‘El inspector Gadget’ | Niños y móviles
Si tú también estás leyendo esta columna con el teléfono en la mano, seguro que también te habrás preguntado: “¿Cómo era la paternidad antes de los móviles?”
Si tú también estás leyendo esta columna en el wáter con el teléfono en la mano, seguro que también te habrás preguntado: “¿cómo era la paternidad antes de los móviles?”
¿Cómo vivían antes de poderles hacer 200 fotos al día a tu hijo? ¿O de poder pronosticar lo que tardaba en llegar el bus? ¿O de hacer la compra vía app y ganar horas? ¿O de tener siempre a mano cientos de sus canciones preferidas?
Es más, ¿cuántas horas de dibujos animados malos puedes ver haciéndole compañía a tu pequeño sin ponerte alguna serie en el móvil al mismo tiempo? (Para muchos padres estresados y agotados, eso no es infidelidad sino doble tiempo de calidad.)
Pero esta Fuerza Móvil tiene su lado oscuro. Te lo certificará ante notario cualquier progenitor al que le hayan agrietado la pantalla, le hayan borrado los contactos de la agenda o, peor aún, le hayan llamado a algún jefe/cliente dejándole en el contestador mensajes surrealistas o las inquietantes cancioncillas de BabyTV.
Quizá el mayor problema es que el teléfono sea la solución fácil para todo. Para que el crío no proteste y se esté quietecito muchos padres ya no lo intentan con un libro o un juguete. Enchufan el niño al móvil con un Bluetooth vital y lo vuelven tan adicto como ellos. Porque el móvil nos posee y nos controla cual maldición oculta en los trastos del sótano de los Expedientes Warren.
¿Por qué ese ansia de comprobar si ha entrado algún correo nuevo mientras jugamos con los niños? ¿Por qué necesitamos explorar instagram si ya tenemos una pequeña obra de arte en movimiento delante? ¿Cuántas veces apartamos la vista de nuestro crío porque un whatsapp repentino y banal nos reclama?
No me pondré catastrofista pero los pediatras siempre dicen que bastan unos pocos segundos de despiste para que se desate un pequeño infierno. La mano paternal que suelta la mano infantil para poner el código en el teléfono, la atención que se fija en contestar un mensaje, los quince segundos en los que alguien deja al peque en la bañera porque el teléfono suena en otra habitación, el momentito en que queremos compartir ahora mismo la foto de la última monería del retoño.
A veces por suerte no pasa nada.
A veces sí.
Y una mierda de mensajito enviado por alguien aburrido a un grupo de whatsapp que no había silenciado por pereza puede abrir la puerta a cinco minutos de angustia buscando al niño en el supermercado/restaurante/donde sea, por elegir el caso menos traumático.
Me encanta que nuestros móviles sean aún más poderosos que el libro-ordenador de Sophie, la sobrina del inspector Gadget. Pero no nos volvamos ciborgs como el despistado policía y permitamos que la máquina se apodere de nuestra humanidad. Estos trastos están diseñados para ayudarnos a comunicarnos con los demás. Así que empecemos por nuestros hijos, cuando los tenemos al lado, que su tarifa plana no te clava IVA en la factura final.
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