Kokotxas en busca de autor
Que Arguiñano haya dejado Telecinco por Antena 3 es como un canje entre Madrid y Barça. Por suerte los espectadores de televisión no sienten tanto los colores y comprenden que tras ello habrá intereses empresariales ricos, ricos. Ya en 2004 dejó TVE donde montó su primera cocina en 1991. A Telecinco le ha bastado para sustituirlo con alargar media hora el programa que le precedía, en una elocuente demostración del cuidado con el que elabora su parrilla. Arguiñano deja la cadena ex amiga junto a los productos de su factoría: el programa de jardinería y el de bricolaje. Todos ellos calco de un mismo formato, donde alguien comunicativo alecciona sobre un arte manual frente a la steady cámara, que le sigue por un decorado ficticio y luminoso, en el que es tan apabullante la presencia de productos publicitarios, que más bien parece que el presentador se ha colado en mitad de un anuncio.
Arguiñano es ya un monumento televisivo de la categoría de Kiko Ledgard o el padre Mundina, aquel genial curilla-jardinero. Recogió el testigo de Con las manos en la masa, donde la estupenda Elena Santonja, desde la feliz sintonía, nos enseñó que cocinar era un placer y no una condena. Como Félix Rodríguez de la Fuente con la fauna ibérica o Miguel de la Quadra Salcedo con la aventura, ellos trajeron a la tele los fogones. Arguiñano cuenta chistes, chascarrillos, canta; ha sido orgulloso portavoz del desembarco del humor vasco, ese que va de Acción mutante a Pagafantas pasando por Airbag o Vaya semanita. Si alguien odiaba a Arguiñano tenía media hora diaria de catarsis, porque su programa era tan personalista como el Aló presidente de Hugo Chávez. Arguiñano prendió por el descaro divertido de esos fenómenos que con una cámara delante se humanizan más, en lugar de embridarse o mostrarse paralizados. Los programas de cocina triunfan porque son a la vez comedia de situación y servicio público, con receta narrativa perfecta: planteamiento, nudo y desenlace. En la elipsis final, el plato consumado aparece sabroso y bien presentado como un coito de manual. Frente a la vida real, donde todo termina mal, y hasta los presentadores rompen con las cadenas, en los programas de cocina el final siempre es feliz.
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