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Vaivenes de un mar mestizo

El peculiar ecosistema marino tropical peruano de Isla Foca se enfrenta a las amenazas de la pesca furtiva, los lotes petroleros y el cambio climático

Un ofiuro espinoso clavado en el ecosistema acuático de esta zona.
Un ofiuro espinoso clavado en el ecosistema acuático de esta zona.yuri hooker

Acá abajo, a pesar de la pérfida corriente, el medio oceánico despliega sus imágenes generosas, su delicada niebla submarina. Unos pececillos raudos, de color azul medio luminoso, se desplazan entre las rocas del agua poco profunda, como si jugaran entre ellos. Lo más probable, sin embargo, es que estos Stegastes acapulcoensis estén huyendo de mi voluminosa presencia.

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Se ven también algas, otros peces aún más pequeños, cangrejitos, un probable coral que luce sembrado sobre el fondo algo revuelto. Las olas de pronto llenan el escenario, lo agitan más, pero esta suerte de poza mágica no pierde su encanto. Fuera y cerca de ella, planea un regimiento múltiple de aves, que van posándose en los deslumbrantes acantilados cercanos.

El tono del mar mestizo

La sinfonía de aire, mar y tierra es permanente en Isla Foca, este breve territorio insular ubicado frente a la costa norte del Perú, a poco más de 1.000 kilómetros de Lima, y a solo unos 20 de Paita, un puerto importante de la zona. Pero su verdadera y más cercana vecindad es La Islilla, una modesta y sudorosa caleta de pescadores, que tiene poco más de 1,000 habitantes.

Asentada sobre la costa desértica, vive casi exclusivamente de sus diarias faenas a punta de anzuelo, o de redes pequeñas, que sus pobladores lanzan al mar desde embarcaciones de tamaños chicos o hasta medianos. Uno de sus dirigentes es Justo Bancayán, nuestro guía, quien sabe que en los alrededores de la isla que tiene casi a vista de pájaro marino hay abundancia.

“Nosotros procuramos cuidarla, pero viene gente de otros lados”, comenta Justo, mientras conversamos en la orilla del Bandeadero, esa poza en donde minutos antes hemos admirado el dispendioso ecosistema submarino que él y sus compañeros de oficio aprovechan con cuidado. Un par de chuitas (Phalacrocorax gaimardi) dan vueltas cerca y, al fin, aterrizan en una peña.

Cerca, sobre un cúmulo de rocas, varios piqueros de patas azules (Sula nebouxii) retozan. Las chuitas tienen las patas rojas y el pico amarillo, así como un plumaje grisáceo; todo eso hace que, en este ecosistema, incluso las aves marinas exhiban un talante multicolor. Debajo del agua, por supuesto, la fiesta es máxima, por un motivo que la ciencia ha explorado y sigue explorando.

Isla Foca, con una superficie de apenas un kilómetro cuadrado, se encuentra sembrada, por el azar natural y por el devenir geológico de la Tierra, en el corazón de lo que podría llamarse un mar mestizo, un punto en el Océano Pacífico donde se encuentran dos corrientes vitales que refrescan estas costas: la Corriente Peruana (fría) y la Corriente Sur Ecuatorial (cálida, tropical).

En términos científicos, está en un ecotono, es decir, en un área de tensión entre dos ecosistemas, lo que conforma un espacio de transición. La azarosa circunstancia, provoca que, dentro y fuera del agua, abunde la biodiversidad. Sus 40 especies de peces, 31 de aves y 177 de invertebrados (moluscos, crustáceos, equinodermos) constituyen la fantástica evidencia.

La vida múltiple

También tres especies de mamíferos, entre ellas el lobo marino chusco (Otaria flavescens), uno de cuyos ejemplares –voluminoso, peludo, impresionante- nos observa desde un peñasco, mientras surcamos las olas en el bote de Justo. Se mueve, algo perezosamente, junto a dos ejemplares más pequeños; uno de ellos tiene los ojos dulces y cerrados, como si tomara una plácida siesta.

“Hay una biodiversidad única”, sostiene con pasión y cierto brillo oceánico en los ojos Yuri Hooker, un biólogo peruano que ha estudiado con literal profundidad la zona, a punta de sumergirse en las aguas de Isla Foca y otros lugares aledaños. Ya en Lima, me cuenta que ha, digamos, andado por este generoso mundo subacuático, poblado de colores esplendorosos.

La gracia de este ecosistema, explica, es que al juntarse las dos corrientes se genera un hábitat invitante para, por ejemplo, la cabrilla, un pez de la familia Serranidae que habitualmente vive en aguas frías o templadas. Al mismo tiempo, debido al inusual mestizaje marino, también convoca al gobio payaso (Lythrypnus dalli), un pez tropical de aspecto colorido y hermoso.

Esa misma condición provoca otra situación peculiar: hay una especie de pingüinos, el Spheniscus humboldti o Pingüino de Humboldt. Dicha ave marina no voladora, vaga nadando por las corrientes del mar peruano, que son mayormente frías; pero se le encuentra también en este extremo norte del territorio del país, donde puede zambullirse en aguas menos heladas.

Mientras circundamos la isla en la embarcación de Justo, vimos una pareja de ellos chapoteando entre las olas, con una inocencia que llega a ser conmovedora; aparecen, desaparecen, sacan la cabeza, se desplazan encima de los tumbos con una plasticidad asombrosa. Son también parte de este paisaje múltiple, en el cual la biodiversidad envuelve todo el entorno marino y terrestre.

