Delirio y desbarrancadero en Colombia
Los autores Laura Restrepo y Fernando Vallejo abordan la actualidad y el drama de su país
Laura Restrepo, de 57 años, es la autora de Delirio, y Fernando Vallejo, de 65, es el autor de El desbarrancadero. Las dos novelas, una sobre la violencia doméstica, la otra sobre una madre que se desmorona como Colombia, son metáforas de la situación que vive el país en el que ambos nacieron. Dos grandes escritores, dos personalidades radicales cuyo compromiso con la escritura es un compromiso con la vida. De una manera u otra, con Colombia.
Para hablar de ese país los juntamos en Bogotá, en la casa altísima de Laura, desde la que se domina esta ciudad cuya belleza y cuya contaminación no oculta la negrura de un horizonte que domina el pasado y se proyecta en un futuro que nadie es capaz de clarear.
LAURA RESTREPO: "Aquí se está viviendo un proceso de neofeudalismo".
Restrepo: "Una tercera parte de los secuestrados está en manos de las FARC y el resto en la de los paramilitares
FERNANDO VALLEJO: "No se puede construir una sociedad desde la impunidad"
Vallejo: "Colombia, si no te mata, te puede llevar al suicidio. Colombia es un país enloquecedor"
Son dos de los grandes escritores colombianos de la última mitad del siglo XX, acaso la más violenta de la violenta historia de Colombia. Antes de sentarnos ante una mesa de madera, Laura nos habló de lo mal que se conocen en el mundo -y en España, "tu periódico, que es el mío, tendría que fijarse más"- "procesos democráticos" como los que se están viviendo en Colombia y en Iberoamérica.
El diálogo fue muy amplio; aquí no queda más remedio que reflejar un extracto de la conversación. Empezaron hablando de animales; Vallejo, un gran amante de los perros, donó el importe de su Premio Rómulo Gallegos para beneficio de estos animales. Eso explica el principio.
Laura Restrepo. Los perros son parte de nuestra vida. ¡Nos relacionamos más con los animales que con los humanos!
Fernando Vallejo. Claro... Pero tú defiendes la Colombia de los seres humanos, y yo defiendo la Colombia de los animales.
L. R. ¡No me parece incompatible! Coincidimos, y me encanta estar contigo, a quien considero una de las grandes figuras de la literatura...
F. V. ¡Pero eso es literatura! Vamos a hablar de Colombia, del desastre de Colombia, porque Colombia y desastre van juntos, y caos...
L. R. Pero antes déjame que te hable de algo que dices mucho, lo de la primera persona literaria; a mí me parece una generalización que no tiene validez...
F. V. Pero no nos fijemos en esas peleas, ¡hablemos de Colombia...! A nosotros nos unen muchas cosas porque nosotros somos colombianos.
L. R. Pues vamos allá. Yo pienso que aquí se está viviendo un proceso de neofeudalismo encabezado por el señor Uribe y sus grupos paramilitares, cuya política defiende a quienes está dándoles una especie de indulto y legitimación ante la sociedad...
F. V. Mira, Colombia es el país de la impunidad. La reina de Colombia es la impunidad. El presidente está dormido, pero Colombia tiene una reina. Aquí la reina es la impunidad. Aquí, ahora que todo el mundo habla de porcentajes, más del 99,99% de los delitos quedan impunes... No se puede construir una sociedad desde la impunidad. Pero no sólo es la impunidad para los paramilitares, es la impunidad para las guerrillas, para todo el que asesina, para todo el que roba. Aquí todo está impune.
L. R. Espera, espera. Es que la palabra todo es tremenda, Fernando, porque entonces la cuestión se diluye y parece un problema histórico, y no podemos aterrizar... Aquí hay que ponerse al lado de las víctimas, a ver quiénes son esos miles de colombianos desplazados, asesinados, despojados de sus más mínimos derechos, como también lo están los secuestrados, porque ésa es una cosa que no se puede callar. Las FARC son espantosas, son criminales, son crueles; el pueblo colombiano las detesta...
