desorden del Gobierno británico causa consternación general. Major, cuya debilidad se ve resaltada por su condición de presidente semestral del Consejo de Europa, balbucea vaguedades mientras sus ministros se tiran los trastos a la cabeza. Tristan Garel-Jones, subsecretario para Asuntos Europeos en el Foreigri Office, afirmó ayer que las ideas de los euroescépticos eran "perversas, grotescas y absurdas".

Horas antes, los parlamentarios del Comité 1922, un grupo de presión conservador que suele representar las ideas dominantes entre los diputados tories, habían vitoreado a Lamont cuando éste les prometió que la libra no volvería al SME.

Major confiaba en que un naufragio general del SME extendiera la humillación y el desconcierto británicos al resto de la CE. Pero el franco está resistiendo y desde Alemania se ha dejado claro que el mecanismo, igual que Maastricht, se mantendrá sin los concretos cambios que reclamaba Londres. Helmut Kohl intentó facilitar las cosas a Major insinuando que la Comunidad no esperaría a los rezagados: el líder británico podía plantear a sus huestes la disyuntiva de volver ya al regazo comunitario, o quedar fuera para siempre. Y Major falló de nuevo. Su discurso del jueves ante la Cámara de los Comunes consistió en un vago "sí, pero no", cruelmente ridiculizado por el nuevo jefe de la oposición, el laborista John Smith.

La situación empieza a parecerse peligrosamente a la de hace dos otoños. Margaret Thatcher, aparentemente indestructible y recién aclamada por el congreso tory, fue incapaz de hacer frente con realismo al dilema europeo. Y su partido la engulló. John Major, formidable vencedor en las elecciones generales de hace sólo seis meses, está en este momento contra las cuerdas. Necesita retomar las riendas en su entrevista con Mitterrand y en el congreso conservador, dentro de diez días. Europa no puede esperar, y el Partido Conservador no tolera líderes débiles. Lamont, por el lado euroescéptico, y el ministro del Interior, Keneth Clare, por el bando europeísta, empiezan a perfilarse como aspirantes al 10 de Downing Street.

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