La incansable lucha de una monja para que las víctimas de una masacre en Colombia no caigan en el olvido
Maritze Trigos ha dedicado su vida a que los asesinatos cometidos entre 1989 y 1994 por los paramilitares en la localidad de Trujillo no queden impunes
Un collar hecho a mano de cuentas naranjas y azules que termina en forma de cruz rodea el cuello de Maritze Trigos. Con poco más de metro y medio de estatura y 76 años, esta monja sube cuestas y escalones como si no tuviese más de 30. Su vida, dedicada por completo a los demás, quedó marcada para siempre por la masacre de Trujillo.
Entre 1989 y 1994, en este pueblo cafetero, además de en Riofrío y Bolívar, tres pueblos del norte de Colombia, hubo una serie de asesinatos, desapariciones y torturas, perpetrados por los narcotraficantes Diego Montoya y Henry Loiza —alias el Alacrán— junto a miembros del ejército y la policía. El objetivo, según los supervivientes, era amedrentar a la población civil y apropiarse de las tierras de los campesinos de manera ilegal. Una lacra que sigue afectando hoy a estas regiones dónde los indígenas batallan contra las multinacionales, el narco o la minería ilegal.
Como todas las mañanas, Teresita, otra monja dominica que convive con Trigos en una pequeña casa de dos plantas, baja a comprar arepas para el desayuno. Cada esquina de la localidad cuenta con un puesto de venta ambulante improvisado. Teresita las prefiere de harina y Maritze de choclo (maíz). Mientras come, Trigos narra, acompañada de fotos, la historia de varias de las víctimas y del sufrimiento de las familias después de que se produjesen los asesinatos. El nombre que más menciona es el de Tiberio Fernández, el sacerdote de la localidad, que fue mutilado y arrojado al río Cauca acusado de colaborar con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Un actor del conflicto armado colombiano desde 1964, que se define como una organización de orientación marxista-leninista y prorrevolución cubana.
Según cuenta Trigos, al padre Tiberio no le interesaba la política ni la guerra. Su labor hasta entonces había sido impulsar cooperativas alimentarias entre los campesinos. “Para animarlos a independizarse de los terratenientes de forma pacífica y ser soberanos de la tierra, pero nada más”, relata la religiosa. Este hecho, junto a la acusación que arrastraba el párroco de ser simpatizante del movimiento marxista, levantó las asperezas entre latifundistas, Ejército y Gobierno que desembocaron en la matanza.
El monumento en recuerdo a los campesinos asesinados en la matanza de Trujillo, sufre aún hoy numerosos actos vandálicos
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos condenó a Colombia años más tarde. Y en 1995, el presidente por aquel entonces, Ernesto Samper, reconoció la responsabilidad del Gobierno en la masacre de Trujillo.
Casi 30 años después, la Asociación Familias de Víctimas de Trujillo-Valle (Afavit), que dirige Trigos, sigue luchando para que se reconozca la verdad, se haga justicia y los familiares reciban las ayudas económicas que les prometió el Gobierno. Por el momento, solo han sido condenados seis de los responsables de los asesinatos y, como añade la religiosa, “el grado de impunidad sigue siendo muy elevado”. Durante todo este tiempo, según recuerda Trigos, muchos han señalado su lucha como “la obsesión de cuatro locos”. La organización que aglutina a las víctimas y les da su apoyo es pequeña y no cuenta con muchos recursos.
Con la colaboración de algunos familiares y alguna partida económica gubernamental, Afavit ha conseguido levantar un parque monumento en una de las montañas de Trujillo en recuerdo de los campesinos asesinados. Las instalaciones, compuestas por 235 osarios, un centro de bienvenida a los turistas y estudiantes que quieren conocer esta parte de la historia de Colombia, y un mausoleo dedicado al padre Tiberio, soportan “ante la pasividad de la policía”, según Trigos, numerosos actos vandálicos. Sus integrantes han sido amenazados de muerte, han soportado un incendio, grafitis insultantes, o han tenido que sobrellevar la profanación de la tumba dedicada al párroco. “Pedimos a las autoridades y a la policía que se hagan cargo y se impliquen en la conservación de este patrimonio. No es una propiedad privada, es un monumento municipal que forma parte de la historia de Trujillo y parece que no tienen interés en que estos ataques cesen”, reivindica Trigos.
A principios de 2019, Trigos, considerada una líder social en Colombia, pasó en Madrid tres meses gracias al programa Madrid Protege que subvenciona el Ayuntamiento de Madrid y coordina la Fundación Mundubat, junto a la Red de ONGD de Madrid, Movimiento por la Paz, Acción Verapaz y Alianza por la solidaridad. El objetivo de este viaje fue alejarla de la situación de estrés y las amenazas a las que suele estar expuesta, junto a otras dos mujeres de otras regiones en su misma situación. “Es muy importante que la comunidad internacional tenga conocimiento de estos abusos”, asegura la religiosa. Nacho Murgui, concejal de Más Madrid en el Ayuntamiento y parte de la delegación que viajó hasta Colombia para hacer seguimiento de estas líderes, le comentó a la religiosa que “sería interesante seguir en contacto y tomar ejemplo” en España de cómo esta comunidad defiende, pese a los pocos recursos, la memoria de sus víctimas. La lucha de esta monja sigue en el mismo punto y sus fuerzas intactas.
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