F. V. Las FARC y el ELN son extorsionadores, secuestradores, torturadores, asesinos y genocidas. Y los odiamos todos.
L. R. ¡Así es!
F. V. Serán unos poquitos los que estén con ellos, y están bajo coacción, por supuesto. Y los paramilitares son iguales: igual de secuestradores, igual de... ¡son narcotraficantes! ¡Nos faltaba decir narcotraficantes!
L. R. Es el narcoparamilitarismo. Y dentro de este proceso de legitimización de los paramilitares hay algo que nadie ha hecho, que es desmontar el narco que hay detrás del paramilitarismo...
F. V. Es muy grave que el presidente Uribe venga de una familia que estaba muy ligada a los narcotraficantes de Medellín...
L. R. Y en este proceso de legitimación de los paramilitares, ¿qué tipo de criminales están pasando al indulto?
F. V. Esa impunidad de asesinos y genocidas es una bofetada a la moral... Si usted deja impunes a quienes han asesinado, y a quienes han cometido masacres, y a quienes han torturado, entonces usted no puede castigar a nadie por un robo, o por una calumnia, o por ningún otro delito, porque delitos mayores no puede haber. Entonces, les estamos diciendo a los colombianos: miren, éstos se quedaron impunes, hagan ustedes lo que quieran.
L. R. Es la escuela de la muerte...
F. V. Es la escuela de la muerte porque está entronizada la impunidad.
L. R. Sobre ese concepto, que parece imposible, pero que se da entre nosotros, de que la muerte es más importante que la vida, se crea toda una escuela que es contraria a la civilización. Ninguna civilización se levanta sobre la base de darle el visto bueno a la muerte... Mira, nosotros hemos hablado de las FARC. Yo creo que, si hacemos los cálculos, una tercera parte de los secuestrados de Colombia está en manos de las FARC y dos terceras partes están en manos de los paramilitares. El presidente Uribe hace la gira por Europa hablando de los que tienen los de las FARC y no menciona para nada a los que tienen los otros.
EL PAÍS. ¿Y cuál es el porvenir?
F. V. No hay porvenir. Esto está perdido.
L. R. ¡Yo no creo eso! ¡Yo no creo eso!
F. V. Eso de lo que estamos hablando está perdido...
L. R. El porvenir no está en las naciones, sino en los pueblos... El porvenir no es Colombia... Nosotros somos parte del resto del mundo; somos un escenario particularmente crítico, pero reflejamos una situación general... El día que caiga Bush, que ya está en picada, y el día que Uribe salga de la presidencia, se van a saber muchas cosas suyas...
F. V. Yo te digo una cosa: no la vamos a pasar todo el rato hablando de Uribe...
EL PAÍS. ¿Cómo les ha afectado a ustedes, como escritores, este país?
L. R. Yo te voy a decir de la literatura de Fernando. La literatura de Vallejo es una de las grandes acciones que tenemos nosotros en el terreno de la cultura para desmontar toda esta maquinaria de muerte y oprobio que hay. Porque Fernando le dice a las cosas por su nombre, y yo creo en la palabra; es nuestra herramienta, detesto la palabra que da pistas falsas... No sólo es un gran escritor, sino que ha mostrado esa especie de cara oculta de la vida colombiana; se opone a la hipocresía..., porque nosotros tenemos esa herencia católica y española del pudor que nos impide mostrar los trapos sucios fuera de casa... Fernando no hace sino lavar trapos sucios con la maestría que tiene como escritor. Pero es tan importante su palabra. ¡Y no sólo en Colombia!
