Así es el taller de muebles derretidos de Gaetano Pesce en Nueva York
“Si no eres político, estás condenado a ser superficial", dice el diseñador italiano que lleva cinco décadas desafiando el consenso con sus palabras y sus muebles fuera de norma
A los 17 años, cuando Gaetano Pesce (Italia, 1939) hizo su primera exposición, ya era un provocador convencido y escribió en el catálogo el principio que aún le guía: “Tenemos derecho a ser incoherentes. La primera libertad es poder ser libres de uno mismo. Hoy eres así y mañana de otra manera”, afirma, sentado en un aparte de su taller en los astilleros de Brooklyn. Un espacio enorme lleno hasta la bandera de los característicos muebles inflados, derretidos o como sacados de un lienzo de Magritte, que lleva produciendo desde finales de los sesenta.
Pesce dice casi desde que tiene uso de razón que, si cada persona es diferente, sus objetos también deberían serlo. “Si buscas perfección, ya hay muchas máquinas que la consiguen”. Pero no habla de piezas únicas: “Son muy peligrosas porque te llevan a la artesanía. Lo que hay que tener es la tecnología para hacer series donde cada pieza sea distinta. El primer manifiesto sobre este tema lo escribí en 1972 y ya entonces decía que el futuro no es estándar”.
Enumera piezas que hizo en esa época, como la silla Golgotha o la Sit-Down, para Cassina: “Es de espuma, un material que reacciona de manera inesperada al tomar contacto con el aire. Por eso cada una es única”. Pesce es coetáneo de los arquitectos y diseñadores italianos del movimiento Radical de los años sesenta, aquel que protestaba contra el consumismo y la homogeneización de la producción industrial, y que intentaba provocar un cambio social con sus experimentos.
Poco queda de aquello, aparte de una nueva generación de creadores y consumidores que admiran aquella estética impredecible, y cotizadísimos muebles convertidos en piezas de museo. El italiano deplora el posmodernismo que lo sucedió. “En los setenta alguien nos invitó a Jean Nouvel, a Christian de Portzamparc y a mí para que habláramos sobre posmodernismo. Yo llegué con una máscara, porque no podía soportar la atmósfera posmoderna: estaban alimentándose del pasado y no del futuro”.
"Estoy en contra de la religión, de la ideología, de la corrección política. Si fuera politicamente correcto haría unas mesas muy bien hechas que expondría en un 'showroom' precioso.
O cualquier bobada de ese tipo"
Pesce, afincado en Nueva York desde 1983, sigue encontrando el sentido de las cosas en lo que un jefe de fábrica llamaría error. Para este arquitecto, ser diseñador es una tarea eminentemente comunicativa. “Me canso muy rápido de las cosas, pero a cada momento me concentro en algo. Una vez es la naturaleza; otro, la mujer y su sufrimiento por culpa del hombre; después lo mal hecho, luego en… materiales, no sé. Hay una lista de temas que me interesan”, explica. “Una mesa puede expresar el problema de la contaminación. Cumplir su función y a la vez hacer a la gente pensar”, dice, aludiendo a su serie Six tables on water.
El mensaje es imprescindible, porque “si no eres político o comprometido, estás condenado a ser superficial. Sottsass era muy superficial. Y [Alessandro] Mendini. Al principio, Superstudio no lo era, pero su fundador, Adolfo Natalini, ¡hoy hace arquitectura neoclásica!”. Y zanja: “De todos modos, no todo el mundo es inteligente. Sólo hay tres o cuatro grandes físicos cada siglo. Lo mismo ocurre en la música e igual nos pasa a nosotros”.
Pesce se despacha entre el ruido de la radio y el de su taller, donde sus empleados –siete, aunque han llegado a ser 14– trabajan en series de mobiliario de resina, PVC y otros materiales que nunca verán en un hotel de lujo. ¿Cuál es su proyecto preferido? “Este”, dice, cogiendo una bolsa de papel kraft con patitas que pronto será una lámpara. “Representa la sociedad de consumo. Todo el mundo piensa que hay que tirar las bolsas y muy pocos que hay que celebrarlas, cuando es un objeto fantástico, super ligero, que nos permite ir de compras y ni siquiera pretende ser bello”.
No ha perdido un ápice de la determinación que ya demostró a los 17. “No quiero llegar a todo el mundo. Soy para unos pocos, que igual entienden lo que digo. Estoy en contra de la religión, de la ideología, de la corrección política. Si fuera politicamente correcto haría unas mesas muy bien hechas que expondría en un showroom precioso. O cualquier bobada de ese tipo”.
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