Mojito: el bueno, el feo y el malo
Desvelamos cómo se hace un buen mojito y por qué no te lo servirán en las fiestas de tu barrio.
Sí, amigos. Cuando parecía imposible suscitar más odio que el los gintonics-bañera y el ñoñicosmopolitan, otro combinado ha venido a colarse a lo Panenka en el hit parade de los más vilipendiados. El mojito, antaño refrescante delicia de tintes exóticos, se ha convertido en un lugar común. Fiestas mayores, playas, bares con tragaperras, verbenas familiares... ni una fiesta sin su barreño de hielo ni sus vasos de plástico con una decoración tras la que podrían esconderse los charlies.
El mojito es una bebida que no suele despertar muchas simpatías en los bartenders, porque es lenta de preparar (en particular, si se majan las limas), y porque la menta tiene la mala costumbre de atascar los fregaderos. Pero esto no fue siempre así. “A principios de los noventa, el mojito era algo exótico. Yo comencé a probarlos primero como cliente y luego como bartender en el Boadas, donde por la herencia cubana del local les gustaba servirlo”, me cuenta Juanjo González, propietario del Caribbean Club de Barcelona y experto en coctelería cubana. Juanjo añade que “el mojito es un cóctel fácil de entender, refrescante y largo, con un buen equilibro entre ácido, dulce y aromático, perfecto para un día de verano. No es extraño que guste”.
Las leyendas acerca de esta bebida se pierden, como casi siempre, en un nube alcohólica. La primera, la más documentada, reza que desciende de otro cóctel llamado Draque, que tomaría el nombre del pirata Francis Drake. El 'Draque' o 'Draquecito' original llevaba aguardiente de caña en vez de ron, pero en algún momento a finales del XIX se produjo el cambio que lo convirtió en el mojito actual. La segunda, repetida hasta la saciedad y más falsa que el dinero del Monopoly –diga lo que diga la Wikipedia–, afirma que Hemingway pedía “su mojito en la Bodeguita del Medio y su daiquiri en El Floridita”. La parte del daiquiri y el Floridita al parecer sí era cierta, pero hay escasas evidencias de que Hemingway llegara a poner los pies en la Bodeguita y menos aún de que bebiera mojitos. Pero, eh, a Hemingway le gustaba correr delante de toros y jugar con armas de fuego, así que igual tampoco tenemos que tomarle como guía para la vida.
Entonces ¿qué hace un buen mojito? Hay una receta oficial, la de la IBA (International Bartender’s Association), pero ésta no suscita el mismo consenso que otras. Cuenta González que en Cuba “hay muchas variaciones que aquí nos parecerían poco auténticas y que allí se preparan con naturalidad. Se suele emplear zumo de lima, en lugar de majarlas directamente contra el vaso, y el azúcar raramente es moreno. Pero en La Habana me lo han llegado a servir con miel”. Vaya, hombre. ¿Y la menta? ¿O es hierbabuena? “La hierbabuena es un tipo de menta”, me corrige González, “y no siempre es fácil de encontrar, así que tampoco hay que obsesionarse”.
¿Es quizás más fácil definir un buen mojito por lo que no es? “Bueno, hay algunas cosas que sí se repiten en un buen mojito. El vaso debe ser de cristal, tipo Collins o tipo Fizz [para entendernos, vasos de tubo o medio tubo]. El hielo, picado o, en su defecto, pilé. La soda es opcional, pero si se le añade ha de ser soda-soda y no ginger ale, limonada o tónica. Y, sobre todo, sobre todo, sobre todo, el ron tiene debe ser cubano. No vale hacerlo con otra cosa. Ron blanco cubano”. Ok, me queda claro que la receta del mojito pertenece a la gloriosa escuela “el que admita” o el “tú ya lo verás” de las madres. Me rindo, pues... ¿Cuál sería una buena fórmula para empezar?. “Ésta”:
Dificultad: No hace falta ser capaz de escribir El viejo y el mar.
Ingredientes
Para un mojito
- 50-60 ml de ron cubano blanco
- Una o dos cucharaditas de azúcar
- 10 hojas de menta
- 30 ml de zumo de lima
- Hielo pilé
- Soda o agua
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