Los escenarios del Estado
José Carlos Plaza, Guillermo Hera, son los últimos directores de las dos salas del Centro Dramático (María Guerrero, Olimpia) tal como las conocemos en la actualidad. Han practicado, junto a la Compañía Clásica, un teatro de estado cuya monumentalidad ha inspirado a los de las autonomías, miméticas, y que probablemente no ha sido beneficioso para la idea general de un teatro creativo. En la, sala Olimpia se ha buscado un sueño imposible: crear un teatro independiente pero dependiente, una vanguardia opulenta, un grito moderado. Y dar alojo a quienes, desde fuera, intentaban el mismo juego de contradicciones. No ha tenido público. Salvo en contadas ocasiones, ha sido un teatro que no ha podido contar con el espectador establecido, pero que no ha arrebatado a la juventud a. la que buscaba y que a su vez busca algo que no se le da. Guillermo Heras ha quedado como un director de escena de solvencia artística inspirado por un imposible.En el María Guerrero, por el contrario, el público ha encontrado muchas veces un gran teatro, y ha acudido a él: teatro de derroche y ufanía, por el cual, , ya desde los tiempos del régimen anterior, se ha elevado el listón -contra el teatro privado y el realmente independiente- de los precios de la puesta en escena y las nóminas multitudinarias -como está sucediendo en estos momentos con Marat-Sade- al mismo tiempo que los "precios políticos" de las localidades; iluminado por el desenfreno del "teatro de dirección", que ha tenido más en cuenta el culto a la personalidad de quienes han simultaneado la dirección del local y la del escenario: un error prolongado desde la posguerra: y no hay pruebas de que vaya a ser corregido. Se puede culpar o no a sus sucesivos directores de la explotación de este sistema, se les puede elogiar por cómo han empleado sus talentos y sus presupuestos, pero no hay que ocultar en todo ello la responsabilidad estatal y ministerial, o la de un concepto ya antiguo de crear un deslumbramiento y enriquecer un grupo de biografías. Y de, por esta adquisición, ejercer un control -ya que no se puede decir censura- sobre los textos.
No es posible -o no me lo es a mí- suponer que los errores básicos, a los que no son ajenos la Compañía Nacional de Teatro Clásico o el teatro Español del Ayuntamiento, vayan a corregirse. Es toda una política de teatro del Estado, completada con un conjunto de medidas consideradas proteccionistas, la que ha quitado vida a estos intentos. No puede decirse que el cambio de época proceda de un arrepentimiento, sino de una crisis económica y de un ahorro estat4l que se produce por su zona de irradiación cultural. Pero tampoco es posible despedir esa época sin olvidar grandes noches de teatro, brillantes espectáculos, nombres de actores, y a veces de autor, que han salido de ella.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.