F. V. Yo no sé, porque los libros míos se me han olvidado; yo llevo la mitad de mi vida viviendo fuera de Colombia, pero siempre he tenido a Colombia en mi cabeza, yo no me he ido en realidad. Y uno está donde está su pensamiento. Entonces, de aquí vuelvo y voy, voy y vuelvo. En realidad, vuelvo y voy, pero sin haberme ido. Yo estoy en Colombia. Siempre he estado. Y es una de las razones por las que no me he matado. Y, lo mismo, es una de la de las razones por las que no me han matado. Porque Colombia es un país loco. Y Colombia, si no te mata, te puede llevar al suicidio. Colombia es un país enloquecedor. Colombia es un país delirante.
L. R. A mí me emputa hablar de literatura colombiana. Porque a Fernando lo leen en todo el mundo, sus libros se traducen en todas partes; no van de Colombia, su literatura va de la condición humana. Una garantía de nuestra derrota es que te metan en un rincón: "¡Ah, son colombianos!".
F. V. Los problemas de aquí son los problemas de todos los lados. Bogotá puede estar embotellada en un atasco; así está México, así está Madrid, así está todo el planeta. El problema es universal, y el problema es que no cabemos. Hay mucha gente, ¡6.500 millones!, en el planeta; aquí somos 44, o 46, como en España. Empezamos el siglo XX con dos millones, lo acabamos con 42. Bogotá tenía 100.000 habitantes cuando empezó el siglo XX, ahora tiene siete u ocho millones... ¿Cómo quieres que estemos en un país si nos multiplicamos de esa forma?
L. R. Algo que yo quiero decir: aparte del cariño y la admiración que le tengo a Fernando, pienso que ambos mantenemos una independencia muy grande frente al poder. No hay nada peor que la literatura palaciega. Y en eso él y yo nos encontramos.
F. V. Algo que ocurre aquí ahora es que cada vez menos los escritores aceptan puestos políticos...
L. R. Y habría que ser aún más radical: no sólo no aceptar puestos, ni siquiera aceptar tomar el té con los presidentes, no aceptar viajes con ministros, becas... La literatura en sí misma es un poder, y ese poder lo pierdes en el momento en que te vuelves palaciego.
F. V. La única forma de callarle a uno es con una bala.
EL PAÍS. Ustedes son escritores desde chicos. ¿Qué les movió a la literatura?
L. R. Yo participé mucho en política, soy maestra. Y ahora escribo. Yo creo que siempre me motivó lo mismo: la pasión por lo que hace la gente, la necesidad de estar junto a la gente, la necesidad de ponerle palabras a las cosas que vivo y que veo. Yo no creo que tenga una motivación como escritora distinta de la que he tenido para ser política o para ser maestra.
F. V. Y a mí me dio por desocupado. Yo no tengo nada que hacer, así que me entretengo escribiendo. ¡De verdad! La mía es una literatura que no está pensada ni siquiera para defender las causas; como la causa mía de los animales, porque esa causa en mis libros casi no está... Yo he escrito por desocupación y porque me di cuenta de que me da un placer muy grande molestar. Quería que mucha gente se molestara, empezando por los más miserables.
EL PAÍS. Vivimos en tiempos agitados, y en Colombia no digamos. ¿Qué les da paz a ustedes?
L. R. Yo te diría que, para mí, la vida familiar es fundamental. Es una vida familiar muy estrecha, muy cerrada. Soy una persona cero social, no tengo prácticamente relaciones sociales. La vida familiar para mí es un remanso. Ahí no está solamente mi familia, sino también mis amigos más queridos. Y además, mis animales. Y la escritura. También la escritura es una manera de apasionarme, porque representa una especie de rebeldía que tengo dentro, que te come vivo.
F. V. A mí no me da paz nada. Yo perdí la paz espiritual desde hace mucho. No sé si la tuve alguna vez. Nunca la he tenido. Hay momentos en que estoy contento, son pocos. Y aquí, en Colombia, tengo usualmente más que en otros sitios. Tengo más momentos de felicidad en Colombia que en cualquier otro lado.
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