Herminio arropa a Rojas
El día de la extraordinaria demostración de ciclismo camino de Mendel mientras Jalabert y Mauri volaban por el aeródromo, el equipo ONCE vivió otra historia, ésta de dureza y sacrificio por detrás. Dos de sus corredores, la joven revelación de Cieza Mariano Rojas y su suizo líder Alex Zülle, no andaban bien. Su capitán de ruta, el veterano Herminio Díaz Zabala, tuvo que añadir el papel de enfermera a sus funciones habituales de espía, aguador, protector y negociador. Herminio, que también se quejó al principio de tener las piernas "duras como tablones", arropó con su veteranía y experiencia a un jovencito imberbe y a un casi veterano nervioso. Todo, bajo el consejo de su director, Manolo Sáiz.Lo de Mariano Rojas fue simplemente el primer síntoma de que el Tour empieza a ponérsele cuesta arriba. "No puedo respirar casi", le dijo el murciano casi de salida, medio descolgado en el primer puerto del día. "Venga, Mariano, que tú puedes, que eso no es nada", le responde Sáiz mientras saca un Gelocatil de la guantera. "Tira para, adelante y ponte cerca de Herminio". Rojas, con un cargamento de ilusión y de analgésico, tira para adelante. Poco después, baja, Herminio. Saiz le da varias órdenes y termina: "Cuida de Mariano". Rojas no vuelve a bajar hasta que le toca subir bidones de agua. "No sé", dice el murciano con mala cara, "intentaré aguantar, pero no sé si podré". Rojas vuelve al poco rato a por agua, pero ya no se queja. "Muy bien Mariano", le anima Sáiz. "¡Qué narices tienes!". La siguiente vez que se le vio, el murciano se batía con los mejores en el último puerto.
Si Herminio sólo hizo de veterano con el jovencito, su trato a Zülle exigió más de sus dotes de psicólogo. "No te separes de Zülle", fue la primera orden que recibió el cántabro. Herminio bajó primero a por coca-colas, el gran vicio de Zülle. Su siguiente visita ya no tenía ese aire de broma. "Dame cualquier cosa, un trozo de cartón aunque sea", exigió a su director buscando que el efecto placebo funcionara. "Zülle está medio llorando, dame cualquier pastilla, aunque sea bicarbonato". Sáiz, que ya le había dado un Nolotil en la salida, le dio otra pastilla inocua.
Un segundo efecto placebo era necesario. Fue el masaje del osteópata ciego desde el coche del ONCE. Y bien que funcionó la terapia urdida por Sáiz y Díaz Zabala: Zülle sólo perdió 17 segundos en el último acelerón de Miguel Induráin.
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