Cuentas del hambre
LA POBREZA es la causa principal del hambre, que afecta aún a más de 800 millones de personas. Es decir, a uno de cada seis pobladores de la Tierra. Reducir esta cifra a la mitad en dos décadas, para el año 2015, es lo que se ha propuesto la cumbre contra el hambre de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO).En 1974, la anterior cumbre mundial alimentaria se fijó como meta erradicar el hambre de la Tierra en diez años. Evidentemente, no se ha conseguido. ¿Ha hecho la reunión de Roma gala de un nuevo realismo que José María Aznar ha calificado de ambicioso y Fidel Castro de excesivamente modesto e incluso vergonzoso? Sólo el tiempo lo dirá. Pero, aunque la reducción de los hambrientos de la Tierra a 400 millones resulta una cifra aún excesiva, no es modesta ni estática, pues se viene a sumar al esfuerzo que supondrá tener que alimentar a los 2.500 millones de personas más que, según algunas previsiones, vivirán en nuestro planeta en el 2015.
Estas previsiones de crecimiento de la población mundial han tendido a disminuir con los años, y los 8.000 millones estimados para el 2015 representan una regresión sobre proyecciones anteriores. No parece, además, haber razón técnica o natural para el hambre, sino una razón de organización humana antes que nada. Los progresos en las tecnologías agrícolas, y especialmente en la biotecnología, apuntan a un futuro más esperanzador que compense los avances de la erosión y la desertización provocadas por las calamidades naturales o humanas. Hoy por hoy, se desconocen los límites a la capacidad de producir alimentos en la Tierra dentro de veinte años. Aunque, si no se toman hoy y mañana las medidas oportunas -en el sentido en que apunta la FAO-, el amanecer del pasado mañana será oscuro.
Más allá de afrontar las catástrofes naturales y humanas, luchar contra el hambre en el mundo implica luchar contra la pobreza. Cerca de mil millones de personas en el mundo viven con menos de 100 pesetas diarias, y la mitad de los 840 millones de hambrientos están hoy en África, un continente que en 1960 era prácticamente autosuficiente en alimentos y hoy requiere unas ayudas externas para alimentarse que a veces, con efectos perversos, merman sus propias capacidades alimentarías.
La situación en África central ilustra dramática y perfectamente la situación. Junto a una condonación de una gran parte de la deuda externa de los países más pobres, que aprobó la última cumbre del Fondo Monetario Internacional, hay que avanzar en programas de desarrollo rural integrado en esas zonas. Pero sobre todo hay que insertar a esas economías en los canales de los, intercambios mundiales. No es fácil. Pero quedarse al margen de la llamada globalización implicaría para esos países ahondar su pobreza.
Por su participación (185 países) y nivel de representación (casi un centenar de jefes de Estado o de Gobierno) la cumbre contra el hambre ha sido un éxito, aunque los países más ricos enviaron menos emisarios a Roma que los pobres, y con un mensaje claro: la ayuda no basta. El texto de la declaración y el plan adjunto se habían aprobado de antemano, aunque sin la reunión de Roma no habrían llegado a nacer.
La cumbre contra el hambre ha expresado una firme oposición al embargo de alimentos como instrumento de presión política, y ha reclamado que se les ponga fin. El embargo contra Irak ejemplifica una acción internacional que no sólo ha castigado a la sufrida población iraquí, sino que, paradójicamente, puede haber reforzado al régimen de Sadam Husein. Si la reunión oficial de la FAO ha defendido el derecho a la alimentación, una cumbre paralela de las organizaciones no gubernamentales (ONG) ha reclamado un Convenio Global sobre la Seguridad Alimentaria, para traducir este derecho a la práctica, incluso por encima de las decisiones de la Organización Mundial de Comercio. En todo caso, las 40.000 muertes que se calcula que produce el hambre diariamente pesan sobre la conciencia colectiva de la humanidad.
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