En la arena vive, por añadidura, una especie de reptil denominada lagartija peruana (Microlophus peruvianus), y entre las olas una tortuga marina de la especie Chelonia mydas. Si uno aguza la mirada, en efecto, hay animales zumbando en el aire, desplazándose por la tierra y, especialmente, deambulando bajo el agua, que es donde está el biotopo más complejo.

Allá en las profundidades

Las profundidades son como bosques submarinos, poblados de inquilinos. Son frondosos, abundantes, coloridos. Muchas de las especies que allí pululan son, incluso, endémicas, pues solo se les encuentra en ese preciso lugar. Más aún: según Yuri, que habla de todo esto con un entusiasmo desbordante, habría incluso una nueva especie de babosa marina reportada.

Se trata de una del género Doriopsilla, que en el fondo puede ser vista de un color amarillento, brillante, increíblemente vistoso; otra novedad biológica que anida entre estas espumas es que acá existe una colonia de lobos finos (Arctophoca australis), que podrían estar emparentados con los lobos finos que habitan en las Islas Galápagos, ubicadas a cientos de kilómetros de distancia.

En 2010, la Organización Científica para la Conservación de Animales Acuáticos (ORCA) sostuvo que, probablemente, algunos lobos finos provenientes de las islas ecuatorianas habrían arribado a Isla Foca debido a la variación en la temperatura de las aguas. Con lo cual emerge, de la historia y de las turbulencias ambientales recientes, el problema del cambio climático.

Aunque las hipótesis sobre el calentamiento global no son todavía concluyentes, el clima se ha movido también en estos lares de la Tierra. Hay continuos "maretazos", como observa Yuri. Y ya se ha confirmado la inminente presencia del Fenómeno El Niño en las costas peruanas. El decurso natural o inesperado del clima no es, empero, la principal amenaza contra la isla.

En un restaurante de Piura, la capital del departamento del mismo nombre (en donde están Paita, la Islilla e Isla Foca), Alex More, director de Naturaleza y Cultura Internacional (NCI) –una de las instituciones que más ha trabajado en la zona y que nos facilitó este viaje– , sostiene con notoria inquietud lo siguiente: “La tragedia del Perú es que hay riquezas que se superponen”.

Las pruebas preocupantes están allí. En un reportaje publicado en agosto del año pasado por el diario La República, la periodista Beatriz Jiménez informó que hay por lo menos 11 lotes de hidrocarburos, pertenecientes a ocho compañías, que están no sólo sobre Isla Foca. También sobre el Banco de Máncora, los arrecifes de Punta Sal y las playas de la caleta denominada El Ñuro.

¿Reserva a la vista?

Sumando esos tres lugares, de una biodiversidad similar a la de la isla mágica, se ha propuesto crear la Zona Reservada Mar Pacífico Tropical Peruano, que serviría para preservar toda esa dispendiosa riqueza que pulula en el territorio submarino, entre los tumbos o en los acantilados. El trámite está en curso, pero es el gabinete de ministros del gobierno el que lo debe decidir.

SERNANP (Servicio Nacional de Áreas Protegidas) apoya la iniciativa, aunque no tiene ahora la total decisión. Hidrocarburos versus biodiversidad; presunto desarrollo versus conservación, u otra forma de desarrollo más bien. En el fondo, y en la superficie, otras amenazas, realmente perversas. Yuri, ahora cargado de indignación, apunta a los barcos arrastreros y a los buzos.

Los arrastreros, en forma realmente infame, echan redes que tocan el piso marino y se levantan practican todo, desde especies grandes hasta juveniles, sin piedad alguna. Aun cuando suelen devolver los peces más pequeños al mar, estos no sobreviven. Los buzoas son igualmente depredadores, ya sea que se dediquen a poner chinchorros o a cazar con arpón.

“Es como una red de arrastre sobre rocas”, dice Yuri refiriéndose a los primeros, que actúan golpeando las rocas marinas con palos, para que las diferentes especies de peces salgan. Esta modalidad en Isla Foca resulta mortal. Todo ese inmenso tesoro que late abajo puede ser destruido en esas incursiones, que algunos pescadores furtivos aplican en busca de sus presas.

Los buzos que cazan con arpón hacen otro tanto. En esta zona, como recuerda Justo, han venido numerosas veces, de otras playas, incluso lejanas. Una de las resacas de su presencia ha sido la desaparición o escasez del mero, un pez de la subfamilia Epinephline (perteneciente a la familia Serranidae), de carne apreciadísima, que ha sido una víctima casi fatal de la codicia comercial.

Antes se podían encontrar ejemplares de 30, 40 o más kilos, para delicia del arte culinario peruano, que está bastante anclado en el mar; hoy no son tan grandes, ni abundantes, y lo más sorprendente es que el Perú sería el único país en el mundo que no protege a esta especie. Tanto él, como More, coinciden en que todo esto se podría evitar creando un área protegida.

La marea que se viene

More cree, incluso, que cierta actividad petrolera podría convivir con la conservación, siempre y cuando se hagan procesos de participación con las empresas, con los pescadores, con la población local y todos los actores involucrados en el cuidado de Isla Foca, a fin de que se tomen todas puntillosas previsiones del caso. No es imposible, pero requiere políticas inteligentes.

Nuevamente me sumerjo en el Bandeadero y parezco comprobar lo que Yuri y Justo me habían explicado: que este es un gran sitio de de reproducción de peces, una suerte de gran criadero marino gigante, que debe su belleza y su riqueza a ese mar mezclado, mestizo, que ahora se revuelve nuevamente, pero sigue permitiéndome ver a sus incontables e inocentes moradores.

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