El pistolero de Tarragona: “Voy a ‘vacunar’ a los jefes de Securitas”
El vigilante que hirió a tres personas en un asalto con arma de fuego envió un correo durante su huida en el que amenazaba a la empresa. “Si me acorrala la policía, la cosa acabará mal. No tengo nada que perder”
Marin Eugen Sabau sube las escaleras hasta la segunda planta, donde está la sede de Securitas en Tarragona. Son las 11.09 del 14 de diciembre. Si con la peluca y la gorra de béisbol pretendía hacerse pasar por una mujer, no lo ha logrado. Le reconocen. Eugen, que tiene 45 años y viste de negro, se quita la peluca. Charla con el supervisor de la oficina, Juan Jesús H., uno de los nombres que están en su lista negra. Se palpa el bolsillo derecho del pantalón. Saca una pistola y le acopla un alargador casero que se le cae al suelo. Se abre paso hacia las oficinas. Abre una puerta y descarga varios tiros contra el gerente, José Manuel M. Cuando Juan Jesús aparece de nuevo y forcejea con él para frenarle, le dispara en una pierna. Abre sin dificultad una ventana de aluminio, salta, y encuentra en la oficina a la jefa de servicio, Luisa R. Le descerraja varios tiros más. Después, recoge sus cosas y se marcha. Como muestran las imágenes de seguridad a las que ha accedido EL PAÍS, todo ocurre en cinco minutos. Pero Eugen, vigilante de seguridad de la empresa, que está de baja desde hace seis meses, llevaba mucho tiempo cocinando la venganza.
Pasado el mediodía, mientras los Mossos d’Esquadra buscan desesperadamente a Eugen ―que se ha dado a la fuga al volante de su Citroën Xsara gris―, algunos agentes charlan con los testigos del tiroteo en la oficina. Carmen, administrativa, dice que, pese a la peluca, se ha dado cuenta rápidamente de que era Eugen; que ha escuchado “gritos, tiros y golpes”; que se ha escondido debajo de la mesa antes de llamar al 112. Está charlando con los mossos cuando recibe un correo electrónico. Es de Eugen. Lo ha enviado en plena fuga. Pero, por la extensión y por el contenido, es evidente que lo ha escrito mucho antes. Allí explica los porqués de un ataque con arma de fuego ―los tres empleados resultaron heridos graves, uno de ellos crítico― que él interpreta como un acto de “justicia”.
“Voy a salir en las noticias con Securitas”, anuncia en el correo Eugen, un hombre soltero, que vive solo en el pequeño pueblo de Alcover y es un habitual del club de tiro de Tarragona. “No me queda otra, haré la justicia con mis manos. Las lecciones que se aprenden con sangre no se olvidan pronto. Securitas se acordará de mí unos cuantos años”. Dice que vivió un “infierno” en la empresa, que los jefes le hacían “la vida imposible”, que fue víctima de explotación laboral y discriminación por racismo. Seis meses antes, ya había advertido en otros correos de que iban a salir todos “en las noticias”. Pero esta vez es más explícito. Antivacunas declarado, escribe: “Voy a vacunar a los jefes de Securitas con tres dosis de Glock-Pfizer de 9 milímetros. No quiero matarles, les dejaré jodidos (...) No estoy loco, lo he planeado a la perfección”.
De sus palabras se desprende que convive, y convive mal, con el dolor. Una intervención en una tienda de ropa de Tarragona le provocó la rotura de un tendón. No se ha recuperado. “Cuando me siento, tengo la sensación de que me pinchan con unas agujas”, se queja en el correo, donde culpa también a los médicos de rehabilitación y a la justicia, que no le ha dado la razón en los pleitos con la empresa. Allí cita con nombres y apellidos a sus cinco “objetivos” de Securitas: a tres de ellos los acaba de dejar malheridos en la sede de la empresa.
La fuga de Eugen sigue en marcha. Los Mossos se han acercado sin éxito a su casa de Alcover, donde han encontrado una nota enganchada en la puerta (“vuelvo el día 15”) y la televisión encendida a todo volumen. Analizan a toda prisa el correo en busca de pistas sobre su paradero e intenciones. Intuyen que la captura no será fácil: “Si me acorrala la policía y tengo rehenes, la cosa acabará mal para ellos. No me van a pillar vivo. Me pegaré un tiro en la cabeza. No me da miedo ni la cárcel ni la muerte. No tengo familia y no tengo nada que perder”. Pronto van a tener ocasión de comprobar hasta dónde está dispuesto a llegar.
Tres agentes de policía judicial salen de los juzgados de Reus. Escuchan por emisora que el sujeto acaba de pasar cerca de allí y deciden unirse a la búsqueda. Encuentran el Citroën parado en una rotonda no lejos de allí. Cuando les ve, el vigilante les dispara y hiere a uno de ellos en el brazo. Un compañero le tiene que hacer un torniquete para que no se desangre hasta que es trasladado en helicóptero al hospital. El agresor se mete en el coche y conduce hasta una masía abandonada de Riudoms, a pocos kilómetros. Pero un vecino le ha visto y avisa a la policía. Pronto está, como había previsto en el correo, rodeado.
Negociar o disparar
Hay dos opciones sobre la mesa: la de los negociadores y la de los Grupos de Intervención Especial (GEI), que ya han tomado posiciones alrededor de la masía y le observan. Eugen espera en actitud vigilante. Entra y sale de un cobertizo. Se parapeta tras una edificación de piedra. Lleva chaleco antibalas, un escudo casero y, al menos, un arma larga de mira telescópica. Como es campo abierto, los negociadores no pueden acercarse porque quedarían expuestos. Y descartan el megáfono para no comprometer la posición de los tiradores. Así que intentan llamarle por teléfono. Pero no responde. La salida pactada se descarta y uno de los GEI, protegido en una posición elevada a 150 metros, hace una serie de disparos disuasorios. Cuando los efectivos avanzan a pie hacia Eugen, este dispara sin pensárselo, pero cae por la respuesta de los agentes y queda en estado crítico. Sigue ingresado en el hospital, con pronóstico grave y en situación de prisión provisional. En la masía y en el coche, los policías encuentran tres pistolas más, un cargador, un silenciador y una “peluca castaña rojiza”.
Juan Jesús, el hombre que había intentado frenarle en la oficina, es el trabajador que ha salido mejor parado de los tres en el tiroteo y puede declarar. Dice que conoce a Eugen desde hace ocho años, que siempre “tenía quejas” y que un día le dijo que alquilaría un piso enfrente del anterior jefe de la empresa para “vigilarle”. Cuenta a los Mossos que intentó calmarle. “No, Eugen, eso se habla”. Pero Eugen ya se había cansado de hablar. “Quita, Juan, quita”, le dijo.
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