Qué me importa
Quizás un periodista tenga algo de zahorí, esa gente que se dedica a buscar cursos de agua subterránea
Monasterios de clausura, neuropsiquiátricos, cárceles, salas de ensayo de bandas de rock. Ser periodista es la mejor excusa para meterse en sitios que, de otra manera, serían casi inaccesibles. Una vez, a mediados de los noventa, hice una nota sobre hackers. Era gente que podía tanto conseguir claves para hablar por teléfono gratis durante meses como meterse en el zoológico de Buenos Aires y robar animales para liberarlos o diseñar un virus informático. Un día le pedí a uno de ellos que me mostrara lo que era capaz de hacer. Me dijo: “Vení a casa a la noche”. Fui. Atrajo a un tipo a su red y en tres pasos se metió en su computadora. Una vez allí, me preguntó: “¿Le borro el disco?”. A veces hago arqueología en mis archivos. Así fue como di con la nota de los hackers, con otra sobre un leprosario, con una crónica sobre un grupo de magos que desenmascaraba trucos de pseudocientíficos. Encontré también antiguas propuestas que nadie aceptó. En los noventa quise hacer un artículo sobre enfermeras y enfermeros. Los editores me decían: “¿A quién le importa eso?”. Quise también hacer otro sobre geriátricos. Me decían: “Qué aburrido”. Mis argumentos —sin las enfermeras el sistema de salud no funciona, los geriátricos son el síntoma de que no sabemos qué hacer con los viejos— no los convencían. Supongo que es normal. Solemos ocuparnos de cosas “aburridas” cuando se vuelven drama. Cuando las enfermeras se transforman en imprescindibles, cuando los viejos mueren encerrados en sitios donde, supuestamente, iban a preservarse. A veces, en las entrevistas, los colegas preguntan: “¿Cómo se le ocurren los temas?”. No hay una respuesta sensata para explicar por qué a alguien le interesan el abuso infantil, las empleadas domésticas y los poetas. Quizás un periodista tenga algo de zahorí, esa gente que se dedica a buscar cursos de agua subterránea: alguien que mira más allá de lo evidente. O que se preocupa por anticipado. Me pregunto ahora, por ejemplo, mientras se habla de pasaportes covid y de vacunas no aceptadas por los países centrales, de qué manera afectará eso a los artistas, escritores, etcétera, que no estén vacunados o lo estén con vacunas no aceptadas por esos países. ¿El Gran Festival Literario de Equis País Central preferirá invitar a una persona latinoamericana, africana o asiática que deba hacer una cuarentena larga y cara, o a una persona que viva en un País Central, pueda ingresar sin trámite ni gastos y ponerse a trabajar de inmediato? ¿Y una bienal de arte, y un festival de cine? ¿De qué manera esa selectividad podría afectar la circulación del trabajo de creadores periféricos, incluso de los consagrados, ni se diga de los emergentes? ¿De qué maneras podría afectar no sólo a los mercados, sino al flujo de la conversación literaria, artística, etcétera? Se habla de nuevas posibles pandemias. No creo que ningún gobierno invierta dinero en hipótesis. Hace años propuse hacer una nota sobre el suicidio. Me dijeron que no, pero intenté investigar un poco. Busqué cifras. No las había. Llamé a la línea de Ayuda al Suicida. Me atendió una mujer de voz sedante. Le dije que no quería ocupar el teléfono por si alguien lo necesitaba, que era periodista y quería hablar, cuando pudiera, de su trabajo: cuánta gente llamaba, cómo seguían los casos. Fue cordial pero dubitativa, como si no creyera que yo, de verdad, no era alguien que quisiera suicidarse. Me dijo que no podía darme información. Le pregunté cuántas personas trabajaban con ella. “Ninguna”, me dijo, “estoy sola”. En junio la OMS dio a conocer el estudio Suicidio mundial en 2019, con datos anteriores a la pandemia. “Cada año mueren más personas como resultado del suicidio que por el VIH, la malaria, el cáncer de mama, o la guerra y el homicidio”, dice el documento. “No podemos, y no debemos, ignorar el suicidio”, dijo el director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus. En el ámbito mundial, la tasa de suicidios disminuyó en los últimos 20 años, pero en la región de las Américas aumentó un 17%. No hay cifras desde 2019 en adelante. No hace falta ser astuto para sospechar que la salud mental de la población está afectada. A tono con los tiempos, la ONU decidió que este año será el Año Internacional de la Fruta y la Verdura.
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