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Jane Birkin
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La voz de Jane Birkin encandila en el Grec pese a sus limitaciones físicas

1.500 personas aplauden a la cantante en una noche mágica en el anfiteatro

Jane Birkin, en un concierto en París el 29 de junio.
Jane Birkin, en un concierto en París el 29 de junio.David Wolff - Patrick (Redferns)

Jane Birkin volvía al Grec dos décadas después de aquel memorable Arabesque, todavía clavado en la mente de muchos. Volvía con un nuevo disco bajo el brazo sin canciones de Serge Gainsbourg. Volvía también tras superar un par de enfermedades que, sin duda, habían mermado su potencial físico. Flotaba en el aire una cierta incertidumbre sobre qué podía suceder a lo largo de la velada. A pesar de esa duda razonable, unas 1.500 personas (una vez más la juventud e, incluso, la primera madurez brillaban por su ausencia) se congregaron en el anfiteatro de Montjuïc, tras lo visto, más para recordar que para disfrutar de las nuevas canciones.

Tras un guiño musical a la generación que llenaba las gradas, y que incluso algunos aplaudieron, apareció en la oscuridad Jane Birkin con aires de anti diva. Chaqueta masculina excesivamente grande, zapatillas deportivas, con paso lento e inseguro llegó hasta el taburete instalado en el centro del escenario, apoyó en él su mano izquierda buscando estabilidad y arrancó precisamente con Jane B., el tema que marcó su primer disco con Gainsbourg en el lejano 69, aquel año erótico ¿recuerdan?

El público claramente lo recordaba, pero la cantante parecía insegura y su voz tampoco resonaba con excesiva fuerza. Después de presentar a sus músicos y de decir unas palabras en un incomprensible castellano a pesar de tener la chuleta en el telepromter, abordó un par de temas de su nuevo plástico y su voz comenzó a recobrar lustre a pesar de prácticamente no moverse ni alejarse de la seguridad del taburete. Un cambio que culminó plenamente cuando recobró temas poco conocidos de Gainsbourg.

Birkin recordó que en 1971 habían grabado juntos un disco hoy mítico y recuperó cuatro de los temas de Melody Nelson arropada por un magnífico cuarteto transportándonos realmente a los setenta y provocando un altercado entre nuestros sentidos. Nuestra vista, aunque suene a tópico, veía el implacable paso del tiempo. Pero si cerrábamos los ojos, no nos íbamos hasta aquel año erótico, tampoco hay que exagerar, pero recobrábamos esa Birkin de pasadas ensoñaciones que, con una voz no demasiado llamativa ni educada, era capaz de sugerir mil cosas con una sola palabra y de las mil, novecientas noventa y nueve te alteraban irremediablemente.

Siguieron un par de canciones de su nuevo disco que el público no conocía. Una de ellas en inglés, cosa poco habitual en su repertorio a pesar de haber nacido en aquella isla. Inmediatamente, el volcán volvió a entrar en erupción con la Ballade de Johnny Jane. Y a partir de ahí Les dessous chics, Baby alone in Babyone, Ex fan des sixties, Di Doo Dah. A ojos cerrados la Birkin volvía a ser pizpireta, provocadora y terriblemente sensual, tal vez menos chica mala que antaño aunque sus palabras seguían sugiriendo aquellas mil emociones prohibidas, algo tanto debido a su interpretación como a la belleza de las canciones de su expareja.

Culminó ese viaje a un pasado, que tal vez no lo fuera tanto, volviendo a su último disco y bajando el tono de la velada. Había pasado casi hora y media y la cantante sonreía a pesar de que no se la veía en su mejor estado físico. Y el público en pie, aplaudiendo mientras ella hacía gestos de emoción. Siguió la lógica tanda de bises que culminó con una interpretación a solas con su pianista del entrañable Pourquoi? de aquel último disco original de hace catorce años. Y así hubiera acabado la velada si el público no hubiera estado realmente excitado. Y la Birkin volvió en plan reivindicativo europeísta (antes había condenado la guerra en Ucrania) versionando el Putain, Putain de Arno y, aunque la voz se le quebró en algún momento, el sólido y distorsionado acompañamiento musical firmó un final de altura para una noche que debe calificarse de mágica por lo oído que no por lo visto. O también porque, qué caramba, que una persona que ha pasado varias enfermedades y tiene la movilidad reducida se atreva a hacer más de 90 minutos seguidos sin abandonar ni un solo momento el escenario y nos acabe encandilando a todos es como para levantarle un monumento (no quedaría nada mal en los jardines del Grec).

Con las últimas notas de Putain, Putain también quedó aclarado uno de los misterios que se habían mantenido a lo largo de todo el concierto: ¿se sentaría la Birkin en el taburete? No, no lo hizo.

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