Ratas, pulgas, gajos de naranja para desayunar y aulas a 40 grados: el campamento de los horrores en Las Rozas
Casi una veintena de monitores ha presentado una queja a la empresa que gestiona las colonias urbanas en un colegio público del municipio, pero no han recibido respuesta
El mensaje de WhatsApp decía así: “El polideportivo hoy de momento está cerrado. Hemos encontrado heces de ratas, colchonetas roídas y están ahí los de plagas. Sed discretos, por favor. Utilizad patio y aulas”. Y lo recibieron hace cinco semanas los monitores de un campamento urbano que se organiza desde hace al menos 10 años durante el periodo estival en algún colegio público de Las Rozas. Cada verano, el Ayuntamiento licita un contrato para que una empresa privada lo gestione y en esta ocasión lo hace el Instituto Superior de Estudios Empresariales Cambridge, SA en el centro público Fernando de los Ríos. Pero empleados y familias denuncian que las condiciones en las que se encuentran los niños son “insostenibles”: ratas, pulgas, escasez de materiales, comida insuficiente y de baja calidad, suciedad en aulas y baños, basura acumulada, clases a 40 grados y sin ventilador, y falta de personal para atender a todos los críos, algunos con necesidades especiales.
“Ya el primer día me di cuenta de las malas condiciones. A media mañana solo les dieron [a los niños] un gajo de naranja como tentempié”, recuerda uno de los monitores, que prefiere no decir su nombre, porque todavía le queda un mes de contrato y teme posibles represalias por parte de la empresa. Es algo que también piden expresamente el resto de empleados y familiares con los que ha hablado este periódico.
El monitor, docente de profesión, entró a trabajar el 26 de junio, la primera semana completa del campamento, que se organiza de lunes a viernes hasta el 5 de septiembre. Encontró la oferta de trabajo en una página de empleo, se apuntó, le hicieron un par de preguntas por WhatsApp y ya estaba contratado. Lleva más de un mes allí ―jornada de ocho horas y sueldo de 1.100 euros― y no sabe por dónde empezar: “Insectos de todo tipo, nula limpieza, basura durante una semana sin recoger, comida de pésima calidad. Los coordinadores y delegación del campamento lo saben, dicen que lo revisarán, pero no ofrecen una solución”. Lo de las ratas, dice, es la punta del iceberg.
Otra empleada, maestra de primaria de 33 años, cuenta por teléfono que “lo normal” habría sido clausurar el centro y hacer un control de plagas con su correspondiente desinfección. Sin embargo, solo cerraron el polideportivo durante una semana y con la petición expresa de que no contaran nada. Ella y otros 18 monitores del campamento ―ahora queda una decena trabajando, pero en julio han llegado a ser casi 30― presentaron una queja hace cinco días a la empresa contratante, el Instituto Cambridge. Todavía no les han contestado.
Al mensaje sobre las ratas, le siguió otro donde la compañía ―que acumula valoraciones negativas en Google― “informaba de una plaga de pulgas y de qué pautas seguir para evitar cogerlas”, cuenta la trabajadora. Muchos comentan por el grupo de WhatsApp que todos los días se vuelven a casa con picaduras en las piernas y no saben qué hacer.
“Estuve el año pasado y pensé que las cosas habrían cambiado, que habría mejorado la situación, pero no. Incluso ha ido a peor”, relata por teléfono una tercera monitora, maestra de infantil de 29 años. Dice que lo que han vivido empleados y niños durante los meses de junio, julio y agosto es “deleznable” y “vergonzoso”.
Un portavoz del Ayuntamiento explica que todas las quejas de los campamentos en el municipio, de casi 96.000 habitantes, se gestionan igual: “Hay una coordinadora del campamento que pone la empresa y que se encarga de las dudas y posibles quejas. Esta coordinadora está en contacto con la persona responsable de los campamentos en la concejalía [la de familia y servicios sociales] y una educadora social. Si hay algún problema o incumplimiento del pliego se busca la forma de subsanarlo”. También señala que según el Instituto Cambridge no ha habido quejas importantes ni graves que no hayan arreglado. “Lo habitual en los campamentos de verano cada año”, añade.
Ambiente “tenso”
Al campamento se pueden apuntar niños de 3 a 14 años empadronados en Las Rozas ―en régimen de mañana hasta la ahora de comer, o de mañana y tarde hasta las 19.00― durante la última semana de junio, los meses completos julio y agosto, y los primeros días de septiembre. En la página web municipal se indica que hay 150 plazas por semana, aunque los monitores cuentan que algunas no han llegado a los 100 niños y otras han superado los 200. En el pliego de licitación del campamento, en cambio, sí se amplía el número de huecos disponibles a esa cifra. También se indica que la empresa debe ofrecer “servicios lúdicos”, “talleres”, “actividades deportivas” o “gincanas”, entre otras actividades. “Pero nunca hacen mucho, alguna actividad suelta”, relata el padre de una niña de 12 años que estuvo en el centro la primera semana de julio.
Durante once horas y media, los empleados tienen que hacer cábalas para divertir a los alumnos. No hay actividades programadas ni tienen casi acceso a materiales, cuentan. “Lo que está en el aula es del colegio y nosotros no podemos utilizarlo, porque la empresa organizadora tendría que reponerlo. Se supone que nos deberían dar materiales [también se indica en el pliego], pero he llegado a tener 28 niños y solo 20 hojas de papel [para entretenerles]”, recuerda una de las monitoras.
Las familias pagan entre 52 y 90 euros a la semana ―en función de si solicitan servicio de desayuno, comida o merienda― por el campamento, conocido como “casa de verano”. Y la empresa Instituto Superior de Estudios Empresariales Cambridge ofreció un presupuesto de 210.804,36 euros para hacerse cargo, un 25,80% menos de lo que proponía el Ayuntamiento. Este periódico ha contactado con la compañía para recabar su versión, pero no ha obtenido respuesta.
Luego está el calor. En el centro carecen de ventiladores y la empresa gestora tampoco los ha suministrado. “Es un ambiente tenso, con los niños malcomiendo, al sol y sin aire”, se queja otro empleado. En más de una ocasión, relata, han tenido que “hacinar” a 40 niños en un aula de 20 metros cuadrados de la planta baja porque era “insostenible” aguantar el calor en los pisos superiores. “Ellos [los dos coordinadores] sí tienen ventilador en el despacho”, crítica.
Una tercera monitora añade la falta de higiene a la lista de problemas: “En mi clase, con niños de tres añitos, limpiábamos las mesas y subíamos las sillas para despejar el suelo, pero aun así al día siguiente el espacio seguía sin limpiar”. A medida que trascurrían las semanas, relata, los baños se iban cerrando, porque nadie los limpiaba y acumulaban orines en las tazas: “En un momento dado hemos llegado a ser tres clases de entre 24 y 28 alumnos utilizando un solo servicio”.
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