Alberti iza al aire su lamento
Su voz, cuando la tenía, era nerudiana y desaforada, hinchada por la sonoridad del poema que se pierde, altivo, por el horizonte, allá donde se confunde con el mar. "El mar. La mar./ El mar. ¡Sólo la mar!/ ¿Por qué me trajiste, padre,/ a la ciudad?/ ¿Por qué me desenterraste/ del mar?". Y el poeta, con toda la voz que tuvo, ese vozarrón (¿alguna vez compitieron Neruda y Alberti, diciéndose sus versos, compartiéndolos, intercambiándolos?), atraviesa hoy (15.00) las ondas, en un programa de Ignacio Elguero para Fin de siglo, esos 55 minutos que dedica RNE a los "españoles que hicieron el siglo XX". Y el poeta gimiendo por ver el mar, él, un marinerito en tierra, iza al aire su lamento. Y el poeta recuerda y recuerda su arboleda perdida y confiesa que también, él, ha vivido, y su voz se desenlata de entre los profundos archivos sonoros de la radio. Y recuerda que a él más que la álgebra lo que le gustaba era bañarse en rueda. Y Pepín Bello, ese amigo eterno de los del 27, ese perpetuo residente de la Residencia de Estudiantes, la que estaba en la juanramoniana Colina de los Chopos, en los Altos del Hipódromo, ésa cuya fachada escalaba, a las bravas, Luis Buñuel, que era un pedazo de baturro, ésa que le prestaba el piano a García Lorca para que lo ennobleciera; y Pepín Bello, a los 95 años, largos y vivos, deja oír su voz, cascada, desgarrada pero audible en este homenaje a Rafael Alberti: "Era el más guapo, el más conquistador", dice el amigo de todos ellos, con quienes compartió alegrías y camaraderías, que no versos, que se sepa, que Pepín Bello -su voz nos envuelve- sólo tenía tiempo para leerles, a los amigos.
Y vuelve a oírse de nuevo la voz, alegre, de Alberti (al fondo las risas de la gente, están disfrutando con el poeta), de cuando conoció a María Teresa León. "Era una muchacha maravillosa, quizá la chica más guapa de Madrid", dice el poeta, y cómo tenía que estar él siempre en guardia, cuando paseaba con ella por Madrid, de su brazo, "y la calle se paraba" (al fondo las risas cómplices de quienes escuchan en directo al poeta, en ese fragmento de grabación de Radio Nacional). E interviene Aitana, la hija de ambos, para segurar que con María Teresa la vida de su padre se organiza. E interviene Antonio Colinas para evocar aquel verano del 36, el de Rafael y María Teresa en Ibiza: "Días tensos y días de plenitud, inolvidables".
En el relato biográfico que se va hilando entre intervenciones ajenas, voz del poeta y lectura de sus poemas, en ese relato que es inevitablemente esquemático y poco innovador, ya estamos en el 36, y se resucita, otra vez, aquella voz, en una grabación original, de Rafael en Madrid, Rafael en guerra, Rafael en trinchera: "Madrid, corazón de España, llena de tierra...", y los versos de Alberti en guerra suenan como ráfagas de ametralladora, como obuses para hacer con ellos tirabuzones.
Y el exilio y el regreso, con ese documento sonoro de la llegada, a las 11.30, el 27 de abril de 1977. El poeta viene con la mano abierta, y detrás de él, con esa sonrisa inmóvil que se les pone a quienes ya están tocados por la enfermedad, María Teresa. Un rasgueo de guitarra, un solo de piano acompaña el fin del programa, y el poeta se pierde por el horizonte de la radio, e iza al aire su lamento: por qué me desenterraste del mar. El mar. La mar.
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